jueves, 23 de enero de 2025
miércoles, 22 de enero de 2025
TEASER DE «LOS PÁJAROS»
Hola, androides. Os traigo un teaser de «LOS PÁJAROS», uno de los vídeos que presentaremos este sábado 25 en el evento LITERACCIÓN, en Tiki-Volcano. ¡Hasta pronto!
lunes, 20 de enero de 2025
EN LA ERA DE LA IA: LITERACCIÓN
sábado, 18 de enero de 2025
LO MEJOR
Pilotas la ciudad en busca de lo mejor,
el bocado más tierno,
mensajes subliminales
que se autodestruyen
cuando te acercas al epicentro del sismo.
En el cráter del volcán se funden,
tú te fundes,
se funde tu mundo como el maullido de un gato
cuando aún no ha amanecido,
con bigotes recortados,
el gato,
y en general todo lo que tocas
y todo lo que miras y lees
y todo lo que te metes está cortado
por la indiferencia abstracta,
por la sublime mordaza,
por el acantilado que te abraza,
que te abrasa,
que agazapado busca su baza,
que siembra de trampas mortales
cada fin de semana,
que te ampara cerrando el nudo,
que te da un refrescante latigazo
de burbujas azules y yo acudo
al azote,
cómo no,
acudo y hierves,
y lo hacemos como tigres,
como animales desnudos
con imanes y garras,
libres de toda autoridad
escapamos de la gente,
libres de todo lo que nos rodea y nos aprieta
y nos vigila,
libres,
libres,
organismos
de mirada serena.
A veces lo mejor.
jueves, 16 de enero de 2025
martes, 14 de enero de 2025
⇨25 DE ENERO 2025⇨⇨⇨
➡En 1912 no pudiste acudir a las tertulias del futurismo en Moscú.
➡En 1917 no pudiste alternar en los cafés dadaístas de Zúrich y París.
➡En 1938 no pudiste asistir a las reuniones del postmodernismo en Mexico D.F.
➡Ni a las largas charlas del Realismo Mágico en Barcelona o El Caribe en 1970.
Pero ahora sí puedes asistir a LITERACCIÓN. Su poesía, sus vídeos, sus canciones, su manifiesto. 2025, Madrid.
El mundo está cambiando rápido, el arte y la literatura aún más rápido.
Compruébalo. Vívelo. ¿Te lo vas a perder también?
⇨Coordenadas:
25 de enero 2025, 19h. Tiki-Volcano, Manuela Malasaña 20, Madrid.⇦
lunes, 13 de enero de 2025
domingo, 12 de enero de 2025
viernes, 10 de enero de 2025
miércoles, 8 de enero de 2025
LOS MUY QUEMADOS
3 de enero
En el Café Santos, entre mesas cojas y vasos de café frío, se gestó la idea. Ulises estaba de pie, como siempre, gesticulando con la intensidad de alguien que lleva demasiado tiempo encerrado consigo mismo. León escuchaba desde su silla, con el cigarro a medio consumir en los labios, mientras el narrador —es decir, yo— observaba desde su rincón habitual.
—Es perfecto. Mira, tenemos las palabras, tenemos algo que decir, ¿por qué no lo hacemos con música? —replicó Ulises, golpeando la mesa con la palma de la mano.
—Porque no sabemos tocar —respondió León, sin perder la calma, mientras exhalaba una bocanada de humo.
Ese detalle, que habría sido suficiente para detener cualquier otro proyecto, no pareció importarle a Ulises. Había algo en su forma de hablar, en la chispa que le iluminaba los ojos, que hacía que sus ideas, por absurdas que fueran, parecieran posibles.
—El punk no va de tocar bien. Va de gritar lo que otros no se atreven a decir. Y nosotros tenemos mucho que gritar.
León soltó una carcajada breve, más parecida a un bostezo. El café estaba casi vacío, excepto por una pareja en la esquina que discutía en voz baja y el camarero, que secaba vasos con una paciencia infinita.
—Está bien, digamos que lo hacemos. ¿Qué nombre le ponemos a la banda? —preguntó León, dejando caer su cigarro en el cenicero con un gesto teatral.
Ulises miró por la ventana, hacia la calle gris y las sombras que se deslizaban bajo la lluvia.
