jueves, 12 de junio de 2025

SIMÓN PERRO

Durante la estación del frío, Marte parecía guardar silencio. Sus vastos mares, secos desde hacía milenios, eran tan solo cicatrices grises extendidas sobre la superficie del planeta, cubiertas por una capa ligera de escarcha que brillaba bajo el sol lejano como cristales rotos. Allí, donde las olas habían rugido alguna vez, reinaba ahora un silencio tan absoluto que dolía en los huesos.

Esa mañana, bajo una luz débil y transparente, Simón Perro caminaba lentamente entre las antiguas formaciones de coral petrificado, desmenuzando entre sus dedos lo que alguna vez había sido vida. Su traje, blanco y pesado, avanzaba en cámara lenta sobre el lecho marítimo, levantando nubes minúsculas de polvo.

Simón tenía casi sesenta años y era uno de los últimos exploradores humanos que quedaban en Marte. Había llegado con la segunda oleada de colonizadores, cuando aún se creía que el planeta podría convertirse en un nuevo hogar. Ahora, tras décadas de decepción y soledad, Marte era apenas un museo gigantesco de sueños fracasados.

Se detuvo junto a una formación rocosa que se alzaba como una columna hacia el cielo. Sacó cuidadosamente de su mochila una pequeña caja de metal oxidado, colocándola en el suelo con delicadeza. La abrió con gesto pausado, como quien cumple con una ceremonia sagrada.

Imagen: Nitrofoska
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Dentro descansaba un viejo reproductor musical, una reliquia terrestre. Lo activó y, tras un breve zumbido estático, comenzó a sonar una canción, dulce y triste, que rompió inesperadamente el silencio desolado del mar muerto.

Simón cerró los ojos mientras la melodía se extendía por el paisaje vacío, recordando tardes de verano en la Tierra, noches cálidas, risas olvidadas. La música flotaba extrañamente bajo aquel cielo distante, resonando sobre el mar seco como si este despertara lentamente de un largo sueño.

Entonces ocurrió.

Primero fue un leve temblor bajo sus pies. Simón abrió los ojos, sorprendido, mirando en todas direcciones, preguntándose si aquello sería real o solo un truco cruel de su memoria agotada. Pero no era imaginación: la superficie árida y agrietada empezó a vibrar con suavidad, como respondiendo a la música.

Observó con asombro cómo el polvo que cubría el antiguo fondo marino comenzaba a elevarse, flotando en espirales lentas que imitaban el movimiento perdido de las corrientes marinas. Poco después, escuchó algo increíble: era un sonido lejano, profundo y envolvente, que emergía desde las entrañas del planeta. Parecía el rumor antiguo de olas inexistentes rompiendo contra costas fantasmas.

Perro permaneció inmóvil, atrapado entre la maravilla y el miedo, incapaz de apagar la canción que resonaba ahora con fuerza por todo aquel paisaje desolado. De pronto comprendió que, sin querer, había despertado algo dormido en las profundidades del mundo muerto.

El polvo a su alrededor giró con más fuerza, formando siluetas extrañas, sombras fugaces que parecían danzar al ritmo de la música terrestre.

La vibración se hizo intensa, tangible, y del fondo del antiguo mar comenzaron a surgir siluetas gigantescas, criaturas espectrales que se elevaban lentamente, translúcidas y majestuosas. Eran imágenes de antiguas bestias marinas marcianas, enormes y magníficas, renacidas por un instante de la memoria planetaria.

Simón, atónito y fascinado, vio cómo aquellos seres fantasmas giraban en un elegante ballet sobre la superficie muerta, al compás de la melodía humana que se entrelazaba con la voz profunda del mar resucitado. Sintió lágrimas calientes recorriendo sus mejillas, derritiendo el frío acumulado por años de aislamiento.

La música terminó al fin, y las criaturas se detuvieron, contemplando al hombre pequeño y frágil que había devuelto, aunque brevemente, vida a su mundo olvidado. Luego, lentamente, se desvanecieron en el aire, dejando tras de sí solo polvo, silencio y el eco débil de una canción que ya nunca sería olvidada.

Simón Perro apagó el reproductor con manos temblorosas. Respiró profundamente, como si temiera que al exhalar todo aquello desapareciera. El silencio volvió, pero no era el mismo: en él había una vibración nueva, sutil, como un corazón que aún no sabe que late.

No dijo nada. Solo permaneció allí, quieto, mientras el planeta lo envolvía despacio, como si por fin lo aceptara entre sus ruinas.

©Nitrofoska

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