Hola, amados seres humanos. Estaba buscando un nivelador de emociones
en el cajón de las carcasas desechables y me he encontrado con este
viejo texto de la época en que mis circuitos eran tiernos bornes
dispuestos con alegría e inocencia bajo las niqueladas y fulgurantes
placas cerebrales.
Al parecer, ya entonces me llamaba la atención no solo el
comportamiento humanoide, sino también el de otros seres mutantes
que habitan nuestra galaxia.
Se lo comparto, mis amados seres humanos. Que tengan ustedes un feliz
y plácido día.
LOS HERMANOS ESPID
A los Espid los conocí en Bilbao. Eran hermanos y vivían en un
cuchitril junto a un enorme hangar semiderruído en la zona del
puerto de carga.
Los hermanos Espid eran yonquis. Empezaron su carrera de niños,
probando algunos de los productos que cogían en la farmacia de su
madre, a la que adoraban y de la que no se despegaban ni a sol ni a
sombra.
Ellos decían que aquello no podía ser malo si su madre tenía la
tienda repleta para dárselo a la gente. Los hermanos Espid eran
entonces muy pequeños y veían así las cosas.
El Espid mayor era muy listo. Si no se hubiera metido a yonqui habría
podido hacer cualquier cosa en la vida, como hombre del tiempo,
corredor de bolsa o echador de cartas. Lo digo porque el Gran Espid
tenía un sexto sentido que le permitía ver más allá que el resto
del mundo.
Cuando salía con su hermano por el puerto en busca de su dosis, el
mayor de los Espid no necesitaba entrar en cada garito para preguntar
si el camello tenía material, porque en cuanto se acercaba a
cincuenta metros de distancia de algún lugar en el que hubiera
caballo al Gran Espid le entraba una cagalera de padre y muy señor
mío, se le retorcían las tripas y se ponía a cagar en cualquier
rincón, enfermo de los nervios y feliz, entregándole los billetes a
su hermano mientras con la otra mano se sujetaba a la pared para no
caer de culo sobre su propia mierda predictora.
Y en efecto, allí donde había cagado el Gran Espid había material
en abundancia, y del bueno. Su hermano salía siempre victorioso con
unos cuantos gramos en una mano y un rollo de papel en la otra para
limpiarle la caca, y los dos se iban más contentos que unas pascuas
a meterse unos merecidos picotazos en su cuchitril inmundo.
Nunca vi a los Espid de mono después de una buena cagada del hermano
mayor.
© Nitrofoska
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