—Los Hijos del Horizonte —dijo, casi en un susurro.
León arqueó una ceja, como si le hubieran contado un mal chiste.
—Es demasiado poético. Suena a un libro que nadie quiere leer —replicó, con esa mezcla de sarcasmo y sinceridad que le caracteriza.
Ulises se encogió de hombros.
—Entonces propón tú algo mejor.
León bebió un sorbo de su café frío, se limpió la comisura de los labios y respondió con una sonrisa.
—Los Muy Quemados.
Hubo un silencio breve, cargado. Lo suficiente como para que el camarero levantara la mirada y la bajara de nuevo. Ulises parecía dispuesto a discutir, pero luego asintió.
—Sí. ¿Por qué no? Es lo que somos.
Yo, desde mi rincón, no pude evitar reír en voz baja. La idea de montar una banda de punk con nuestras habilidades limitadas era, por supuesto, ridícula. Pero llamarnos Los Muy Quemados la hacía perfecta.
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4 de enero
El primer ensayo fue un caos absoluto. Nos reunimos en un local de paredes agrietadas alquilado por horas a las afueras del barrio. El suelo estaba cubierto de botellas vacías, cables viejos y algo que sospechosamente parecía moho. La batería, donde acabé sentado por descarte, estaba incompleta y cojeaba como si fuera a desmoronarse al primer golpe.
Ulises afinaba el bajo soltando maldiciones, mientras León, por su parte, sostenía una guitarra prestada que en sus manos parecía más un adorno que un instrumento real.
—¿Alguna vez has tocado algo? —preguntó León, ajustando las cuerdas con torpeza.
—¿Alguna vez has hecho algo bien, cualquier cosa? —respondió Ulises, sin levantar la vista.
—Tranquilos, virtuosos —interrumpí desde la batería, probando un golpe que sonó como un disparo apagado.
La primera canción ni siquiera tenía estructura. Ulises marcó un ritmo improvisado con el bajo, León lo siguió con acordes disparejos, peleados entre sí. Yo, detrás de ellos, simplemente intentaba mantener el tiempo, aunque el pedal del bombo insistía en quedarse atascado. Y, sin embargo, había algo en el caos que nos hacía avanzar.
Cuando terminamos, jadeantes y cubiertos de sudor, León rompió el silencio.
—Bueno, esto ha sido un horror —dijo, encendiendo un cigarro.
—Pero ha sido nuestro horror —replicó Ulises, con una sonrisa torcida.
5 de enero
El segundo ensayo no fue mejor en lo técnico, pero sí más revelador. León llegó con un cuaderno lleno de letras garabateadas. Algunas páginas habían sido tachadas con tanta furia, que estaban despedazadas, hechas jirones. Ulises echó un vistazo y arqueó las cejas.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Las letras —contestó León.
Había una que hablaba de noches sin fin y ciudades que se derrumban bajo el peso de las promesas incumplidas. Yo la leí en voz alta, tambaleándome con algunas palabras. Ulises negó con la cabeza.
—Es demasiado… elegante. Esto es punk. Tiene que ser más directo, más crudo.
León suspiró y arrancó la página. Volvió a escribir, esta vez con movimientos bruscos, casi violentos. Cuando terminó, me pasó la hoja. La letra era más corta, más directa, como un puñetazo en el estómago. La leímos juntos. Había algo en esas palabras que resonaba con una increíble energía condensada, un grito al fin desbocado.
El ensayo continuó. Ulises marcó un ritmo básico con el bajo, León rasgó la guitarra con furia desordenada y yo intenté seguirlos desde la batería, golpeando con más entusiasmo que precisión. Por primera vez, empezábamos a sentirnos como una banda, aunque fuera solo por momentos. El ruido que hacíamos ya no era solo caos, lo guiaba un destello de intención.
Al terminar el ensayo quedamos exhaustos, pero algo había cambiado. Nos miramos en silencio, como si compartiéramos un secreto que no podía ser expresado con palabras.
—Esto va en serio, ¿no? —pregunté.
—Eso parece —respondió Ulises.
