En el asteroide Arquímedes habita Mimo,
un logoorganismo que cuenta historias fantásticas. Seres venidos de los más
recónditos rincones de la galaxia se reúnen para escuchar sus cuentos, sus
maravillosos relatos siderales, sus interminables narraciones del espacio.
El pasado mes de julio mis circuitos necesitaban
combustible palabra y no dudé en visitar Arquímedes en busca de una historia
que me alimentara. Posé mi nave en el epicentro del asteroide, donde un nutrido
y heterogéneo grupo de seres interestelares escuchaba extasiado la historia que
narraba Mimo desde su atalaya en forma de bañera. Yo estaba un poco dormido
tras el largo viaje, amados seres humanos, pero no obstante intentaré resumiros
lo que aquella noche escuché.
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La historia que narraba Mimo se
desarrolla en un pequeño planeta del sistema solar. Al parecer, en ese
planeta un tal Occidente arma y utiliza a un tal Isis para hacerse con el
control absoluto de una zona terrestre llamada Oriente Medio.
Las personas de Oriente Medio afectadas
por los bombardeos y la guerra huyen de su país de origen y pretenden llegar a otro
lugar llamado Europa para encontrar refugio y estar seguros, sin el temor de
que los maten a ellos y sus hijos a cada momento.
La Unión Europea, que son, creo, los
jefes de la citada Europa, les cierran las fronteras a estos fugitivos, los
reprimen y los dejan morir como perros.
Por su lado, el Isis provoca atentados
como el de Barcelona para sembrar el pánico y el racismo, y así los gobiernos
tienen la excusa perfecta para aumentar la represión y restringir las
libertades de ustedes, mis amados seres humanos.
Qué
historia tan terrible y tan triste, creo que Mimo se está haciendo viejo, ahora
ya cuenta lo primero que se le ocurre. Su fantasía no tiene fin. La historia
creo que se llamaba Psicópatas en el Poder. Eureka.
Buenos días amados seres humanos. El organismo fotosensor María Jesús Aragoneses nos ha hecho llegar fotos performáticas de Nitrofoska en el Centro de Artes de Vanguardia La Neomudéjar, el pasado 7 de julio.
Que ustedes las disfruten, hermosos seres siderales. Magníficos organismos llenos de bondad, contradicciones, dudas, resentimiento y amor. Hermosos seres humanos.
Los organismos biónicos Alejo Axel Heyer y Verónica González de Vallejo, de la nebulosa Dragona, nos han enviado una instantánea de su nueva órbita. Desde el asteroide XR54 le deseamos un buen viaje interplanetario y nuevos amaneceres y sonrisas.
Sí amados seres
humanos. Así como muy pronto el gobierno de nuestro país y también del mundo
será responsabilidad de un androide convenientemente programado, en breve el Óscar
de Hollywood al mejor actor/actriz se lo otorgarán a un hermano androide, de
eso no nos cabe la menor duda.
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Pero no vayamos
a pensar que los androides acabamos de llegar al mundo del espectáculo y de la
interpretación. No, nada de eso, sin ir más lejos en este siglo XXI yo mismo he
realizado no pocas acciones performáticas así como monólogos siderales.
Viajemos al
pasado, amados seres humanos, ese agujero negro en el que se forjaron nuestros
anhelos, esa lejana y tibia luz tintineante donde se acurrucaron nuestros
primeros amores, alegrías y decepciones, donde tomaron forma de serpiente
nuestros miedos y donde con valor y paciencia nosotros mismos fuimos colocando
los anclajes y escalas que aún hoy nos permiten descolgarnos por el precipicio.
Ahora que ya sabemos que tirarnos por el abismo sin red y sin paracaídas puede
resultar bastante peligroso cuando no mortal (una hostia de cuidado), bajamos
por los anclajes, usamos las escalas, nos vestimos y desplegamos paracaídas.
