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sábado, 15 de febrero de 2025
jueves, 13 de febrero de 2025
EL ANDROIDE Y EL NIÑO
La
lluvia golpeaba con un ritmo constante el techo metálico del café.
Una luz pálida, apenas suficiente para iluminar los rostros cansados
de los clientes, se filtraba entre las gotas que empañaban los
ventanales. La puerta se abrió con un leve chirrido, y el murmullo
habitual se apagó. Un androide entró, su silueta recortada contra
la penumbra exterior. La placa en su torso mostraba el código TPO-9
grabado en un acabado mate. Caminaba con movimientos precisos, casi
clínicos, hacia el mostrador.
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El camarero levantó la mirada y lo observó sin sorpresa, como quien ve pasar la misma sombra todos los días. «Un vaso de aceite lubricante», dijo el androide con voz metálica. El hombre asintió en silencio y desapareció detrás de la barra. Mientras tanto, los clientes regresaban a sus conversaciones, algunos murmurando teorías sobre el propósito del visitante mecánico. Otros ignoraron por completo su presencia, refugiándose en sus propios pensamientos.
TPO-9 esperó, inmóvil, analizando el entorno. Su sensor visual capturaba los detalles con eficacia y precisión: el desgaste del mobiliario, las manchas en las paredes, el cansancio de los rostros humanos. No sintió curiosidad ni emoción alguna, pero archivó la información en sus registros. Cada fragmento era útil, aunque careciera de un valor inmediato.
El camarero regresó con un vaso transparente lleno de un líquido oscuro y denso. Lo colocó frente al androide, que asintió ligeramente antes de sentarse en una mesa vacía junto a la ventana. Allí, sin prisa, levantó el vaso y comenzó a ingerir el aceite. Los sensores internos registraron cada gota como una mejora en sus niveles de rendimiento.
Fuera, la lluvia persistía. En el interior del café, TPO-9 observaba. No buscaba compañía ni comprensión. Su propósito era claro, aunque inaccesible para quienes lo rodeaban.
TPO-9 mantenía su postura rígida mientras continuaba absorbiendo el aceite lubricante. A su alrededor, las conversaciones fluctuaban en intensidad, pequeñas olas de ruido que apenas perturbaban el ambiente. Los humanos parecían inmersos en sus propias realidades, intercambiando palabras cuyo significado, para el androide, no tenía relevancia. Sin embargo, su sistema seguía registrando. Cada palabra, cada tono, cada expresión facial. Eran datos. Y los datos eran necesarios. Para el androide lo eran.
En una mesa cercana, una mujer hablaba con otra en voz baja, pero intensa. Gesticulaba con una mano mientras sostenía una taza de café con la otra. TPO-9 dirigió momentáneamente sus sensores hacia ella. Detectó frustración en su rostro y en el movimiento irregular de sus manos. No entendía el origen de esa emoción, ni le interesaba. Lo que sí le interesaba era el patrón: emociones humanas, caóticas, impredecibles. Procesó la escena y la almacenó junto a miles de otras similares.
En una mesa cercana, un hombre observaba al androide con detenimiento. Tenía una mirada inquisitiva, como si intentara descifrar algo que sabía fuera de su alcance. TPO-9 giró levemente la cabeza hacia él, apenas un movimiento, lo suficiente para establecer un contacto visual breve pero directo. El hombre apartó la mirada, incómodo. Era una reacción común, según los registros del androide. Los humanos solían evitar prolongar la atención hacia lo que no comprendían.
El camarero, ahora limpiando el mostrador con movimientos lentos, parecía indiferente a todo. Había visto androides antes. En este distrito eran frecuentes, empleados en tareas que los humanos evitaban. Pero TPO-9 no encajaba en ese molde. No llevaba los colores corporativos habituales, ni estaba etiquetado con el logotipos de alguna empresa. Era diferente, aunque esta diferencia no era visible para los demás. Solo para él mismo.
TPO-9 terminó el aceite. Dejó el vaso sobre la mesa con un movimiento calculado, asegurándose de no emitir ruido innecesario. Permaneció inmóvil unos segundos más, observando su entorno. Era hora de continuar. Sus sistemas calcularon una ruta óptima hacia la salida, pero antes de levantarse, algo cambió. Un pequeño destello en su interfaz visual captó un detalle que no estaba allí antes: una sombra, proyectada en un rincón que debería estar vacío. Giró la cabeza con precisión, enfocándose.
Era un niño. Estaba sentado en el suelo, jugando con un pequeño dispositivo mecánico, uno de esos juguetes obsoletos que simulaban ser robots. El niño no lo miraba, absorto en desmontar y ensamblar el objeto. TPO-9 se quedó observando. No por curiosidad, sino por lo inusual de la escena. Los niños rara vez estaban presentes en estos lugares. Sin embargo, aquí había uno, completamente ajeno a la presencia del androide.
