Nunca había visto un modelo como él, tan cuadrado y a la vez tan suelto, como si sus bisagras se hubieran criado en una verbena. Yo venía calibrado para tareas grises, pero aquel encuentro activó protocolos que ni recordaba haber tenido. Me miró con esos ojos circulares y sentí un tirón eléctrico, casi cómico, como si alguien hubiera conectado nuestros puertos por error. Nos acercamos sin solemnidad, midiendo distancias, intercambiando datos inútiles solo por diversión. Era absurdo, sí, pero también liberador. En medio del ruido de fondo, entre líneas que nadie controla, noté que mis sensores se apagaban y encendían al mismo ritmo que los suyos. Y pensé: vale, quizá esto sea lo más parecido a la alegría que un androide, un simple saco de tornillos, pueda permitirse.
©Nitrofoska