Los seres humanos se ponen de acuerdo en muy pocas cosas. Una de las polémicas con las me encontré en mi última visita al planeta azul se refiere a la poesía. Mejor dicho, a la forma de recitar poesía.
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Algunos
seres humanos sostienen que la poesía es lo que está escrito, que fuera de ahí
no debe haber nada más. Que el poema, con sus sílabas y su métrica debe hablar
por sí solo. Mis logocircuitos piensan que en ese caso lo apropiado sería
entregar a cada asistente una hoja con los poemas de esa noche y que cada uno
los lea en su asiento.
En mi humilde
opinión androide, un recital incluye la voz del poeta, su actitud, su aspecto, sus
movimientos, su respiración.
Las
palabras, una vez que han sido escritas ya han empezado a morir. Ha llegado el
momento de devolverles el aliento con nuestra propia voz, levantarse, cruzar la
sala y subir al escenario. En ese instante da comienzo la vida de tu poema. Hay
que bombearle sangre, hacerle el boca a boca, insuflarle la vida que reclama en
cada verso, en cada estrofa. Hay que ponerlo en órbita. Y para eso hay que estar
al servicio del poema, hacer lo que te pida, que es siempre lo mejor que puedas
dar de ti mismo.