Nos seguimos tirando, eso por supuesto, siempre hay que lanzarse. No vale mirar
la vida desde la atalaya. Hay que descender a los infiernos, y ahí, gozar, o
sufrir, sentir los cambios de temperatura de la dermis de nuestros circuitos,
el eco de las sístoles y diástoles de nuestros corazones biónicos, el palpitar
de nuestra alma imperfecta y replicante. Vivir.
Y nuestra vida,
por lo menos la que recordamos, es nuestro pasado.
Históricamente
los primeros autómatas se remontan al Antiguo Egipto, donde las estatuas de
algunos de sus dioses o reyes despedían fuego de sus ojos, como fue el caso de
una estatua de Osiris. Otras poseían brazos mecánicos operados por los
sacerdotes del templo, y otras, como la de Memon de Etiopía emitían sonidos
cuando los rayos del sol las iluminaba, consiguiendo de este modo causar el
temor y el respeto a todo aquel que las contemplara. Esta finalidad religiosa
del autómata continuará hasta la Grecia clásica, donde existían estatuas con
movimiento gracias a las energías hidráulicas.
En el siglo IV antes de Cristo, el
matemático griego Arquitas de Tarento construyó un ave mecánica que funcionaba
con vapor y al que llamó «La paloma». También el ingeniero Herón de Alejandría
(10-70 d. C.) creó numerosos dispositivos automáticos que los usuarios podían
modificar, y describió máquinas accionadas por presión de aire, vapor y agua.
Herón sobresalió por sus
ingenios en el campo del teatro y la geodesia. Conseguía que las puertas de los
templos se abrieran solas, que se escuchara música celestial al entrar en
éstos, que esferas luminosas levitaran o que los dioses bailaran dentro de un
altar. No en vano sus contemporáneos le apodaron "El Mago" o el "Michanikos" (El hombre mecánico).
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Lo que no sabía la gente era que las puertas del
templo se abrían simplemente porque al encender un fuego éste calentaba el
aire de un depósito subterráneo que contenía agua, la cual al aumentar la
presión del aire salía hacia un recipiente próximo que al aumentar de peso tiraba de unos engranajes que acababan moviendo las puertas. Incluso para
asustar más al personal, a veces se aprovechaba el aire que se desprendía al
enfriarse para generar "sonidos celestiales".
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También creó un teatro en el
que todos los actores eran autómatas y escribió el
libro Sobre los autómatas, que describe
la maquinaria de los teatros y es un interesante documento acerca de la
escenografía y la tramoya griegas.
Al Jazarií (1136–1206), un inventor musulmán de
la dinastía Artuqid, diseñó y construyó una serie de máquinas automatizadas,
entre los que había útiles de cocina, autómatas musicales que funcionaban con
agua, y en 1206 los primeros robots humanoides programables. Las máquinas
tenían el aspecto de cuatro músicos a bordo de un bote en un lago,
entreteniendo a los invitados en las fiestas reales. Su mecanismo tenía un
tambor programable con clavijas que chocaban con pequeñas palancas que
accionaban instrumentos de percusión. Podían cambiarse los ritmos y patrones
que tocaba el tamborilero moviendo las clavijas.
Importante mencionar a Jacques de
Vaucanson (1709-7982), que construyó un Pato que comía, digería y defecaba imitando exactamente los movimientos de un pato verdadero.
Asimismo construyó El Flautista, un joven que
tocaba la flauta con los labios y movía las notas con los dedos. Para los
incrédulos del flautista Vaucanson lo mostraba por detrás, donde tenía miles de
piezas para sus movimientos.
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En cuanto a los autómatas de Jaquet-Droz, los más
conocidos están expuestos en el Musée d'Art et d'Histoire de Neuchâtel, Suiza.
A este trío de muñecos mecánicos, que hasta el día de hoy siguen en
funcionamiento, se les conoce individualmente como «la pianista», «el
dibujante» y «el escritor», y fueron construidos entre 1768 y 1774 por Pierre
Jaquet-Droz ―un célebre relojero suizo―, su hijo Henri-Louis y Jean-Frédéric
Leschot.