lunes, 19 de mayo de 2025

SALTO

Hola, habitantes. ¿Cómo se presenta la semana?

Foto: Desconocidx
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domingo, 18 de mayo de 2025

VIAJE A LA LUNA EN FAMILIA (IV)

 Imagen: Nitrofoska
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Fragmento 4:

Nunca supe cómo funcionaba. Él sí. Movía las órbitas con los dedos, dibujaba trayectorias imposibles, usaba planetas como si fueran piezas de un tablero secreto. Yo me limitaba a observar. El pequeño —ese niño callado— no era como nosotros. Llevaba otro tipo de polvo en la piel. Algo más antiguo, más profundo.

No decía nada, pero cada gesto suyo transmitía una intención. En sus manos nacía el lenguaje. En sus ojos, anillos.

Papá lo justificaba: en los nacimientos orbitales, decía, el tiempo se pliega distinto. Todo llega, con paciencia. Mamá no decía nada. Ella ya lo sabía.

Una vez me acerqué demasiado. Él me mostró una luna: vacía, temblorosa. Dijo que allí iba a dormir. Que al despertar, las cosas cambiarían.

O quizá ya despertó, y su sueño es lo que ahora habitamos.

©Nitrofoska

sábado, 17 de mayo de 2025

VIAJE A LA LUNA EN FAMILIA (III)

 Imagen: Nitrofoska
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Fragmento 3:

Ella no necesitaba traje. O lo había absorbido. Su respiración era interna, pausada, como la de los cuerpos en hibernación lenta. Se sentaba en los bordes de los satélites como si fueran bancos en una plaza. A veces me miraba. A veces no.

Papá le traía cosas: rocas raras, aparatos que ya no funcionaban, criaturas dormidas. Ella decidía si valían la pena. Algunas las guardaba en su vientre translúcido. Otras las devolvía con una sonrisa que no conocía gravedad.

Yo solo quería que dijera mi nombre. Una vez creí que lo susurraba, pero no era el mío. Era el de algo más antiguo. Algo que aún no había nacido.

©Nitrofoska

jueves, 15 de mayo de 2025

AMISTAD

Hola, buenos días. A disfrutar.

Imagen: @deadmanipulations
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miércoles, 14 de mayo de 2025

DÍAS PARES, DÍAS IMPARES

Poema e imagen: Nitrofoska


Los días impares las comadrejas muerden más duro,
con más nervio,
con más ganas,
mandíbulas para triturar dedos y falanges.

Los días pares haces torrijas de leche
y el día se desliza sobre raíles de mantequilla dulce,
muy dulce,
a tu vera.

Los días impares un pensamiento náufrago
se apodera de ambos. Dos náufragos.
Dos balsas amarradas con esparto y algunas cuerdas deshilachadas
y raídas,
poca cosa para ese mar tan bravío
que promete acabar con nuestros sueños.
Acabar con nosotros,
a secas.

Los días pares las tostadas crujen entre tus dientes
con ritmo despreocupado,
sin llamar a la puerta,
y se quedan a vivir en algún lugar entre tus labios
y tus encías y tu lengua.
Eso es una gran parte de lo que buscabas,
de lo que anhelabas, de lo que siempre quisiste sentir.
Y yo contigo.

Finalmente ruedas.
Te desprendes y giras de un lado a otro,
a gran velocidad,
sin pensar en el lugar de destino,
sin pensar en nada.
Es un acto reflejo que te inunda igual que en los días pares,
pero hoy te inunda de manera impar.

Y el tren va a descarrilar.

Y las comadrejas
y las tostadas
y los náufragos
y las torrijas de leche
te miran desde un rincón
polvoriento del olvido.

Música celeste.
Cantos de sirena.
Promesas y descalabros
se suceden.
Procura cerrar la puerta cuando salgas,
si es que finalmente decides salir.

Pero escucha,
esta noche voy a cocinar unas croquetas de bacalao.
Pares o impares,
la verdad es que no sé cuántas me saldrán.
¿Te quedas a cenar?

