Hay
que seguir en movimiento.
Hay que seguir el movimiento.
Hay
que seguir moviéndose.
No pensar en la caída,
que
se producirá sin duda
en una de las muchas sombras oblicuas
del destino,
siempre resbaloso e incierto.
Sobre todo
en tus manos.
O
tal vez no.
Tal vez nada caiga, finalmente,
porque cada
día que pasa
te veo más dotes de prestidigitador,
de
trapecista veloz que surca los cielos
en busca de una promesa
formal y aérea,
una promesa que se base
en las
respiraciones adversas,
en el flujo genital y gástrico
de
las personas que conforman
esa carpa abrasadora
en la que
se mueve tu circo,
con sus estrellas fugaces,
sus
caprichosas veladas
y sus destellos uniformes,
muy
uniformes.
Y caducos.
Que caducan.
Que ya han
caducado,
para ser más precisos.
Hay
que seguir en movimiento.
Hay que seguir el movimiento.
Hay
que seguir moviéndose.
Hay
que tener en cuenta a los payasos, también,
en
este circo.
Sobre todo
al triste,
que es el
que lleva una
sonrisa permanente
pintada
en la cara.
Volviendo
a lo nuestro:
aquella disculpa que no supiste,
que no supe
pronunciar a tiempo.
Aquel guiño de ojos, o fue un pestañeo
que
te pasó, me pasó desapercibido.
Es ahí donde se tuerce,
es
ahí cuando la carpa,
con sus flamantes toldos en ruinas,
con
sus estandartes de vivos colores
te asfixia,
me asfixia.
Es
ahí donde se tuerce la sonrisa
y todo lo demás.
Hay
que seguir en movimiento.
Hay que seguir el movimiento.
Hay
que seguir moviéndose.
Hay
que olisquear y hay que resoplar.
Es necesario mantener un
comportamiento animal,
vertebrado, siempre.
Los mamíferos
tenemos sueño.
Los mamíferos tenemos hambre.
Sueño con grandes superficies lisas.
© Max Nitrofoska