7 de enero
El tercer ensayo fue distinto. Por primera vez, algo encajó. León llegó con la guitarra afinada, una proeza de la que hasta él parecía sorprendido, y Ulises había encontrado un ritmo que podía sostenerse por más de unos pocos segundos. Yo, desde la batería, comencé a sentir el tempo, como si ese ruido caótico comenzara a tener un pulso propio.
—Esto empieza a parecer música —dije, dejando caer las baquetas.
León soltó una carcajada seca.
—No exageres.
Pero había algo en su mirada que decía lo contrario. Seguimos tocando hasta que nuestras manos estuvieron demasiado doloridas y entumecidas para poder continuar. No éramos buenos, ni siquiera decentes, pero algo en ese local, rodeados de grafitis y cables quemados, nos hacía sentir invencibles.
Antes de irnos, Ulises habló:
—Necesitamos un concierto. Algo pequeño, pero real. Una excusa para gritarle al mundo.
León y yo nos miramos, sorprendidos, pero no replicamos.
Caminamos juntos bajo el cielo nublado, con una energía arrolladora que sabía a promesa. Los Muy Quemados estaban listos para el incendio.
©Nitrofoska
LOS POETAS DEL BARRIO
o en este ENLACE
martes, 7 de enero de 2025
domingo, 5 de enero de 2025
sábado, 4 de enero de 2025
LITERACCIÓN EN TIKI-VOLCANO
Hola, androides. Hoy os traigo la foto de un antepasado analógico que mis amigos Miguel y Julia, comandantes de la nave Tiki-Volcano, han rescatado de las sorpresivas callejuelas del Rastro. Una enorme alegría me embarga. Formará parte destacada de mis exiguos archivos familiares.
Decirles también que MUY PRONTO la nave Tiki-Volcano acogerá el evento LITERACCIÓN. Les iré hablando de ello. De momento, a disfrutar del invieRRnO!
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jueves, 2 de enero de 2025
miércoles, 1 de enero de 2025
LOS POETAS DEL BARRIO
León asegura que ese grafiti lo hizo un poeta. Dice también que alguna vez lo conocimos, que incluso compartimos tragos con él en este mismo café. Ni Ulises ni yo recordamos nada de eso. León insiste en que el grafiti no es un simple acto de rebeldía juvenil. No, según él es un manifiesto. ¿De qué? Nunca acaba por explicarlo. León tiene la manía de hablar como si conociera verdades secretas, siempre dejando algo a medias, como si nos hiciera un favor al ocultar detalles.
Hoy, mientras bebíamos café aguado y debatíamos la mejor manera de colarnos en el edificio antes de que lo demolieran, alguien entró al café dejando un rastro de lluvia en el piso. Era un hombre alto, envuelto en un abrigo gris. Lucía una cicatriz en el cuello que se ramificaba como un mapa secreto. Se sentó en la barra y pidió un brandy. Eran las diez de la mañana. Ulises dijo que era un inspector del gobierno; León aseguró que era un poeta.
—¿Por qué un poeta? —pregunté.
—Por la cicatriz. ¿Qué otra cosa puede ser?
León tiene teorías para
todo. Dice que los poetas llevan cicatrices porque se las hacen ellos
mismos, con palabras, con noches en vela, con amores que no soportan
el peso de sus propios sueños. Dice que no hay poeta sin una herida,
visible o no, y que el grafiti en el edificio lo confirma. Cuando le
pregunté si él mismo tenía alguna cicatriz, desvió la
conversación con una sonrisa que no supe interpretar.
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El café estaba casi vacío. León llegó tarde, como siempre, con el pelo revuelto y el abrigo empapado. Ulises ya estaba ahí, absorto en un libro pequeño que decía haber tomado «prestado» de un vendedor ambulante. Nunca paga por libros, dice que la poesía no debería tener un precio. Cuando León se sentó, le arrebató el libro de las manos y lo hojeó con la curiosidad impertinente de un niño desarmando un juguete.
—Esto es basura —declaró.
—Es de un poeta de verdad —replicó Ulises.
—¿Qué significa ser un poeta de verdad? —pregunté, sin esperar respuesta.
León dejó el libro sobre la mesa, tan cerca de mi taza que las gotas del borde lo alcanzaron. Se inclinó hacia nosotros con la mirada encendida, como si estuviera a punto de revelarnos un secreto que llevaba mucho tiempo guardando.