© Max Nitrofoska

martes, 13 de mayo de 2025

VIVOS

Hola. ¿Seguís vivos?

Foto: Danielle Form
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lunes, 12 de mayo de 2025

UN RELATO SOBRE EL CAPITANO CLAUDIO

Hola, androides. Buscando entre algunos archivos he encontrado un relato que escribí en los primeros días de este siglo sobre el Capitano Claudio. Un saludo, Capitán.

EL CAPITANO CLAUDIO

La redacción de Der Valle-Bote Zeitung, El Mensajero del Valle, estaba repleta de cañas de pescar, arpones, sogas, mandíbulas de tiburón y peces disecados, entre ellos un gigantesco pez espada. Vestigios de las correrías del Capitán.

Mi jefe, el redactor y propietario de la revista al que todos llamaban Capitano Claudio era un viejo lobo de mar que tenía la costumbre de ronronear, gruñir y blasfemar mientras escribía en su cuaderno de hojas cuadriculadas.

En la redacción del Valle-Bote podías encontrar al Capitano a todas horas, con sus dos metros de altura y sus cien kilos de peso, sentado sobre una minúscula silla con un bolígrafo de plástico atrapado en su robusta manaza y un cuaderno apoyado sobre los pies desnudos, escribiendo inclinado, como si estuviera buscando entre sus pies algo perdido en un naufragio.

El Capitano escribía todos y cada uno de los artículos que publicaba la revista, y los firmaba con diferentes seudónimos, así es que cuando alguien se personaba para protestar o directamente abofetear al autor de los insultos, difamaciones, burlas o atropellos, el Capitano Claudio le decía desde su minúscula silla que el autor de dicho artículo era un anciano que vivía en la montaña y no quería ser molestado. Después atendía amablemente las protestas del damnificado y le deseaba buenos días diciendo que ya se sabe, que con estos viejos locos que vienen a perderse en islas remotas hay que tener un poco de paciencia.

Cuando nos quedábamos a solas, el Capitano estallaba en una sonora carcajada y descargaba el puño derecho sobre su manaza abierta, mientras repetía una y otra vez en español:

—Esto hacer verr, Max, esto hacer verr.

Sin que nunca llegara a explicar qué era lo que nos hacía ver aquello.


Imagen: Nitrofoska
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A primera hora de una tarde de enero especialmente calurosa, una de esas tardes de calima con viento sahariano cargado de arena, un chico alemán entró en una cafetería del puerto y le dijo a la camarera, una bonita muchacha de melena rubia y piel tostada, que estaba locamente enamorado de ella, que prefería poner fin a sus días antes de seguir soportando la angustia que le producía su rechazo.

Debió decirlo acodado en la barra, inclinando la cabeza hacia adelante, viendo pasar ante sus narices un café tras otro, los cafés que ella estaba sirviendo sin prestarle la más mínima atención.

En el puerto la gente comentaba lo sucedido a gritos. Cuando Florian hubo terminado de declarar su no correspondido y desbordado amor a la bonita muchacha de larga melena y piel tostada, se subió a la azotea de un edificio en obras contiguo a la cafetería y se arrojó al vacío, gritando a pleno pulmón sobre la sahariana tarde que envolvía el pueblo: "Ich liebe dich". Te quiero. Algunos decían que Florian había gritado: "Tú eres mi único amor". Otros: "Me mato porque no puedo tenerte". El viejo Isaías decía que el chico gritó "Banzai".

Caminé hasta la redacción de Der Valle-Bote y me encontré al Capitano escribiendo, inclinado hacia el suelo. Le conté lo ocurrido pocos minutos antes en el puerto.  Cuando acabé, me miró deteniendo su bolígrafo de plástico y ladeando la cabeza.

¿Y ha muerto? ¿El chico ha muerto?

Le dije que no, que la ambulancia se lo había llevado con las piernas partidas, y también los brazos, y algunas costillas, o todas, dependiendo de la versión.

