sábado, 31 de mayo de 2025

EL BESO (VII)

Texto e imagen: Nitrofoska
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Fragmento 7:

No sé cuánto tiempo pasó. A veces pienso que nunca nos separamos, que seguimos ahí, detenidos, girando dentro de una membrana líquida. Él me hablaba sin abrir la boca. Yo respondía moviendo la sangre en otra dirección. Éramos forma y contenido al mismo tiempo. Nadie más entró. Nadie más podría. No por exclusión, sino por imposibilidad: habíamos convertido el espacio entre los labios en un mundo sin puertas.

©Nitrofoska

viernes, 30 de mayo de 2025

NITROFOSKA EN LA FERIA DEL LIBRO DE MADRID 2025

Hola, habitantes. Hoy hace un año que presenté mi libro ¡HAZ ALGO! en el café María Pandora de las Vistillas. Una muy bonita fiesta.

Pues bien, este año lo presento en la Feria del Libro de Madrid. El jueves día 5 de junio en la caseta 112, fuerza nuclear estable a cargo de librería y ediciones Miraguano. De 18:30 a 21h.

¡VenirRse!!

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Todas las fotos del evento del año pasado en este ENLACE

jueves, 29 de mayo de 2025

LA CARA OCULTA

Hola, habitantes. Para celebrar el 2º aniversario de mi libro Radical indefinido, hoy os traigo La cara oculta, uno de sus cuentos.

Que ustedes lo disfruten. 

LA CARA OCULTA
©Nitrofoska

Dice mi padre que los chinos han llegado a la cara oculta. Pero no creo que sea verdad, mi padre inventa mucho. Por darse importancia. O por hablar de algo, no sé, el caso es que no para de inventar. Dice mi padre que los chinos van a montar fábricas de armamento ahí, en la cara oculta. No armamento convencional, bombas, misiles ni nada de eso, sino armas digitales, emocionales por decirlo así, armas con las que podrán alterar nuestra voluntad, diseñar nuestra imaginación y manipular nuestros deseos. De forma que pronto algunos artistas, como Luis Miguel o Brad Pitt querrán ser amarillos en lugar de blancos, como Michael Jackson pero a lo chino. Va a ser un guirigay de colores, dice mi padre.

Creo que mi padre dice lo de la cara oculta porque quiere hablar de cosas que nunca se tratan en la familia, acontecimientos que han permanecido ocultos desde siempre, molestos incidentes a los que mi madre se refiere en voz baja y entornando los ojos, como si hablase de un difunto cuyo cadáver, aún caliente, estuviera presente entre nosotros.

Es por eso que mi padre dice que los chinos han llegado a la cara oculta de la luna, porque en mi familia nunca se ha hablado de ciertas cosas. De la ciencia y eso sí, de los avances de la ciencia me refiero, de los planetas y las galaxias, de los microbios y los virus y la física cuántica y los números primos. Pero cuando mi hermana Lucía quedó embarazada con doce años nadie dijo nada. Ella solía dormir la siesta en el regazo de mi abuelo, pero yo en ningún momento escuché un solo comentario de desaprobación o de disgusto cuando se supo que estaba embarazada, es más, tanto mi hermana Lucía como mi abuelo siguieron cenando cada noche en el comedor con la familia. Dos semanas más tarde mi hermana se ausentó por un par de días y al regresar ya no estaba embarazada. Por eso digo lo de la cara oculta.

