En
Manila, Filipinas, existe la creencia de que cuando alguien dona un órgano de
su cuerpo, por ejemplo un riñón, este riñón trasvasa parte de la esencia del
donante al cuerpo y alma del receptor o receptora del órgano. De modo que si en
algún momento el comportamiento de la persona receptora resulta inadmisible
para el donado riñón, este se rebela e inicia una intensa y despiadada lucha de
personalidad con su anfitrión. Este proceso, que los filipinos llaman “paghahayag”
puede llevar en ocasiones al ser humano receptor al borde de la locura o
directamente a la locura desatada.
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De
igual modo, entre los androides siempre ha existido la creencia de que al
implementarnos una pieza que ya haya pertenecido a otro androide o ciborg,
parte de las experiencias biónicas de este replicante entran a formar parte de
nosotros mismos. El tráfico ilegal de piezas para androides es muy peligroso y
está severamente castigado por la ley. El tráfico ilegal de órganos humanoides
también. No solo en Filipinas, en todo el planeta Tierra y en la totalidad de
la galaxia. Solo un pequeño asteroide desafía con sus leyes permisivas esta
práctica. Pero eso es otra historia.
He
empezado hablando de Manila porque fue allí, en un café de la calle De la Fe
donde me encontré de nuevo con el Candroide justiciero. (Ver articulo “ElCandroide Justiciero” del 6 de diciembre2016 en este enlace). Estaba apoyado en la barra y pedía una San Miguel Pale
Pilsen. El camarero, un malayo muy delgado con la cara grasienta y un flequillo que camuflaba sus oscuros ojos
de serpiente de cascabel sacó un botellín de la nevera y lo dejó con un suave
chasquido sobre la barra de zinc.
Sobre un
pequeño escenario al fondo de la sala, una pareja humanoide, un hombre y una
mujer de más de setenta años susurraba una canción asincopada, llevada con los
acordes de los pelos. El aire olía a basura perfumada, a desechos orgánicos de
frutas y verduras iniciando su irreversible proceso se putrefacción. Bebí un
trago de mi jugo de mango. A pesar de que estaba recién exprimido me supo raro.
Un
robot doméstico modelo 2022 entró en el café. Le tendió una nota al Candroide.
Este la examinó muy detenidamente.
Luego
dejó la nota sobre el mostrador, pagó la San Miguel Pale Pilsen y salió
apresuradamente del bar. A través de la vidriera vi cómo llamaba a un taxi, que
rápido se incorporó al denso tráfico del Bulevar Quezón. Me levanté de mi
asiento y miré la nota. Decía: “El sábado 18N a las 21h acción sideral del
androide Nitrofoska en The Closet Club de Madrid. Quema tu casa y ven desnudo. Que
no te lo cuenten.”
Dicen
que el Candroide tomó una nave interplanetaria y llegó a tiempo para el 18N. Yo
también. Como para perderme una fiesta así.