jueves, 12 de julio de 2018

LOS HERMANOS ESPID


Hola, amados seres humanos. Estaba buscando un nivelador de emociones en el cajón de las carcasas desechables y me he encontrado con este viejo texto de la época en que mis circuitos eran tiernos bornes dispuestos con alegría e inocencia bajo las niqueladas y fulgurantes placas cerebrales.

Al parecer, ya entonces me llamaba la atención no solo el comportamiento humanoide, sino también el de otros seres mutantes que habitan nuestra galaxia.

Se lo comparto, mis amados seres humanos. Que tengan ustedes un feliz y plácido día.



LOS HERMANOS ESPID

A los Espid los conocí en Bilbao. Eran hermanos y vivían en un cuchitril junto a un enorme hangar semiderruído en la zona del puerto de carga.

Los hermanos Espid eran yonquis. Empezaron su carrera de niños, probando algunos de los productos que cogían en la farmacia de su madre, a la que adoraban y de la que no se despegaban ni a sol ni a sombra.
Ellos decían que aquello no podía ser malo si su madre tenía la tienda repleta para dárselo a la gente. Los hermanos Espid eran entonces muy pequeños y veían así las cosas.

El Espid mayor era muy listo. Si no se hubiera metido a yonqui habría podido hacer cualquier cosa en la vida, como hombre del tiempo, corredor de bolsa o echador de cartas. Lo digo porque el Gran Espid tenía un sexto sentido que le permitía ver más allá que el resto del mundo.
Cuando salía con su hermano por el puerto en busca de su dosis, el mayor de los Espid no necesitaba entrar en cada garito para preguntar si el camello tenía material, porque en cuanto se acercaba a cincuenta metros de distancia de algún lugar en el que hubiera caballo al Gran Espid le entraba una cagalera de padre y muy señor mío, se le retorcían las tripas y se ponía a cagar en cualquier rincón, enfermo de los nervios y feliz, entregándole los billetes a su hermano mientras con la otra mano se sujetaba a la pared para no caer de culo sobre su propia mierda predictora.
Y en efecto, allí donde había cagado el Gran Espid había material en abundancia, y del bueno. Su hermano salía siempre victorioso con unos cuantos gramos en una mano y un rollo de papel en la otra para limpiarle la caca, y los dos se iban más contentos que unas pascuas a meterse unos merecidos picotazos en su cuchitril inmundo.
Nunca vi a los Espid de mono después de una buena cagada del hermano mayor.

© Nitrofoska

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