Dice mi padre que los chinos quieren hacer una copia de la luna, que para eso han ido hasta allí, para clonar la luna en la tierra. No sé dónde la van a meter, me parece que es un poco grande, pero cualquiera le dice eso a mi padre. Es que mi padre tiene una percepción bastante particular de los tamaños y las distancias. Recuerdo un día en que al ir a aparcar el coche en el garaje, la puerta batiente quedó a media asta, bloqueando la entrada. Mi padre decía que el coche pasaba con holgura. Mi madre le dijo: «Pero ¡qué dices!, no entras ni en broma», y eso fue lo que le espoleó definitivamente. Mi padre metió la primera y así, despacito, fue hacia el batiente entornado del garaje. Se veía de lejos que se lo iba a tragar, pero él siguió adelante, imperturbable, con velocidad constante hasta que la puerta de metal del garaje se incrustó en la luna delantera del coche. Claro que antes del choque, mi madre y yo ya habíamos saltado. Mi hermana Lucía no, se quedó en el asiento de atrás, quieta en un rincón con la mirada fija en ninguna parte. Mi madre gritaba despavorida y repetía: «¡Estás loco, estás loco!». Mi padre, por su parte, se agachó en su asiento para que el portón de metal no le rebanara la cabeza y siguió apretando el acelerador. La chapa del coche chirriaba, las ruedas giraban frenéticas en el aire, el motor rugía por el esfuerzo. La puerta del garaje quedó bien hundida en el coche. La luna desapareció, hecha añicos. Esa noche cenamos en silencio en la cara oculta.

Imagen: Nitrofoska
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Lo de mi abuelo y mi hermana Lucía fue algo serio, trajo cola. Recuerdo una noche en la que mi madre estaba cocinando una pieza de carne que le había traído el vecino del tercero, el tuerto, el que trabaja en el mercado mayorista. A mi madre le gusta cocinar por la noche. Cuando todos están en sus respectivos dormitorios ella se atrinchera en la cocina y enciende un programa de radio en el que los oyentes de Ciudad Humanoide telefonean y charlan sobre sus inquietudes con la locutora, que tiene una voz susurrante, hipnótica, cautivadora. Yo suelo hacer como que no consigo dormir y me voy a la cocina para que mi madre me prepare una infusión de tila y así poder escuchar la voz de esa hermosa locutora. Aquella noche me senté junto a la radio mientras mi madre me preparaba la infusión. Entonces entró mi abuelo. Le dijo algo a mi madre, no sé muy bien el qué, porque yo estaba pendiente de mi locutora, pero a mi madre no debió gustarle lo que decía mi abuelo, porque agarró un enorme cuchillo con el que estaba despiezando el buey y se lo puso en el cuello. Después de esto mi abuelo se fue una temporada de casa. Bueno, en realidad no lo he vuelto a ver desde entonces. Mi padre dice que se ha ido a la cara oculta de la luna con los chinos. Se pone a bromear para no tener que hablar sobre el tema en la mesa, pero se ve que no le hace ninguna gracia, que está molesto.

Dice mi padre que La cara oculta de la luna es un disco que él escuchó muchísimo en su juventud. Debe tratarse de un grupo punk, porque mi padre es un poco punk, según dice hasta cantó en alguna banda en sus años mozos. Punk Floid creo que se llaman los de la cara oculta. Un nombre un poco ridículo, pero bueno, gustándole a mi padre se entiende.

El caso es que de tanto escucharlo, dice mi padre que se le gastaron los surcos, porque mi padre escuchaba la música en discos de vinilo, de esos grandes, enormes, que hace falta destinar una habitación solo para almacenarlos.

Dice mi padre que llegó un momento en que el disco estaba tan gastado, se escuchaba tan mal, que decidió hacer una escultura con él. Al parecer calentó el vinilo a la llama de un infiernillo de alcohol con la intención de doblarlo y así poder modelar su forma y transformarlo a capricho en un cohete interestelar listo para surcar el cosmos, o bien en el frágil cuello de un cisne que asomara a través de un oscuro estanque, cualquier cosa con tal de no volver a escuchar esa música ya gastada, desafinada, destripada y rayada con obstinación e insistencia, esa música proveniente de la cara oculta.

Lo cierto es que más tarde yo escuché ese disco y no está del todo mal, tonadillas de psicodelia hippy. Pero a lo que iba, a mi padre le gustó tanto la escultura que había hecho con La cara oculta de la luna que se lio a quemar y moldear toda la colección de vinilos de su hermano Tolo. Llegó a transformar la lisa superficie de los discos en paisajes lunares, en dragones enfurecidos, en suaves amapolas, autopistas de peaje, locomotoras a vapor, tímidos jilgueros, pirañas voraces, guitarras eléctricas, sensuales bailarinas y cofres del tesoro.