El Capitano se puso en pie, levantó los brazos hasta la altura de la cabeza con el bolígrafo de plástico en la mano y dijo mirándome serio, concentrado, con sus ojos azules cruzados, como si una bruma espesa y turbia le impidiera mirar al frente:

Esto hacer verr, Max, esto hacer verr.

El Capitano Claudio se sentó despacio, posando con delicadeza su gran cuerpo sobre el diminuto taburete, arrancó de un certero y comedido zarpazo las hojas de su cuaderno que ya habían sido escritas, las dejó caer a un lado y empezó una nueva página con cuidada caligrafía, doblando con un suave respingo cada coma, y diciendo a cada rato:

Esto hacer verr, Max, esto hacer verr.

Sin que al final acabara por explicar qué era lo que nos hacía ver aquello.

***

Un dibujo de una señal de tráfico, como las que indican que por la zona son frecuentes los desprendimientos de piedras ilustraba la portada del nuevo número de Der Valle-Bote Zeitung. Con la diferencia de que en el interior de la señal que aparecía en la portada de la revista, en lugar de un montón de piedras se veía la silueta de un hombre cayendo al vacío.

Un hombre bien empalmado, con aquello tan tieso como una antorcha, y tan grande que casi hubieras preferido que te cayera encima con todo su peso a que te alcanzara con aquel trabuco. El titular decía algo así como: "No se despisten con los baches que hay en el pueblo. Miren hacia arriba: Peligro, hombres enamorados".

Al día siguiente, cuando fui a la redacción a tomar el primer café del día me encontré con Florian sentado frente a la puerta en una silla de ruedas cromada con las palmas de las manos sobre los muslos, inmóvil, mirando fijamente al Capitano.

Le saludé y traté de charlar un rato con él. Pero Florian me contestaba con monosílabos, dedicándome cada vez una breve mirada y la mejor de sus sonrisas forzadas, tras lo cual volvía a girar la cabeza para seguir observando al Capitano Claudio, que se encontraba como si una medusa le cubriera el cuerpo, rascándose a la par con el bolígrafo de plástico y con su gran mano de marinero.

***

Cuando volví por la tarde ahí seguía Florian. Quieto como una estatua.

El Capitano Claudio se movía de un lado a otro a trompicones, con la cabeza gacha, los ojos desorbitados y los dedos de sus pies descalzos agarrotados, como un ave que ha caído del nido y no sabe a qué rama asirse.

Le pregunté a Claudio qué estaba sucediendo, y él se acercó a mí arqueado y de puntillas, como un gatito, juntando las palmas de las manos como si fuera a ponerse a rezar, con sus vivos ojos azules azuzados por el miedo, el desconcierto y el orgullo, incapaces de pedir perdón.

Balbuceó algo despacio, procurando parecer sereno. Algo como: "No sé qué quiere de mí, yo no le he hecho ningún daño, el que ha tenido el accidente ha sido él, yo no lo puedo remediar".

Eso de "El accidente lo ha tenido él" resultaba algo insólito saliendo de su boca. En un estado normal, el Capitano Claudio habría dicho: "No he sido yo el que se ha tirado de un cuarto piso." O: "No ha sido a mí a quien han dado calabazas." O: "Yo no me he despeñado como una cabra sólo porque una chica no quiere tomar café conmigo".

En ese momento alguien tendría que haberle dicho al Capitán: "Esto nos hace verr, Capitano, esto nos hace verr".

***

Florian seguía ahí al día siguiente, sentado en su silla cromada con las manos sobre los muslos y sus ojos limpios, aniñados y tibios observando al Capitán.

La gente entraba y salía de la redacción, pero a diferencia de lo que era habitual, el Capitán se aferraba al recién llegado y le contaba mil historias sin sentido o le hacía una tras otras un sinfín de preguntas inconexas. Temía quedarse solo, en silencio, sentir la presencia de Florian, su mirada volátil y serena, sus manos en reposo y su cuerpo fracturado y lleno, rebosante de sensato desequilibrio mental.

