jueves, 1 de mayo de 2025

RADICAL INDEFINIDO

Hola, androides. Hoy se cumplen dos años desde que recibí en casa la primera edición de Radical Indefinido, mi libro de relatos. Gracias a quienes lo leyeron, lo compartieron y lo agotaron tan rápido que hizo posible una segunda edición en poco tiempo.

Si aún no lo tienes, puedes hacerte con él aquí: 

EUROPA:
Radical indefinido tapa blanda o edición digital en este ENLACE

AMÉRICA:
Radical indefinido tapa blanda o edición digital en este ENLACE

Y a disfrutar de este hermoso día. 

Foto: Mimisme
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miércoles, 30 de abril de 2025

EL REFLEJO

Hacía años que Alejandro no se detenía a mirarse en un espejo. No por vanidad, sino por descuido. Se afeitaba mecánicamente cada mañana, en una rutina tan automatizada que apenas prestaba atención a su rostro. Pero aquella noche, al entrar al baño de su nuevo apartamento, algo lo hizo detenerse.

La luz del espejo era más fría que la del resto del apartamento, y su reflejo se veía más nítido de lo que recordaba. Se inclinó levemente sobre el lavabo y notó el cansancio en sus ojos, las arrugas incipientes en la frente. Pero entonces, al parpadear, sintió un escalofrío: su reflejo tardó una fracción de segundo más en hacer lo mismo.

Alejandro se quedó inmóvil. Tal vez se tratara de su imaginación, una jugarreta del cansancio. Se pasó una mano por el cabello y vio cómo su reflejo lo imitaba sin problema. Probó hacer una mueca, mover los dedos, girar la cabeza. Todo parecía en orden.

Imagen: Nitrofoska

Suspiró y abrió el grifo para lavarse la cara. El agua estaba fría. Cerró los ojos un instante, disfrutando la sensación refrescante, y cuando los abrió, el reflejo aún tenía los ojos cerrados.

Se apartó del lavabo de golpe. El corazón se le aceleró. Miró otra vez el espejo, pero su reflejo ya lo imitaba correctamente. Tragó saliva y sonrió nervioso.

Debo estar más cansado de lo que creía —murmuró, aunque su voz sonó hueca en el baño silencioso.

Apagó la luz y salió, convencido de que se trataba de un efecto de su fatiga.

Los días siguientes, Alejandro intentó no pensar en lo sucedido. Sin embargo, cada vez que pasaba frente a un espejo, no podía evitar mirarse. Al principio, nada raro ocurrió. Se repetía que todo había sido una ilusión, un truco de su mente agotada.

Pero una noche, mientras se cepillaba los dientes, sucedió de nuevo. Fue sutil: su reflejo parpadeó con un leve retraso. Alejandro sintió cómo se le helaban las manos, pero no apartó la vista.

No puede ser —susurró.

Esta vez decidió ponerlo a prueba. Movió la cabeza lentamente de un lado a otro. Su reflejo lo imitó sin fallos. Chasqueó los dedos. Ningún problema.

Exhaló, aliviado. Pero cuando se inclinó para escupir la pasta de dientes y volvió a alzar la vista, su reflejo estaba mirándolo fijamente con una sonrisa que él no había trazado.

El cepillo de dientes se le escurrió entre los dedos.

Retrocedió torpemente hasta la puerta y salió del baño sin apagar la luz. Se quedó un momento en el pasillo, con la respiración entrecortada, sintiendo el pulso acelerado. Cuando se atrevió a mirar de reojo hacia el espejo, su reflejo pareció normal.

Pero algo en su expresión le hizo entender que había visto bien.

Y que el reflejo también lo sabía.

Esa noche, Alejandro decidió que el reflejo, que «esto» había llegado demasiado lejos.

Arrancó la sábana del espejo, lo descolgó de la pared y lo llevó hasta la cocina. Se quedó unos segundos frente a él, contemplando su reflejo con una mezcla de temor y rabia.

Sea lo que seas, no vas a seguir jodiéndome.

Tomó un martillo del cajón de herramientas y, sin pensarlo un instante, lo estrelló contra el cristal.

El golpe resonó en todo el apartamento. Se formaron grietas en la superficie, pero el espejo no se rompió del todo. Alejandro levantó el martillo para asestar otro golpe… y entonces, el reflejo se movió.