Mi padre pasó varias semanas entregado al arte de modelar el vinilo, no solo La cara oculta de la luna, sino muchos otros títulos que no recuerdo. Mi tío Tolo sí los recuerda, uno por uno, y años después aún es capaz de recitar su colección completa de discos de vinilo de memoria. Los enumera entonando melodías enfermas, porque cuando mi tío Tolo volvió del viaje a Katmandú, se encontró con que su fabulosa colección de vinilos se había convertido en una delirante montonera de arte abstracto. Pasó varios días en la habitación de los discos, sentado en posición de loto en el suelo, mirando ese mar de plástico quemado, olfateando ese aire que aún guardaba intacto el persistente olor del acetileno, observando ese techo grasiento y repugnante, ennegrecido por el humo del vinilo. Creo que en esa habitación, a mi tío Tolo se le desvaneció de un plumazo el budismo que había practicado e interiorizado en sus seis meses en el Nepal, porque un buen día, tras pasar la tarde entera en su cementerio de discos, fue a la habitación de mi padre y sin decir palabra lo sacó de la cama en pelotas, lo amordazó y lo ató a una silla de ruedas que había en el salón, cogió las esculturas de vinilo y empezó a fundirlas y a pegarlas sobre la piel desnuda de mi padre, poco a poco, una a una, mientras este suplicaba bajo las cuatro o cinco vueltas de cinta americana que tapaban su boca. Mi tío Tolo fue colocando sobre su hermano todas y cada una de las esculturas musicales que poblaban su habitación, de forma que cuando terminó, ya al amanecer, mi padre había desaparecido bajo un ingente montón de artístico vinilo moldeado. Entonces mi tío Tolo abrió la puerta de casa y empujó a su hermano, atado a la silla, escaleras abajo. Esto sucedió en septiembre, el último día del verano. Lo recuerdo bien porque al día siguiente mi madre iba a cocinar un cocido completo, decía que el cocido no era para comer en verano.

Aquel otoño empezó estupendo, el cocido estaba delicioso, suculento, la verdad es que mi madre cocina genial. Mi padre pasó algunos días en el hospital por las quemaduras y por los tremendos golpes que se pegó en su vertiginoso descenso de las escaleras. Mi tío Tolo volvió a Katmandú a seguir practicando el budismo. Yo no entiendo mucho de eso, pero en mi opinión necesita seguir entrenando, se altera con mucha facilidad. Mi padre no ha vuelto a tocar el infiernillo de alcohol, aunque tiempo después se descargó La cara oculta de la luna y de vez en cuando la escucha mientras repara el coche… o la nave interplanetaria, como dice él.

Dice mi padre que en la película Blade Runner, Deckar, el cazador, también es un replicante, igual que Roy, Rachel y los otros. Vamos, que para mi padre todo el mundo es un replicante menos él. Hasta nosotros, sus propios hijos, somo replicantes, según él. Esto le permite ignorarnos casi por completo, porque según mi padre los replicantes estamos programados y no tenemos libre albedrío. Según mi padre el único que tiene libre albedrío es él. Mayormente durante el día, porque por las noches, después de haberse trincado dos botellas de vino y siete whiskys ni él mismo se cree que tenga ni albedrío ni nada. Pobre. Es un poco patán, pero yo lo quiero mucho. Es el único que habla de la cara oculta y de replicantes. A veces, cuando está muy muy borracho habla de la carne de buey y del abuelo. Es entonces cuando a mi madre le centellea de un modo extraño la mirada. Nunca antes le había visto un brillo así, sulfuroso, fulgurante. Y entonces acaricia a Lucía en el muslo. Igual es que mi madre es de verdad una replicante, como dice mi padre. Lo sea o no, lo cierto es que cocina muy bien, sobre todo la carne de buey que le trae el tuerto. Me gusta ir por las noches a que me prepare una tila en la cocina. Y escuchar a mi locutora en la cara oculta.

© Max Nitrofoska

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miércoles, 28 de mayo de 2025

LOS CIMIENTOS DEL "RESORT"

Foto: Anas al-Shareef / REUTERS
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HALLAZGO

Hola, habitantes. Entre los infinitos pliegues del tiempo hoy me he encontrado una foto perdida del pasado 25E. En realidad no me había llegado. Estaba ahí, a un paso, atascada en memorias tubulares.

