Me dijo que tenía una cita con una gaviota. O con una golondrina, no recuerdo exactamente. Con un ave del paraíso, añadió.
Luego lo vi urgar en el baúl que lo acompañaba y sacar una especie de transistor enorme, con cables y turbinas y válvulas de aceite. De aquel baúl salieron también aquellas alitas, mecánicas, de aluminio y tela asfáltica. Se las ajustó en la espalda, me miró con esos ojos tristes que le acompañaban siempre, que le definían, y lo vi perderse en el aire, en el cielo, en busca de su gaviota. Bueno, sería más bien una golondrina, porque aquí, tan lejos del mar no creo que haya muchas gaviotas. Un ave del paraíso, dijo.