A última hora el Capitano Claudio, Florian y yo nos quedamos a solas. Un grueso tomo sobre técnicas de navegación cayó de la estantería.

El Capitano se tapó las orejas con las manos, como si hubiera estallado una bomba, como si todas las palabras que luchaban por salir de su cabeza hubieran aumentado de tamaño tras una detonación provocando un maremoto en el interior de su cráneo.

Entonces se lanzó contra las paredes, sacudió los arpones, metió los brazos entre las mandíbulas de los tiburones, hizo girar el timón y acarició el metal de las brújulas, como suplicándoles que le indicaran el rumbo a seguir.

El Capitano Claudio tenía metido a Florian flotando en el cerebro como una gran bola de brea fría y viscosa que poco a poco iba impregnando su cuerpo de desazón y tormento. Pensé que cuando toda esa marea de amor propio impregnara por fin sus pies desnudos la vida volvería a ser coser y cantar para el Capitano, como de costumbre. «Y no olvidarr botellla de rron, marinerro.»

***

Hacía ya dos semanas que aquello duraba, con Florian anclado en la puerta de la redacción y el Capitano descompuesto, cuando una mañana nos llegó de la imprenta el nuevo ejemplar de Der Valle-Bote Zeitung

Abrí uno de los paquetes. En la portada se veía una foto del Capitán que él mismo se hizo extendiendo los brazos y apretando el obturador con la cámara pegada a la cara y la bocaza abierta, carcajeando o cantando, o pidiendo algo a gritos en una pesadilla.

La foto estaba enmarcada por una señal como las que indican que por la zona suelen caer piedras. El titular decía: "No hagan caso ni del cielo, ni de los baches del suelo ni del infierno. Peligro: Capitán desconsiderado y cotilla. Promete pedir disculpas ante el Gran Jefe, porque de veras lo siente".

Era la forma del Capitano de pedir perdón en su barco.

Miré al Capitano Claudio, que parecía muy atareado apilando los paquetes de revistas uno encima del otro. Cogí un ejemplar y se lo di a Florian.

Toma, Florian —le dije.

Florian observó la portada un buen rato y luego leyó la revista sin atisbo de sorpresa. La leyó como si se tratara de un periódico deportivo hablando de su equipo tras un partido amistoso.

Cuando acabó, Florian me devolvió la revista.

Creo que esto es para ti, Florian.

Y Florian se fue.

El Capitano y yo acabamos de apilar los fajos de revistas, me senté sobre uno de los montones y encendí un cigarrillo. El Capitán no quiso fumar. Vi sobre sus pies desnudos una mancha oscura y viscosa, como de petróleo o brea.

El Capitano Claudio empuñó su bolígrafo de plástico y se sentó sobre su diminuta silla flexionando una pierna, mientras la otra quedaba estirada y dura, como un raíl dispuesto a soportar el paso de un tren muy pesado. Dijo hundiendo su nariz en el cuaderno:

Esto hacer verr, Max, esto hacer verr. 

©Nitrofoska

domingo, 11 de mayo de 2025

VIAJE A LA LUNA EN FAMILIA (II)

 Imagen: Nitrofoska
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Fragmento 2:

A veces se alejaba sin razón. Flotaba entre restos de estaciones, paneles rotos, un ala oxidada que ya no recordaba a qué nave había pertenecido. Decía que estaba comprobando trayectorias, pero yo sabía que no. Papá necesitaba espacios donde no estuviéramos nosotras.

Desde lejos parecía otra cosa. Una figura sin nombre, más señal que cuerpo. A veces me hablaba sin encender la radio. Solo con gestos. Yo fingía entenderlo. Supongo que eso nos mantenía unidos.

No sé si él sabía volver. A veces pienso que solo lo hacía porque nosotras seguíamos ahí. O porque la órbita lo arrastraba como una falsa promesa.