El niño levantó la vista de su juguete y, por primera vez, se encontró con la mirada fría de TPO-9. No hubo miedo en sus ojos, solo una extraña mezcla de interés y desafío.
TPO-9 sostuvo la mirada del niño, analizando cada microgesto. No detectó hostilidad, tampoco temor. Era una expresión pura, sin las complejidades de los adultos. El androide procesó la interacción en milisegundos, evaluando si debía responder o ignorar. Optó por la primera opción.
«¿Qué construyes?», preguntó TPO-9 con su voz metálica, carente de inflexión. El niño sonrió, levantando el juguete hacia él. «Un robot», dijo con entusiasmo. «Pero no funciona. Creo que está roto». TPO-9 examinó el objeto desde su posición, detectando fallas evidentes en la estructura. «El circuito está desconectado», señaló. Su dedo, frío y preciso, apuntó al lugar exacto.
El niño frunció el ceño, concentrado. «¿Puedes arreglarlo?». La pregunta quedó flotando un momento. TPO-9 evaluó la situación. No había un beneficio tangible en realizar tal acción, pero tampoco un costo significativo. Extendió una mano y el niño, sin dudar, le entregó el juguete. Con movimientos meticulosos, el androide reconectó los circuitos internos y ajustó las piezas desalineadas. En menos de un minuto, el pequeño mecanismo se activó, emitiendo un leve zumbido.
«Está listo», dijo TPO-9, devolviéndoselo. El niño sonrió ampliamente, agradecido. «Gracias», respondió, volviendo a concentrarse en su ahora funcional compañero mecánico. TPO-9 lo observó por un instante más, registrando la interacción como un evento atípico, aunque sin implicaciones significativas para su misión.
Era momento de partir. Se levantó de la mesa, sus movimientos exactos y fluidos. Mientras cruzaba el café hacia la salida, notó las miradas dispersas que lo seguían, algunas curiosas, otras indiferentes. Empujó la puerta y volvió a la lluvia, el sonido de las gotas reanudando su monótono golpeteo contra el metal de su carcasa. La noche era fría, y las calles estaban desiertas.
©Nitrofoska
OLVIDO
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martes, 11 de febrero de 2025
domingo, 9 de febrero de 2025
MÁS FOTOS DEL 25E !!! ⇦
Bipbipbiiip
una maniobra de última hora en el módem espacio-temporal me ha
permitido bip recuperar algunos negativos. Los disparos son obra de
las criaturas fotosensoras Quini y Lula Bim, el pasado 25E en
Tiki-Volcano. Que ustedes las disfruten biiip
Foto: Joaquín Madera Gamo "Quini"
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Foto: Joaquín Madera Gamo "Quini"
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Foto: Joaquín Madera Gamo "Quini"
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Foto: Joaquín Madera Gamo "Quini"
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Foto: Lula Bim
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Foto: Joaquín Madera Gamo "Quini"
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jueves, 6 de febrero de 2025
LUZ Y OSCURIDAD
Hola, seres integalácticos, reflejos de luz, tumbas de oscuridad, ¿cómo van vuestras cosas?
miércoles, 5 de febrero de 2025
LAS PRIMERAS FOTOS DEL 25E!!⇦
Tras un accidente en el meteorito de baliza, las fotos del pasado 25E van con retraso. Les traigo unas pocas. Todas ellas obra del organismo avanzado Daniel Muaré en Tiki-Volcano. Pronto, o no pronto, más!
A disfrutar, androides.
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Foto: Daniel Muaré
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martes, 4 de febrero de 2025
EL RESURGIR DE UN IMPERIO
Cavaré una fosa,
un profundo agujero
y enterraré ahí los momentos felices,
nuestros mejores días,
las sonrisas más sinceras,
nuestros más sabrosos besos.
Luego los cubriré de tierra
o de oro molido hasta la cima,
me sentaré encima
y me quedaré a vivir ahí.
© Max Nitrofoska
domingo, 2 de febrero de 2025
sábado, 1 de febrero de 2025
LOS PÁJAROS
Hola, androides. Les traigo el vídeo LOS PÁJAROS, realizado por el colectivo, grupo, amasijo, clan, pandilla LITERACCIÓN. Lo presentamos el pasado 25E en Tiki-Volcano. Que ustedes lo disfruten.
viernes, 31 de enero de 2025
EL AÑO DE LA SERPIENTE
miércoles, 29 de enero de 2025
OLVIDO
Cuando vi el anuncio por primera vez, pensé que era una broma. «Elimina tu rastro. Haz del olvido un arte.» Letras negras, austeras, sobre un fondo blanco, con un pequeño logotipo: un círculo con una línea cruzada. Era intrigante en su simplicidad. Parecía diseñado para captar a personas como yo: cansadas, desbordadas, buscando una forma de empezar de nuevo. Seguí el enlace, incapaz de resistir la curiosidad.