No de forma errática, ni con retraso. Se movió antes que él.

Alejandro sintió un nudo de pánico en el estómago.

El reflejo levantó su propio martillo, pero en lugar de golpear el cristal, sonrió y lo dejó caer al suelo.

Luego, extendió la mano hacia el espejo.

Alejandro no tuvo tiempo de reaccionar. Las grietas en el vidrio comenzaron a ensancharse, palpitando como si estuvieran vivas, y antes de que pudiera retroceder, sintió un tirón en el pecho.

Un frío indescriptible lo recorrió de pies a cabeza.

Y cayó.

La sensación de vértigo se disipó en un instante.

Alejandro se encontraba en su baño. O al menos, eso parecía. Pero algo estaba… torcido.

El aire era denso. La luz del techo parpadeaba con un resplandor enfermizo. El agua del lavamanos estaba quieta, como si no existiera el tiempo.

Y frente a él, en el espejo, estaba su apartamento.

Su verdadero apartamento.

Alejandro parpadeó, intentando entender qué estaba viendo. Entonces, en el reflejo, alguien entró en la habitación.

Él mismo.

Su reflejo.

El otro Alejandro se estiró con tranquilidad, flexionando los dedos como quien prueba un traje nuevo. Se inclinó hacia el espejo y le dedicó una sonrisa burlona.

Alejandro sintió un puño de hielo cerrándose en su garganta.

Golpeó el cristal con fuerza.

¡No! ¡Sácame de aquí!

El otro Alejandro inclinó la cabeza, estudiándolo como si fuera un insecto atrapado en un frasco.

Luego apagó la luz del baño.

Y se fue.

Alejandro quedó en la oscuridad, con su propio reflejo convertido en una puerta cerrada.

Quiso gritar, pero el sonido se apagó en el aire inmóvil.

Y entonces, el espejo comenzó a reflejar algo más.

Algo que no era su apartamento.

Algo que lo miraba desde la negrura.

©Nitrofoska

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martes, 29 de abril de 2025

ABRELATAS

Ánimo, androides, hubo tiempos peores.

Imagen: Desconocidx
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lunes, 28 de abril de 2025

MÁQUINAS PARA CREAR GRAFITIS (IV)

Sistema LÍNEA-B

Se despliega en capas. Traza geometrías imposibles. Sus tentáculos recorren las fachadas a velocidades ilegales. Nadie la controla. A veces dibuja mapas. A veces escribe nombres que luego nadie recuerda. La LÍNEA-B no pinta para humanos. Su arte va dirigido a otras máquinas, a los sensores, a los drones que patrullan sin permiso. Se trata de un lenguaje oculto, un código entre entidades que no saben si son libres. Si lo serán alguna vez. Cada uno de sus trazos funciona como señal, como cicatriz, como una fractura más en la pulida fachada del control.


Texto e imagen: Nitrofoska
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domingo, 27 de abril de 2025

MÁQUINAS PARA CREAR GRAFITIS (III)

Graph-OVO

Este modelo se usó para plantar color en zonas prohibidas. Se camuflaba como una cápsula abandonada, pero por las noches se abría y escupía tinta desde sus costillas metálicas. Usaba plantas como pigmento. Robaba energía a las farolas. Tenía algo de animal y algo de ritual. Los chavales le dejaban ofrendas: tapas, cables rotos, mensajes garabateados. En una semana podía transformar una pared de hormigón en un poema húmedo. Nunca repetía. Si la intentabas seguir, desaparecía tras una nube de esporas naranjas.


Texto e imagen: Nitrofoska
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sábado, 26 de abril de 2025

MÁQUINAS PARA CREAR GRAFITIS (II)

Unidad 7-5

Más que pintar, esta máquina improvisaba. Se movía como un DJ sin mapa, conectando cables a ritmos eléctricos, salpicando colores donde antes solo había vigilancia. La Unidad 7-5 aprendía de los errores: cada trazo defectuoso lo convertía en estilo. Le gustaban los túneles, las estaciones apagadas, los lugares que ya no esperaban visitas. Su estilo era barroco, psicótico, lleno de esquinas inútiles. Pero si tomabas distancia sus trazos hablaban. Con urgencia. Con herida.