©Nitrofoska

sábado, 10 de mayo de 2025

VIAJE A LA LUNA EN FAMILIA (I)

 Imagen: Nitrofoska
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Fragmento 1:

Papá dijo que era seguro. Que la escafandra tenía filtros nuevos y que los organismos gelatinosos no eran agresivos, solo curioseaban a su alrededor. Pero yo lo vi, vi cómo se movían, cómo vibraban cuando alguien los miraba fijamente. Mamá no hablaba. Se limitaba a registrar. Sus manos extendidas como antenas. Yo flotaba a su lado, fingiendo que jugábamos. Como antes, cuando la gravedad era más clara y el silencio no dolía.

No fue un paseo. Fue un descenso. Algo así como entrar en una memoria ajena. Y al fondo, entre burbujas de gas fosilizado, vimos la primera puerta. Tenía forma de hueso. Papá dijo que no tocáramos nada. Mamá ya lo había hecho.

©Nitrofoska

viernes, 9 de mayo de 2025

CAPITANO CLAUDIO

Acabo de saber que ha fallecido el Capitano Claudio. Una gran tristeza me invade. Trabajé en su muy particular revista Der Valle-Bote Zeitung (El mensajero del Valle)  durante cuatro años. Muy bonitos años, intensos, soleados, marítimos.

Un apunte que en su momento escribí en mi blog:

Der Valle-Bote Zeitung es una revista alemana que se edita en La Gomera, una isla perdida en el océano Atlántico. La redacción, repleta de cañas de pescar, arpones, sogas, mandíbulas de tiburón y peces disecados —entre ellos un gigantesco pez espada—, conserva los vestigios de las correrías del Capitán.

El redactor jefe y director de la revista es el capitán Klaus, que se hace llamar Capitano Claudio. Es famoso en la isla y en Alemania por sus vueltas al mundo a bordo del Triana, un velero de hierro fundido de doce metros de eslora. El Capitano prefirió establecer la redacción de la revista en Valle Gran Rey, un pequeño puerto de la Gomera. Desde allí vendíamos revistas en el archipiélago canario, en Alemania, Austria y Suiza. 

Feliz vuelo, Capitán, siempre en mi memoria, y a buen seguro en la de mucha otra gente de la isla.

El Capitano Claudio, en una de las portadas 
de su mítica revista Der Valle-Bote Zeitung

jueves, 8 de mayo de 2025

POLVO DE ETERNIDAD

Buenos días, androides. Para celebrar el segundo aniversario de mi libro Radical indefinido, hoy les traigo completo el primero de sus relatos, Polvo de eternidad. Magníficamente ilustrado por la artista Marta Gómez-Pintado. Que ustedes lo disfruten.

POLVO DE ETERNIDAD
©Nitrofoska

El tiempo es relativo. Al pasar junto a la cola que se había formado a la puerta de un mercado escuché esta frase. Y es cierto, me dije, el tiempo es muy distinto cuando paseas disfrutando de la brisa del atardecer, a cuando esperas triste y agotado en una larga fila a que abra la tienda tu carnicero. El tiempo es así, caprichoso, relativo y cabrón. Porque en tu tiempo humano un año es un periodo de tiempo importante, pero abarcable, y sin embargo para una mariposa un año es un abismo, su vida se extingue en un solo día. Lo de cabrón lo digo porque después de todo es el tiempo el que te mata. Acaba contigo. Así de cabrón es el tiempo.

Por la noche, tumbado en la cama tras un día anodino y gris, esa sencilla frase que había escuchado en la calle, el tiempo es relativo, cruzó mis pensamientos para dar un vuelco definitivo a mi vida y cambiarla para siempre.

