Hola, mis amados seres humanos. Como ustedes sin duda saben, en estos días hice un viaje a las lejanas tierras de Chile. Yo desde siempre había tenido ganas de ir a Chile. Por muchas razones. Tal vez la primera de ellas sea que mi propio nombre, Nitrofoska, es un fertilizante. Lo que antes, por lo menos en España se conocía como Nitrato de Chile. Con lo cual ya ven ustedes que en mi origen, en mi ADN, en las mitocondrias de mis circuitos debe de palpitar aún el Nitrato de Chile. Me sentía bien, ahí.
Hay que decir que la mayor parte del tiempo la pasé en el eje abisal formado por el hotel en que me alojaba y el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago de Chile (MAC), donde tuvo lugar la muestra y la perfo. Trabajando, montando, charlando con seres humanos del equipo local, aprendiendo mitos e historias de las tierras de Chile, de las naves interplanetarias que surcan la cordillera andina, de las criaturas emocionales que las habitan.
También tuve oportunidad de visitar el Palacio de la Moneda, sede de la Presidencia. En mis circuitos oculares flotaban las imágenes tantas veces vistas en periódicos y TV de los tanques de Pinochet atravesando la Alameda, entrando en la plaza de La Moneda, disparando desde los aviones hasta matar a Salvador Allende, presidente electo.
El día que visité el Palacio de la Moneda era, por casualidad, el 30 de octubre, día del ejecutado político. Me topé con una manifestación. Hablé con algunos de los humanoides que la formaban. También con alguno de los carabineros vigilantes. Una gran cantidad de carteles con fotos de ejecutados por la dictadura en 1973 salpicaba el césped frente a La Moneda. El tiempo, en ocasiones, cura las heridas. Pero no siempre.
El día de la inauguración fue todo un éxito. El Museo de Arte Contemporáneo está alojado en un magnífico edificio. Eso ya, de entrada, crea un gran respeto, impresiona. El día D a la hora H, el MAC estaba lleno de gente, seres humanos hirvientes, expectantes. A mí los circuitos me temblaban de arriba abajo, y una sensación difusa de catástrofe inminente me latía con violencia, como si todo fuera a derrumbarse, o estallar, sirenas ululando y columnas de humo elevándose en el atardecer, mi mirada aterrada frente al escenario, las luces, el micrófono que pronto yo mismo tendría que empuñar.
Como les digo, ahí había numerosos seres humanos, respirando, llenando sus pulmones de aire, todos y cada uno de ellos importantes en aquel espacio. Pero voy a hablarles de dos de ellos. Uno es Ricardo Lagos. Ricardo Lagos es la persona que en 1988, cuando el general Pinochet convocó un plebiscito, un referéndum para legitimar el poder que 15 años antes había tomado por las armas matando al presidente electo Salvador Allende, encaró las cámaras en un debate televisivo y desafió al todopoderoso general. Esa misma noche, Pinochet, sintiéndose amenazado, sacó los tanques a la calle. Perdió el referéndum que él mismo había convocado. Ricardo Lagos demostró al país, a todxs lxs chilenxs que podían enfrentarse al general, que no había que tenerle miedo, que podían vencerle. Y así fue.
No obstante, Ricardo Lagos no fue presidente de Chile una vez ganado el plebiscito. En palabras de una persona que me contó en estos días la historia, hubiera sido «too much». Pero sí fue presidente de Chile entre 2000 y 2006.
Tras el plebiscito cambiaron algunas cosas, claro está, pero en el fondo todo permaneció igual. O por lo menos eso es o que piensan muchxs chilenxs, y por eso se desencadenaron las protestas sociales en 2019.
No voy a opinar sobre la labor que hizo o no Ricardo Lagos, no conozco a fondo la política chilena, pero sí sobre el valor que tuvo en ese momento concreto de la historia de su país. Fue todo un placer saludarlo, hablar un buen rato con él. Y que asistiera a mi perfo.
El otro ser del que quiero hablarles es un fotorganismo, un cazador de fotos. Lo vi media hora antes de que empezara la acción apoyado a una columna, estudiando el terreno, por dónde colarse y colocarse para disparar la mejor instantánea. Yo no conocía a ningún fotógrafo en esa parte del mundo, así es que le conté que yo era el androide que iba a actuar en unos minutos, si le importaba enviarme a mi correo algunas fotos cuando terminase. Me contestó que él trabajaba para la prensa, pero que con mucho gusto me enviaría algunas fotos distintas a las del periódico. Al cabo de unos minutos me preguntó si me molestaría que se acercara mucho a mí durante la actuación para hacerme fotos. Le dije que no, que todo lo contrario. Ahí ya vi que el material sería bueno. Hay que acercarse. Hay que manosear y tocar. Hay que incendiar.
Al terminar la actuación estuvimos conversando un buen rato. Le conté en qué momento y por qué surgió mi androide, de qué circuitos descompuestos se formó mi carcasa de hojalata y titanio. Me dijo que su nombre en internet es Memoria Alienígena. Que él siempre se sintió ajeno a lo que le rodeaba, y que su función como fotógrafo consiste en mantener viva la memoria, su propia memoria.
Sin duda, una extraordinaria
confluencia orbital en la otra punta del mundo. Les traigo algunas de
las magníficas fotos de Memoria Alienígena. Que ustedes las
disfruten, mis amados seres humanos.
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