Texto e imagen: Nitrofoska
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viernes, 25 de abril de 2025

HABEMUS PAPAM

Foto: Desconocidx
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MÁQUINAS PARA CREAR GRAFITIS (I)

MODELO BARAKA-3000

Fue diseñada para llenar muros muertos con frases que nadie se atrevía a decir. No necesitaba pintura: usaba residuos, óxido, saliva de cable, trozos de anuncios antiguos. La BARAKA-3000 no firmaba. Era su forma de decir que el arte no tiene dueño, es impulso. A veces lograba colarse por las rendijas de los barrios sellados y dejaba un corazón mal trazado en la cúpula de alguna torre. Cometía fallos. Se repetía. Escupía letras sin sentido. Pero cuando el sol le daba de lado, toda la ciudad parecía escrita por ella. 

Texto e imagen: Nitrofoska
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jueves, 24 de abril de 2025

DUDAS INMENSAS

Imagen: Nitrofoska
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Somos dudas inmensas
sumergidas en formol.
Somos cadencia del cosmos
enlatada en cuerpos celestes.
Somos una pequeña parte
del pensamiento de un niño
acorralado por sus sueños.


© Max Nitrofoska

miércoles, 23 de abril de 2025

DÍA DEL LIBRO

Disfruten de la lectura, androides.

Imagen: Nitrofoska
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DÍA DEL LIBRO

Hola, habitantes. A disfrutar.

Cartel: Maria Altuna
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lunes, 21 de abril de 2025

ÁLBUM LITERACCIÓN 25E

Hola, habitantes. Aunque han pasado casi tres meses del evento, aquí llegan al fin todas las fotos, los vídeos, el manifiesto, los carteles y el suceso LITERACCIÓN que tuvo lugar el pasado 25E en el Tiki-Volcano de Malasaña. 

Todo junto en un álbum, aquí  ENLACE

A disfrutar.

Foto: Daniel Muaré
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domingo, 20 de abril de 2025

PUENTE

Hola, androides. ¿Cómo van estos días?

Foto: Stefano Perego
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viernes, 18 de abril de 2025

TORSIÓN

Hola, androides. ¿Cómo va el eje?

Foto: @benzank
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miércoles, 16 de abril de 2025

COSAS NORMALES

La mesa estaba puesta desde hacía rato, aunque nadie parecía dispuesto a sentarse. El mantel tenía manchas antiguas, redondas, como de vasos olvidados, y un par de migas junto al plato más cercano a la ventana. No era hora de comer, ni de cenar. No era hora de nada.

En el pasillo, la mujer seguía allí, parada, con las manos hundidas en los bolsillos del batín. Escuchaba con atención, como si esperara un ruido, una señal, una voz que rompiera el entumecimiento de la casa. Pero no había nada. Solo el zumbido bajo de la nevera y, más lejos, el ronroneo inconstante del tráfico.

El chico estaba en su cuarto, aunque ella no lo sabía con certeza. Desde que le dieron el portátil nuevo, había empezado a encerrarse. No tanto por gusto como por costumbre. Se le pegó la rutina del encierro con la misma facilidad con la que antes se le pegaban los anuncios de la tele: con una mezcla de fascinación y rechazo.

Texto e imagen: Nitrofoska
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Ella pensó en decirle algo. Solo para comprobar si respondía. Pero no se movió. Ya no insistía. La última vez que llamó a su puerta, la respuesta fue un murmullo apagado, sin forma gramatical, y le pareció suficiente.

Volvió a la cocina. Movió los cubiertos de sitio. Los platos eran de loza blanca, con un filo azul casi borrado. Eran de la madre. O tal vez no. Ya ni eso recordaba con certeza. Tenía esa forma de olvidar que no era descuido sino defensa.

Del otro lado del patio, una vecina tendía ropa. Las pinzas eran de madera. El gesto de colgar las prendas, una por una, tenía algo mecánico, como un ritual. Camisetas, calcetines, una sábana de flores desvaídas. La vecina la observó un instante. Pensó que quizá debería hacer la colada también. Pero no tenía ropa suficiente para justificar el esfuerzo.

Encendió la radio. Solo unos segundos. Una voz hablaba de política internacional. Apagó. Se sirvió un vaso de agua. El vaso estaba astillado por el borde, pero no cortaba. A veces, por la noche, soñaba que se lo llevaba a la boca y se desangraba en silencio.

