Texto e imagen: Nitrofoska
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Fragmento 4:
La niebla me rodeaba cuando llegué. Los arcos húmedos se alzaban como el esqueleto de una ballena varada en mitad del bosque. Subí por las escaleras cubiertas de musgo y me asomé al interior: nada, solo un vacío expectante, inmóvil, casi mineral. Encontré una silla rota junto a la entrada y me senté. Esperé un rato, como si alguien pudiera aparecer y reclamar aquel espacio perdido. El silencio se volvió denso, opresivo. Pensé que aquel edificio no servía a nadie, pero comprendí que sí: servía a la niebla, que lo habitaba con la paciencia de un dios discreto. Me marché sin mirar atrás.
©Nitrofoska