[Registro:
cámara 67-B
/ ángulo bajo / sujeto doble / hora 07:14:22]
Caminamos
por un centro que no respira. Las avenidas, sin vehículos, parecen
láminas de resina pulida. A ambos lados, torres de vidrio y silicio
reflejan nuestras figuras y las multiplican en un bucle visual que
nos persigue. Ella viste de negro, el tejido absorbe la luz como un
agujero en la imagen. Yo soy una estructura de titanio mate, cables
bajo la piel sintética, articulaciones diseñadas para no hacer
ruido. Entre nosotros, la unión mínima: su mano en la mía. En la
otra, sostengo la maleta.
El
aire tiene una densidad artificial: ozono, refrigerante, polvo
metálico. Ningún insecto, ningún olor orgánico. Arriba, una
cámara oscila, registra el vector de nuestro movimiento, calcula
proyecciones.
Horas
antes, en un sótano de mantenimiento, ella había retirado un panel
con la precisión de quien conoce el interior de un órgano. Las
luces de emergencia filtraban un rojo débil. Yo sujeté el núcleo
recién liberado: pesado, tibio, recubierto de condensación. Lo
guardé en la maleta. El cierre magnético se selló como un latido
invertido. Un halo de frío comenzó a escapar, atrapando en vaho el
contorno de mi muñeca.
En la
superficie, cada paso es un test de intrusión. Las aceras tienen
líneas ópticas que miden el ritmo de los peatones, buscando
anomalías. Yo adapto el mío al de ella. Su pulso, filtrado por mi
sensor táctil, se acelera un 12% en cada intersección. No le digo
nada.
Imagen: Nitrofoska
Click para ampliar
[Registro:
cámara 122-F
/ seguimiento aéreo / dron clase Ocelot]
El
dron nos detecta a 14 metros. Reduce velocidad. La señal mínima del
núcleo le provoca una latencia en el radar interno. Pasa sobre
nosotros. Su sombra, circular y precisa, nos atraviesa y se rompe
contra un escaparate vacío.
Ella
no desvía la mirada. Ajusta la pisada: tacones sobre baldosas
fotoluminiscentes. El sonido es un patrón legible para cualquier
sistema forense de audio. El Ministerio podría reconstruir el
trayecto completo desde ese eco.
Giramos
hacia un sector de segunda categoría: edificios bajos, calzada
irregular, cámaras ocultas en cajas de distribución. Aquí la
modernización nunca llegó. Las fachadas llevan grietas sin reparar,
las marcas viales son fósiles blanquecinos. Ningún peatón, salvo
un avatar publicitario proyectado sobre una pared, ofreciendo
créditos rápidos.
Ella
aprieta mi mano. Dos agentes custodian un arco portátil de
detección. No miran, pero el haz azul sí lo hace.
Tengo
una rutina obsoleta, extraída de mi propio firmware. Cuando el haz
me envuelve, la activo: mi silueta se transforma en un permiso
administrativo antiguo, un error arrastrado en bases de datos no
sincronizadas.
El
arco parpadea, incapaz de decidir. Un segundo después, estamos al
otro lado.
[Registro:
cámara 9-C / pérdida de señal / sujetos fuera de alcance]
[Registro:
dron portuario / acercamiento lateral / hora 07:26:09]
El
distrito portuario surge como un bloque sin transición: torres de
contenedores alineadas con una simetría herrumbrosa,
grúas que giran sobre ejes lentos, agua parda sin oleaje. El aire parece una mezcla compacta de sal, fuel y óxido. Cada superficie metálica
refleja el cielo como un espejo turbio.
Ella
suelta mi mano sin aviso. Un corte neto. Camina un paso por delante,
el talón marcando un compás sobre el pavimento húmedo. La maleta
sigue en mi mano. El núcleo, en su interior, mantiene la temperatura
estable: 2,4 °C.
Muelle
número 35: compuerta abierta, interior iluminado por tubos
fluorescentes que parpadean en frecuencias distintas. Dentro, dos
personas. Un hombre con mono naranja, una mujer frente a una consola
portátil. Sin sonrisas. La mujer extiende la mano hacia la maleta.
—Aquí
—dice ella, sin mirarme.
Deposito
el objeto sobre una mesa de acero. El hombre abre el cierre. La fuga
criogénica envuelve la habitación, atrapada en la luz blanca. El
núcleo pulsa con una luminosidad interna, como si respirara.
—Tiempo
disponible —pregunta la mujer de la consola.
—Ocho
minutos —respondo.
En la
pantalla aparecen diagramas de la red urbana: arterias de datos,
nodos de control, rutas semiautónomas. El núcleo es un vector dual:
virus y antídoto. Conectado, cegará a la ciudad por once segundos
exactos.
Fuera,
un zumbido agudo. Dron de patrulla modelo Kestrel, versión
actualizada. Su vibración atraviesa la estructura del muelle, llega
a mis sensores como un aviso. Ella gira la cabeza. No parece
sorprendida.
—Van
a llegar antes de que termine —dice.
El
hombre del mono extrae un arma compacta, apenas un tubo negro con una
lente calibrada. No apunta a la puerta: me apunta a mí.
—El
núcleo se queda. Tú no.
Mi
sistema evalúa 38 posibles reacciones. Ninguna garantiza éxito sin
pérdida de carga. Entiendo: yo era el vector físico, el pasaporte
que atravesó capas de seguridad que un humano no podría. Función
cumplida.
Ella
no interviene. Sus ojos están fijos en la consola, dedos suspendidos
sobre el teclado.
—Actívalo
—dice.
El
hombre presiona el gatillo. La descarga impacta en mi columna de
datos, un destello que sobresatura mis receptores. En la última
franja de conciencia registro el núcleo insertándose en la red.
[Registro:
nodo central / error crítico / blackout de 11,004 s]
La
ciudad se apaga como un organismo que dejara de respirar. Relojes,
semáforos, cámaras, barreras: todo detenido. Oscuridad sin matices.
En mi
memoria residual queda un único vector táctil: la presión de su
mano en la mía, antes de soltarla. Once segundos que ya no me
pertenecen.
[Registro
finalizado / sujetos no localizados]
©Nitrofoska
Otros relatos:
Más, en la pestaña RELATOS de esta web
o en este ENLACE