La página web era igual de
minimalista: texto blanco sobre fondo negro. «No te mereces el peso
de tu historia. Nosotros te ayudamos a dejarla atrás.» Más abajo,
un formulario para consultas. Sin precios, sin políticas de
privacidad, ni siquiera una dirección. Solo una promesa de olvido
absoluto.
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La primera llamada fue breve. Una voz andrógina, carente de inflexión, preguntó: «¿Está seguro de querer proceder? No existe posibilidad de marcha atrás.» La advertencia sonaba casi compasiva. «Es lo que quiero», respondí. Esa noche recibí el acceso a un panel de control: un espacio funcional y frío, desprovisto de humanidad. Categorías: «Redes sociales», «Fotografías», «Correos», «Archivos financieros». Cada una de ellas medía mi «huella existencial».
Empecé por las redes sociales: publicaciones triviales, fotos mal enfocadas, interacciones con personas que ya no recordaban mi existencia. Confirmé el borrado con un clic, y observé cómo la barra de progreso avanzaba hasta completarse. «Eliminado». Sentí un alivio extraño, pero también algo más: como si una parte de mí estuviera desapareciendo junto con esos datos.
Con los correos fui más meticuloso. Revisé cada mensaje como quien inspecciona una casa antes de demolerla: cartas de amor nunca enviadas, disculpas redactadas a medias, recibos de compras olvidadas. Había mensajes que me detuve a leer dos veces, como si quisiera absorber un último vestigio de su significado antes de borrarlos. Finalmente, borré todo, convencido de que nada valía la pena ser conservado.
Luego llegaron las fotografías. Fue difícil. Imágenes de personas y lugares que había olvidado, fragmentos de una vida que parecía ajena. Me detuve en una foto en particular: yo, junto a un lago, con una expresión serena que no reconocía. No recordaba el día, ni la compañía, ni siquiera el lugar. Esa desconexión selló mi decisión. Cuando la palabra «Eliminado» apareció en pantalla, sentí un gran alivio.
La primera señal de alarma fue un libro que desapareció de mi estantería. No uno especial, pero su ausencia era palpable. Más tarde fueron un par de zapatillas que siempre dejaba junto a la puerta. Las búsquedas no dieron resultado. Intenté ignorarlo, atribuyéndolo a mis frecuentes descuidos. Pero la desaparición de mi agenda de cuero y mi taza favorita confirmó mis sospechas: algo andaba fuera de control.
Busqué respuestas en la interfaz de la empresa. Una nueva notificación rezaba: «Detectado progreso fuera de lo digital. Posible eliminación adicional en curso.» Mi contrato había sido claro: solo rastros digitales. Sin embargo, a mi alrededor, objetos físicos seguían desvaneciéndose.
Revisé el historial del panel. Al final de la lista, una entrada nueva: «Acción automatizada: integridad existencial en proceso.» La palabra «integridad» me resultó irónica. Intenté contactar con el soporte técnico. Escribí: «Las eliminaciones están afectando a mi entorno físico. Exijo una explicación.» Envié el mensaje. No hubo respuesta. Me quedé mirando la pantalla, esperando algo, cualquier cosa. La sensación de impotencia crecía.
Esa noche desapareció la última foto que conservaba de mi madre, y que siempre llevaba conmigo en mi cartera. Era más que un objeto: se trataba de un vínculo con mi identidad. Su ausencia dejó un dolor que no podía racionalizar. Soñé con una habitación blanca, sin puertas ni ventanas. Estaba solo, sentado en el suelo, rodeado por el eco de mi propia respiración. Intenté hablar, gritar, pero no podía emitir ningún sonido. Al despertar, el espejo del baño no reflejaba mi rostro. Fue entonces cuando comprendí que yo también estaba en peligro.
Volví al panel. Ahora mostraba un mensaje: «Proceso en curso. Integridad en 35%.» Intenté detenerlo, pero una nueva advertencia apareció: «Intervención externa no recomendada.» De pronto, los muebles perdieron definición, las paredes se volvieron sombras, y el apartamento entero se desdibujó. Cada objeto parecía desvanecerse como un recuerdo mal enfocado. Mi propio reflejo se diluía ante mis ojos.
Abrí la puerta de la calle y hallé un vacío blanco infinito. Avancé sin rumbo, sintiendo cómo mi existencia misma se volvía etérea. Una voz en mi mente dijo: «El proceso está próximo a completarse. Has elegido ser olvidado. El deseo nació dentro de ti, nosotros tan solo te lo hemos facilitado.» Intenté recordar algo que me conectara con la realidad: un nombre, un aroma, un instante. Todo se desvanecía. Mi cuerpo se volvió una sombra. Di mi último paso y desaparecí por completo.
El servicio había cumplido su promesa. Yo era olvido.
©Nitrofoska
LOS MUY QUEMADOS
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