—Hoy entramos al Horizonte. Si no lo hacemos ahora, no lo haremos nunca.
El café de pronto quedó en silencio. Al fondo, en la radio, sonaba una canción vieja que hablaba de caminos y despedidas. Ulises asintió primero. Yo también. León sonrió como si acabara de vencer en un juego cuyo resultado le es indiferente.
Nos levantamos juntos, dejando unas monedas en la mesa. Afuera, la lluvia persistía. La calle olía a tierra mojada y a algo más, algo que en aquel momento no supe identificar pero que ahora reconozco: el olor de los recuerdos que están a punto de ser enterrados.
El Horizonte, visto de cerca, es menos majestuoso de lo que imaginaba. Desde fuera parece un titán abatido, pero por dentro no es más que un esqueleto hueco, un eco de algo que alguna vez tuvo vida. Las paredes están cubiertas de símbolos que no alcanzo a descifrar: rituales de furia, quizá, o de desesperación. León caminaba delante, guiado por un rastro invisible. Ulises soltaba maldiciones cada vez que el suelo crujía.
Llegamos a una sala amplia, oscura, con un ventanal roto que dejaba entrar la luz gris de la tarde. El aire estaba cargado de humedad y un olor indefinible, una mezcla de polvo y algo que no pude identificar. León encendió una linterna. En el centro de la sala, destacaba un círculo dibujado con pintura roja. Dentro del círculo había un cuaderno. León se inclinó para recogerlo, pero la mano de Ulises lo detuvo en seco.
—No toques nada. Esto no es un juego —dijo con firmeza.
León lo ignoró. Con una sonrisa casi infantil, tomó el cuaderno y comenzó a leer en voz alta. Las palabras, caóticas y delirantes, rebotaron contra las paredes. Ulises lo observaba con desconfianza. Yo me quedé quieto, atrapado entre el deseo de huir y la imposibilidad de hacerlo.
Cuando León terminó de leer, el silencio se hizo denso, nos faltó el aire. Ulises fue el primero en respirar.
—¿De quién es esto? —preguntó, con la voz más baja de lo habitual.
León cerró el cuaderno y lo guardó en su mochila. Luego nos miró a ambos, con una sonrisa que no supe interpretar.
—Es nuestro —dijo.
No encontramos al poeta. Solo rastros: cenizas de cigarro, marcas de vasos en las superficies corroídas por el tiempo. León se dedicó a inspeccionar cada detalle, como si pudiera hallar respuestas en las quemaduras dispersas. Ulises, en cambio, buscaba algo concreto entre los papeles desparramados por el suelo. Yo me quedé junto al ventanal roto, mirando cómo la ciudad vivía indiferente, ajena al naufragio de aquel espacio.
—Tal vez nunca existió —dije, más para mí mismo que para ellos.
—No digas estupideces —respondió León sin alzar la vista.
El silencio volvió a instalarse entre nosotros. Pero entonces, Ulises encontró algo: una libreta, maltratada por el tiempo, con las esquinas dobladas y manchas de café. En la primera página, con letras tambaleantes, se leía: «Esto no es poesía. Es todo lo que me queda».
León leyó esas palabras en voz alta, como si cargaran el peso de un epitafio. Luego, cerró la libreta con cuidado y la dejó sobre la mesa. Se levantó, y sin mirar a nadie, dijo simplemente:
—Ya basta.
Salimos en silencio. Afuera, la lluvia había cesado, pero el aire seguía cargado de humedad. Caminamos sin rumbo fijo, sin decir nada, sin hablar.
El Horizonte cayó el lunes. Entre la multitud, algunos miraban con morbo, otros con una nostalgia inexplicable. León no apareció. Ulises y yo observamos cómo los muros se desmoronaban entre nubes de polvo y se elevaban al cielo como un lamento, intentando escribir en el viento algo que nadie parecía capaz de leer: «Estuvimos aquí».
Ulises, con los ojos fijos en el vacío que dejó el edificio, murmuró:
—No se ha borrado. Sigue ahí.
Por un momento, creí que era cierto. Aún lo creo.
©Nitrofoska
EL EXPERIMENTO
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