El tiempo es relativo. El tiempo es relativo. El tiempo, es, relativo. Primero una vez, luego otra y al rato una tercera y una cuarta vez, hasta instalarse sin remedio en mi cabeza. Ese eco, que se repetía incesante, me tuvo varias semanas tumbado en la cama, inmóvil, sin casi respirar ni alimentarme. El tiempo dejó de ser para mí no ya relativo, sino inexistente, ya que estuve a punto de morir de inanición y éxtasis reflexivo; dando vuelta a los segundos, a los minutos, a todas las situaciones posibles en las que el tiempo supuestamente se dilata o por el contrario se convierte en un tenue suspiro; analizando el devenir, el alcance del futuro, el peso del pasado y su posible retorno, el tiempo metafísico, su relación con el espacio, el tiempo que podemos acotar con un cronómetro y el que se nos escapa entre los párpados cada día. El tiempo, el tiempo, ese tiempo, como en un reloj de arena, se fue posando primero en mi mente, y después, bajo la forma de un sutil polvo de color dorado, sobre la superficie de mis manos, brazos, piernas, sobre la superficie de mi piel.

No me sorprendí por este hecho, me pareció natural que un pensamiento que me habitaba con semejante intensidad se materializase de alguna forma, y que lo hiciera bajo el aspecto de un fino polvo dorado me resultó de lo más hermoso y agradable.

En un principio, este polvo dorado surgió sin que me percatara de ello, pero pronto fui creándolo yo mismo con mi pensamiento, con mi obsesión crónica.

A nivel técnico resultó más sencillo de lo que nunca hubiera llegado a imaginar.

Empecé con un minuto, por jugar, como quien se tumba en la cama a hilvanar aritos y volutas de humo. Dejaba transcurrir un minuto, y cuando su último segundo expiraba, justo ahí, lo enlazaba con el primero, como en la esfera de un reloj, un minuto redondo, esférico, una luna resplandeciente. Lo tomaba entre los dedos y lo apretaba, como si fuera un moco o un trocito de miga de pan, tierna, moldeable y mía.

Poco a poco, muy poco a poco, fui aumentando la unidad de tiempo hasta llegar a un día, y luego varios días. Fue un largo, intenso e interesante proceso durante el cual mi espíritu y mi ser se fueron fundiendo con el tiempo fugitivo, me iba aproximando a la eternidad.

Imagen: Marta Gómez-Pintado
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Con el lento paso de los días tomé conciencia de un notable suceso: cuando ese polvo dorado entraba por mi nariz o por mi boca a través de la respiración, el tiempo se detenía. Entiéndase, se detenía el tiempo de mi organismo, la oxidación celular y el deterioro de mi ADN, pero no mi tiempo existencial, que seguía en paralelo sin que mi tiempo real se consumiera. Esto me fascinó, y solo por volver a experimentar una y otra vez esa nueva sensación que recién había descubierto dejé pasar varios años más, tumbado en mi cama, reflexionando sobre la relatividad del tiempo. Y degustándola.

No obstante, fue el propio polvo dorado el que me obligó a salir de mi intenso letargo. Llegó un momento en que me cubría por completo y dificultaba mi respiración, incluso nublaba mi vista. Tuve que incorporarme. Tras sacudirme el polvo, que se extendió como una alfombra centelleante a los pies de mi cama, encendí el ordenador para saber en qué fecha estábamos: ¡Era el año 2048! ¡Habían transcurrido veinticinco años! Me levanté de la silla y a tropezones me acerqué al espejo del dormitorio. Entré en el campo de visión del espejo, temeroso, con la espalda pegada a la pared, como si el reflejo fuera a golpearme. Frente a mí vi a un ser demacrado, con el pelo largo revuelto en una maraña y la barba desarreglada y tupida. Tras lavarme, cortarme el pelo y afeitarme comprobé que apenas había envejecido, aparentaba poco más o menos la misma edad que cuando me tumbé en la cama pensando que el tiempo es relativo. Al instante supe que el causante de esta asombrosa reacción, tanto temporal como física era el polvo dorado.

Eché un rápido vistazo al dormitorio. Estaba cubierto por una alfombra áurea, brillante, cegadora, que se extendía sobre la cama, sobre los armarios, las sillas, tapizando las paredes. Me hallaba confuso, no tenía una idea clara de lo que estaba sucediendo ni de lo que me rodeaba, pero supe que el polvo radiante que había nacido en mi habitación poseía cualidades sobrenaturales, divinas, que no podría deshacerme de él con un golpe de escoba o abriendo las ventanas para que volara junto a las ráfagas pestilentes de los vehículos. Mientras decidía qué hacer con él lo fui envasando.

