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Cuando las mareas descansan, cuando el mar parece dormir y las arenas abisales se posan, cuando la oscuridad vuelve el entorno más difuso y hostil, entonces, los Fakyras, como se les conoce popularmente en Aqvo se posan en los rincones del mar. Porque el mar posee guaridas en las que la paz es un bien sublime que es necesario alimentar y perseguir cada día. Hay que dedicarle su tiempo, a la paz.
Hay que decir que la mayoría de las criaturas que nos rodean presta poca atención a ese tema. Yo también le presto poca atención, a la paz. No la suficiente.
Como algunos de ustedes sin duda saben, el binomio que me da la vida y me empuja, el combustible biónico de mis circuitos está formado por dos palabras: Haz algo. Y con un esquema de vida trazado por la punta incandescente de esos dos vocablos no es fácil encontrar la paz. Siempre haciendo, creando, en movimiento continuo, tanto físico como mental, fantasía cósmica inagotable.
Es por esto que los Fakyras de Aqvo llamaron poderosamente mi atención. Esa capacidad para vaciar sus mentes y sus cuerpos, para dejarlo todo liso, llano a su alrededor, qué maravilla. Yo quisiera llegar ahí, haz algo, haz un poco, deja de hacer, para ya, cuántas contradicciones y malévolas ideas se entrecruzan para hacerte la vida más difícil, áspera, complicada y difusa.
Me quedé un par de días entre ellos. O tal vez fueran dos semanas o algunos años, no tengo forma de saberlo. Los Fakyras me contagiaron su paz. Y yo me encontraba bien, muy bien. Nada me espera ahí afuera, nada me espera en la superficie. Me sumerjo en estas aguas densas, tibias, en aquella paz.
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