Arturo quería llegar hasta la cruz. Lo había soñado en
muchas ocasiones. Alcanzar la enorme cruz de madera oscura que se elevaba en la
cima de la montaña y bajo cuyo halo la aldea en la que vivía quedaba protegida.
Las cosechas eran regulares y abundantes, sin gorgojo ni plagas. Las vacas
daban el doble de leche que en otros lugares, y los niños crecían sanos y
felices, con una sonrisa resplandeciente brillando en sus rostros inocentes.
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Arturo quería llegar, quería comprender. Con lo cual, tras
una larga y penosa ascensión, llegó a lo alto de la montaña e hizo una profunda
reverencia ante la cruz. Le preguntó sin palabras cuál era el secreto, por qué
su sombra, la sombra de la cruz hacía que el mundo fuera bueno, amable, cálido,
bondadoso. También le preguntó si esta bonanza duraría eternamente o se iría como
el buen tiempo. Arturo no estaba preocupado por nada en concreto, sencillamente
le parecía demasiada dicha lo que estaba sucediendo en su vida, desde que la
cruz apareció como por arte de magia en la cima de la montaña sobre cuyo valle
se extendía su aldea. También le preguntó qué o quién la había colocado ahí, de
dónde venía.
Tras un largo silencio, la cruz le contestó a Arturo: “Vengo
de la nebulosa XR54, amado ser humano. Me trajo el androide Nitrofoska. Y no sé
mucho más, porque me dejó aquí y se fue. Al parecer el 18N a las 21h tiene una
actuación sideral en el Closet Club de la calle Santa Ana. Puedes ir allí y
preguntárselo tú mismo. Yo creo que dará respuesta con sinceridad a tus
inquietudes humanoides. Y de paso dile que venga pronto a sacarme de aquí, que
no veas el frío que hace en tu pueblo, muchacho.”
Y Arturo fue al 18N.