Compré ampollas de vidrio en Amazon y el año que siguió lo dediqué a envasar el Polvo de Eternidad, como empecé a llamarlo en mis largos monólogos internos mientras reflexionaba sobre la nueva dimensión que se abría ante mí. La eternidad me hablaba, me llamaba, me susurraba al oído; era consciente de que había conseguido sintetizarla y estaba asustado, pero a la vez infinitamente satisfecho. Estuché el Polvo de Eternidad con cuidado, con mimo, y lo fui almacenando en una fresca bodega desocupada que tenía en el sótano.

Mientras tanto, mis pausadas meditaciones seguían destilando polvo dorado. Cada pensamiento se convertía en diminutas partículas de eternidad que aspiraba mientras vivía este tiempo suplementario, esta vida extra. El tiempo, entendido desde el punto de vista de la humanidad, hacía mucho que se había detenido. Mi cuerpo y mi mente viajaban a lomos de la dorada eternidad.

Pronto empecé a dar forma a mi bodega del tiempo, atesorando en cada uno de sus rincones incontables experiencias cotidianas, acontecimientos sublimes del pasado y del futuro con sus risas desbordantes y sus profundas heridas, misteriosas sagas medievales y oscuras intrigas palaciegas, dramas anónimos e ilusiones frescas e infantiles. Todo ese tiempo estuchado en mi bodega, que pronto se convirtió en un almacén en el que se podrían haber vivido mil realidades distintas en un mismo cuerpo. Sí, amigos míos, a mi disposición se encontraban las partículas elementales de la eternidad. Había conseguido sintetizarlas, aislarlas y envasarlas en pequeñas burbujas de vidrio herméticas. Las repasaba una y otra vez, escuchando sus conversaciones, su música, sus pasos en la noche, sus desafíos y sus duelos a la luz del sol, su ternura y su violencia inusitada; saboreaba sus manjares y escupía su bilis inmunda, todo a la vez, simultáneamente, en un interminable y atronador coro de voces asincopadas.

Una vez que mi bodega quedó colmada y tuve el tiempo a mi disposición y antojo podría haberlo utilizado, salir a la calle y vivirlo durante siglos, o incluso regalarlo o venderlo. Pero estaba tan fascinado por mi propio descubrimiento que pasé varios años más dedicado a él, dedicado al tiempo, a mirarlo, olerlo, sentirlo, solo eso, a envasarlo y ordenarlo desde el más antiguo al más reciente, desde el que había dejado una huella más profunda en mi recuerdo al que pasara fugaz y desapercibido, desde el tiempo que amaba y revivía una y otra vez al tiempo que trataba de olvidar sepultándolo en más polvo dorado, en toneladas de tiempo futuro que era capaz de producir sin fin.

Cuando el tiempo de la humanidad estuvo en mi poder, vacié unos granitos de polvo dorado de todas y cada una de las ampollas de vidrio en una gigantesca marmita, mezclé y removí las muestras con extremo cuidado y prendí el fogón. Un vapor espeso y brillante inundó la estancia en lentas oleadas, como un océano luminoso, vibrante y universal. Cuando el vapor, macizo, se adueñó de la totalidad del espacio y yo no pude retener por más tiempo la respiración, aspiré, aspiré todo ese humo sideral de una sola bocanada. Una bocanada larga, densa, sólida, que fue entrando en mi organismo como una cremallera metálica y bien engrasada, desde la garganta hasta los pies, y luego más allá de los pies, más allá de cualquier pedestal grecorromano, en el pasado absoluto.

Al instante visualicé la vida de miles, de millones de personas. Vidas espléndidas, entrañables y robustas, vidas radiantes, vidas audaces, vidas vulgares y sombrías. Vidas hechas jirones, vidas brumosas y lejanas, vidas próximas y pegadas a mi piel. Vidas que respiraban con dificultad y vidas que alimentaban huracanes, vidas en conserva, en formol, enfrascadas y caducas, vidas sembradas de obstinación y perseverancia. Vidas marcadas por la casualidad y el azar, vidas infinitas abiertas en canal desfilando por mi mente.

