El Candroide Justiciero me ha contado que en la noche del 7
de julio de 2016 vivió en Pamplona un suceso, digamos, notable. No hizo falta
que le tirase mucho de la lengua. Tras apurar su triglina y encender uno de sus
míticos cigarrillos Atómikos, el Candroide se apoyó con calma sobre el alerón
derecho de su nave interplanetaria Raptor y empezó a hablar.
"Me encontraba en la calle Paulino Caballero, cuando
entre el estruendo del día grande de San Fermín, me pareció escuchar el lamento
de un animal arrinconado."
"Se trataba tan solo de un hilo de voz ahogado por la
marabunta, pero mi instinto me hizo examinar el entorno y mis circuitos
oculares detectaron al instante a un grupo de hombres que arrastraba
violentamente a una chica dentro de un portal."
"Me preparé para lo peor. Supe que la actuación
requería de lo mejor de mis capacidades de acción. Tomé aire, denso, caliente,
como si brotara de una fuente de pacharán, y me dirigí al número 5, donde había
entrado el grupo."
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"Con la ayuda de una navaja de hoja dentada, abrí la
cerradura y entré en el portal. Estaba vacío. Se escuchaba un opaco susurro al
fondo. Tras atravesar el oscuro descansillo forrado de mármol, llegué a una
pequeña puerta de madera que temblaba, trémula, como si un rinoceronte se
agitara enfermo en su interior. Escuché risas, jadeos y lamentos. Mis circuitos
de titanio no necesitaron muchos bits para saber lo que estaba sucediendo en aquel
apretado cuartucho."
El Candroide Justiciero dio una honda calada a su cigarrillo
Atómiko, hizo una mueca de disgusto y prosiguió con su relato.
"Pegué una patada seca a la puerta, que saltó en
añicos. Cinco machos humanoides, petrificados, fijaron sus ojos en mí. Algunos
de ellos tenían los pantalones bajados. Una hembra humana joven, sin ropa,
abusada, cayó al suelo."
—¿Me conceden ustedes su permiso, señores? —dije mientras le
hundía el puño en la mandíbula al primero de los humanoides. A continuación le
incrusté la rodilla en el estómago al segundo mientras con una katana tsurugi
de doble filo cercené la cabeza del que estaba más escorado, con un teléfono
móvil en una mano y la pollita en otra haciéndose una paja en un rincón. Su
cabeza cortada, coronada por una mirada de timidez y estupor, parecía pedirme
perdón, o igual me pedía que me uniera a la fiesta y él me hacía la foto. Nunca
podré saberlo.
—¿Me concede usted su permiso, caballero? —dije mientras con
una navaja de acero de Damasco le cortaba una oreja al cuarto humanoide, luego
la otra, ahí gritó y le rebané la lengua, que sangró como una fuente de poder,
roja como la vida de una hiena.
"Todo sucedió muy rápido. El quinto humanoide intentó
golpearme, pero sus pantalones a la altura de las rodillas le hicieron bascular
y aproveché ese descuido para cogerle con fuerza del cuello y encajar su cabeza
entre dos de los barrotes de la barandilla. Una vez ahí le apreté con fuerza
los huevos, en la base, como un racimo de uvas, me los metí en la boca y cerré
mis mandíbulas con fuerza canina ¡RAS! Los escupí al rincón donde reposaba la
cabeza del fotógrafo al tiempo que un alarido animal, desesperado, inundaba el
cubículo y el portal y el hueco de la escalera y el edificio entero. Creo que
se escuchó hasta en la calle a pesar del bullicioso e inocente festejo."
El Candroide Justiciero miró el fondo de su vaso de
triglina, como si en el interior de ese brebaje pudiera encontrar algo que
tuviera sentido, no ya para él, sino para el Universo entero. En el fondo el
Candroide era un filósofo, todos lo sabíamos, solo un poco asesino con sus
cosas, pero un gran tipo.
"Le pregunté a la niña si se encontraba bien. Le ayudé
a vestirse. Llamé a una ambulancia. Les dije a los enfermeros que se encontraba
mal, que la llevaran a urgencias, que en una hora llegaría yo. Luego volví a
entrar en el portal, recogí los despojos de esos humanoides, de esos
desgraciados; recogí sus huevos, sus orejas, su lengua, su cabeza amputada, los
restos de una manada antaño poderosa y omnipotente y los amontoné en el centro
de la calzada de Paulino Caballero. Ahí, ante el estupor de los festivos viandantes,
rocié con gasolina ese mejunje de carne y le prendí fuego con mi zippo cromado."
"Aquello ardía como el infierno, te lo aseguro. Me
quedé fascinado por la luz azul de las llamas, que iba abriendo su lengua de
fuego en la tenue caída de la noche, haciendo que el día se prolongara aún un
poco más, que la luz venciera a las tinieblas, que la verdad prevaleciera sobre
el escarnio."
Una lágrima resbaló por los suaves belfos del Candroide
Justiciero. En ese momento me pareció un niño asustado por la oscuridad.
"La policía llegó enseguida y me detuvieron. Pero no me
condenaron, bueno, solo una pequeña indemnización a la comunidad de vecinos por
haberles roto la puerta del cuarto trastero. Por lo de la manada humanoide
nada, los jueces estuvieron todos de acuerdo en que yo les había pedido permiso
educadamente y ellos no me lo habían negado, con lo cual se infería que estaban
implícitamente de acuerdo en que les amputara sus cosas."
—Lo único que me jode, y mucho, es el sabor que me ha
quedado en el paladar por los huevos putrefactos de aquel malparido. No se me
va ni con dosis dobles de triglina, ¡hostia! Me he bebido litros de esa pócima infecta
y todavía hoy sigo con ese puto sabor nauseabundo en los circuitos. ¿Quieres
otra Nitro?
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