El chico, finalmente, salió del cuarto. Caminaba con pasos blandos, casi sin apoyar los talones. Estaba más flaco que antes. O tal vez era el pijama, que le caía como una prenda prestada. No la miró. Fue directo a la nevera. Abrió, cerró. Se llevó algo a la boca.

¿Has comido? —preguntó ella sin alzar demasiado la voz.

Él encogió los hombros. Seguía sin mirarla.

Podríamos comer algo juntos.

Ya he comido —dijo él, pero la respuesta era automática, carente de contenido.

Ella no insistió. Se sentó al borde de la mesa. No para comer, sino por ocupar un lugar. El chico se fue otra vez, con el paquete de galletas medio abierto en la mano. Al irse, dejó la puerta entreabierta. Ese gesto, más que cualquier palabra, fue lo que le hizo daño.

Pensó en seguirlo, cruzar la puerta y entrar en su cuarto como lo hacía antes, sin pedir permiso, sin medir las distancias. Pero hacía tiempo que esas cosas habían dejado de estar permitidas. Ahora cada paso, cada palabra, era una prueba. Una posibilidad de estropearlo todo.

Se quedó en la cocina. El reloj del microondas marcaba una hora equivocada. Había perdido la costumbre de ponerlo en hora. El chico se lo había dicho una vez: que era inútil. Que daba igual qué hora dijera si nadie la usaba para nada.

Recordó entonces una frase. No sabía de dónde venía, si de un libro, de una película o de una conversación lejana. Decía: «Los hijos se van, pero no como uno espera. Se van quedándose». Le pareció exacta. Una definición precisa de ese modo suyo de irse sin irse.

El resto de la tarde transcurrió como tantas otras: sin marcas, sin rupturas, sin nada que permitiera distinguirla de la anterior. A ratos, ella se sentaba en el sofá. A ratos, se levantaba y recorría la casa como si buscara algo extraviado. No sabía qué. Solo que, de encontrarlo, todo mejoraría.

Hacia las siete, sonó el timbre. Una sola vez. Ella se sobresaltó, como si no recordara que existía gente fuera. Caminó hasta la puerta y miró por la mirilla. Era una mujer joven. Llevaba una carpeta bajo el brazo y una sonrisa tensa, casi fingida.

Buenas tardes. ¿Está tu madre?

Ella tardó un segundo en comprender.

Soy yo —dijo.

La joven asintió, se disculpó con un gesto mínimo y explicó que venía a hablar de unos formularios, unos datos del centro. Era del instituto. Mencionó el nombre del chico. Lo dijo como si fuera evidente que ella debía saber a qué se refería.

¿Ha tenido algún problema últimamente? —preguntó la joven.

La mujer dudó. Pensó en las tardes encerrado, en las comidas rechazadas, en la puerta entreabierta. Pero no dijo nada de eso.

No. Está bien. A veces calla mucho, pero eso es normal a su edad, ¿no?

La joven sonrió otra vez, aunque esta vez no parecía saber muy bien por qué. Le entregó unos papeles y se despidió con amabilidad cortés. Cuando se fue, el pasillo quedó más oscuro que antes.

El chico no preguntó quién era. Ni siquiera asomó la cabeza. Ella dejó los papeles sobre la mesa, junto al plato vacío. No los leyó. Sabía que hablaban de él, pero prefería no saber en qué tono.

Esa noche, antes de acostarse, se asomó a su cuarto. Él estaba tumbado boca arriba, con los ojos abiertos. En la pantalla, una imagen detenida: un videojuego, o una serie, o un vídeo sin movimiento. Difícil de saber.

¿Quieres que apague la luz? —preguntó ella.

Él no respondió. Solo giró la cabeza, muy levemente, en su dirección.

Ella se quedó un segundo más en el umbral.

Mañana podríamos salir, si quieres. A dar una vuelta.

El chico volvió a mirar al techo.

Mañana no puedo.

Bueno. Otro día.

Cerró despacio. Se quedó un rato en el pasillo, escuchando. No se oía nada. El silencio era tan limpio que le pareció una forma nueva de distancia. Una que ya no podría acortar.

Se fue a dormir. Antes de apagar la luz, pensó en la vecina del otro lado del patio, en las pinzas de madera, en la sábana de flores desteñidas. Pensó que, si al día siguiente llovía, la ropa quedaría empapada. Y que quizá nadie saldría a recogerla.

©Nitrofoska

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