No obstante, el hecho de sentir de súbito ese conocimiento arrollador atravesar mi cabeza a la velocidad de la luz no fue un obstáculo para que localizara con facilidad mi pasado, mi propio pasado personal que se abría camino tembloroso, titilando, abrumado por el gentío que se cruzaba gritando en todas direcciones. Me agarré a él como a una barandilla en medio de una terrible tormenta y recorrí el sendero resbaloso e incierto que se abría ante mis pasos y que llevaba directamente a mi infancia, y luego, ya más despacio, como si penetrara en una región ingrávida, al útero de mi madre, al momento de mi gestación.

Cuando estuve ahí, en el útero de mi madre, tuve que tomar una decisión. Dar marcha atrás y seguir disfrutando del polvo dorado, del tiempo infinito, del tiempo envasado de incontables seres humanos o explorar lo desconocido, mi propia dimensión. Tragué aire y sin pensarlo dos veces seguí por el sendero de la cuenta atrás. No fue fácil, pero me alegro de haber tomado ese camino. Ahora estoy aquí, fuera del tiempo terrestre, fuera de lugar para los humanos, fuera de la humanidad. A bordo de un meteorito improvisado, veloz, libre e imparable. En órbita continua. Y tengo tiempo. Mucho tiempo. Tengo todo el tiempo del mundo.

24 relatos más en mi libro RADICAL INDEFINIDO. Puedes comprarlo AQUÍ 

martes, 6 de mayo de 2025

NADA DE PROVECHO

Hola, androides, a disfrutar.

Imagen: Absurda Melancolía
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lunes, 5 de mayo de 2025

RADICAL INDEFINIDO CUMPLE DOS AÑOS

Hola, androides. Hoy hace dos años tuvo lugar en la librería Arranca Thelma la presentación de RADICAL INDEFINIDO, mi libro de relatos, y tuve la suerte de ser presentado por la escritora y periodista Rocío Castrillo.

Para celebrarlo, les traigo el álbum con las fotos del evento, y en estos días les iré publicando alguno de los relatos.

Si en el más hondo interior orgánico de vuestros cuerpos sentís que os falta algo, algún pedacito de fantasía o ilusión, siempre podéis probar a leer RADICAL INDEFINIDO. Hazte con él aquí:

EUROPA:
Radical indefinido tapa blanda o edición digital en este ENLACE

AMÉRICA:
Radical indefinido tapa blanda o edición digital en este ENLACE

Con la escritora y periodista Rocío Castrillo, 
Foto: Daniel Muaré
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Foto: Negro&Blanco
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Foto: Negro&Blanco
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Foto: @abekoco
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Puedes ver el álbum completo en este ENLACE

domingo, 4 de mayo de 2025

FELIZ DÍA DE LA MADRE

Foto: Desconocidx
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sábado, 3 de mayo de 2025

ARQUIESCULTURA

Hola, sacos de tornillos. Creo que es aquí.

Imagen: @beomsikwon
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viernes, 2 de mayo de 2025

FELIZ DÍA, GATOAS!

Imagen: Nitrofoska
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jueves, 1 de mayo de 2025

RADICAL INDEFINIDO

Hola, androides. Hoy se cumplen dos años desde que recibí en casa la primera edición de Radical Indefinido, mi libro de relatos. Gracias a quienes lo leyeron, lo compartieron y lo agotaron tan rápido que hizo posible una segunda edición en poco tiempo.

Si aún no lo tienes, puedes hacerte con él aquí: 

EUROPA:
Radical indefinido tapa blanda o edición digital en este ENLACE

AMÉRICA:
Radical indefinido tapa blanda o edición digital en este ENLACE

Y a disfrutar de este hermoso día. 

Foto: Mimisme
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