Es
algo como buscar una
libélula
en un concierto masivo,
algo que te
alimente
la carne y el espíritu
pero no te pese demasiado
en la mochila,
en ese estómago desestructurado
que es tu
vida nocturna.
Y diurna.
Siempre
llevas algo de proteína4
en tus alforjas envasadas al
vacío,
un potente detergente
capaz de limpiarlo todo,
de
acabar con esas manchas
torpes y pringosas
que han dejado
huella
en tu memoria caduca y hostil.
Es
una cuestión de egos.
Es una cuestión de elevaciones,
de
elevarse por encima de algo,
de lo que sea,
de llegar a
una cima. A una nube.
A veces volando.
A veces a
rastras.
Nunca de rodillas.
Una
vez arriba,
en todo lo alto del ego,
miras a los lados y
no lo ves, ahí no está.
Todo el mundo habla de él,
bien
o mal
todo el mundo lo nombra,
pero en tu horizonte no
aparece,
no se deja ver.
Dios
está muy ocupado con sus cosas,
deberías saberlo.
Yo
en más de una ocasión lo he llamado por teléfono,
pero si no
está comunicando,
que es la mayoría de las veces,
no
coge el aparato.
Es que Dios tiene muchas cuestiones que
atender,
no es nada personal contra ti,
entiéndelo.
Dios baraja sus cartas,
tira
sus dados
y apuesta a la ruleta.
Pero no como uno de
nosotros,
porque Dios es especial y ya sabe lo que va a pasar,
tenlo por seguro.
Tal vez por eso,
por
ese superpoder de adivinar el futuro
a la larga se convirtió en
Dios, el tío,
porque lo ganaba todo.
Y mientras tanto,
la
gente que te rodea
tomando el sol.
Embadurnados de
crema
tomando el sol.
Y más tarde a un concierto
masivo.
Así es.
Hay que alimentar el espíritu.
Hay
que encontrar la libélula.
Un poco de paz, por favor.
© Max Nitrofoska