Por fortuna, un certero empujón del autor y organismo fotosensor Muaré, la ha puesto en pie. Aquí se la traigo a ustedes. Junto a mi amigo e ilustre fotógrafo Martín Sampedro.

Foto: Daniel Muaré
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lunes, 26 de mayo de 2025

SERES NO HUMANOS

Foto: Tibor Litauszki
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domingo, 25 de mayo de 2025

EL BESO (VI)

Texto e imagen: Nitrofoska
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Fragmento 6:

El segundo beso sí ocurrió. Pero no como lo habíamos imaginado. Fue una combustión de texturas, una espuma densa que nos invadió desde dentro. Él se disolvió primero: su contorno perdió frontera. Yo resistí unos segundos más, justo lo necesario para ver cómo mi boca empezaba a decir palabras que no conocía. Después no hubo lenguaje. Solo un calor antiguo que venía de más atrás de la memoria. Aquel beso nos alteró el pulso. Desde entonces, ya no vibramos con el mismo ritmo que los demás.

©Nitrofoska

sábado, 24 de mayo de 2025

EL BESO (V)

Texto e imagen: Nitrofoska
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Fragmento 5:

Cuando me acerqué por primera vez, sentí que algo se desgarraba en el aire. No en mí. En el aire. Como si el mundo mismo notara que ese encuentro no debía suceder. Él tenía galaxias donde otros tienen rostro. Yo venía manchada de humo, con los recuerdos adheridos a la piel. No nos rozamos. Bastó con la intención. Una fisura invisible nos atravesó, y todo se volvió rojo, negro, espiral. El beso no llegó, pero dejó cicatriz.

©Nitrofoska

viernes, 23 de mayo de 2025

OBSERVAR

Hola, habitantes. ¿Cómo empieza el día?

Foto: Annick Gérardin
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jueves, 22 de mayo de 2025

ANDROIDE FRAGMENTADO

Hola, habitantes. Para celebrar el 2º aniversario de Radical indefinido, mi libro de relatos, hoy os traigo Androide fragmentado, uno de sus relatos, que trata sobre la fabricación de robots humanoides, sobre sus prestaciones y sus posibles derechos. Sobre sus códigos morales y éticos. Sobre el carácter y temperamento general del individuo androide. Sobre su "humanidad".

Que ustedes lo disfruten. 

ANDROIDE FRAGMENTADO
©Nitrofoska

Dícese de aquel androide cuyos circuitos se han escindido en dos mitades, que pasan a ser independientes y autónomas.

Esta característica, propia de individuos androides que han sido sometidos a largas estancias entre los seres humanos ha sido objeto de profundos estudios, tanto entre ingenieros en Inteligencia Artificial como entre psiquiatras y neurólogos.

El doctor DeMichaelis, tras años de intensa investigación, sostiene que la fragmentación de circuitos es equiparable a la reproducción sexual humana. La teoría de DeMichaelis creó una gran conmoción, no solo en el mundo científico, sino también en el entorno jurídico, en el que se debatió con verdadero ardor sobre si los androides tenían los mismos derechos como especie que los humanos, si era lícito que se reprodujeran en libertad, sin que la mano y voluntad humanas intervinieran en el proceso.

Lo cierto es que DeMichaelis abrió una brecha a la que se han asomado infinidad de especialistas en la materia, una vasta y apasionante brecha que no deja de alimentar la polémica.

Por otro lado, la escuela austríaca, con el doctor Dragmun como estandarte más visible, establece un paralelismo indisoluble entre la fragmentación androide y la bipolaridad humana. Indisoluble en el sentido —siempre según la citada escuela— en que un ser humano bipolar podría sentirse humano en su polo creciente y androide en el decreciente o viceversa. Asimismo, un androide fragmentado sentiría palpitar sus circuitos como una persona en la fase roja mientras que en la fase verde serían estos mismos circuitos replicantes los que tomarían el control del organismo.

Es necesario señalar que el doctor Dragmun sufrió un severo accidente, buena parte de su esqueleto quedó destrozado y le fue sustituido en los sucesivos años por piezas de níquel y titanio, el llamado nitinol, una aleación con memoria de forma que revolucionó el mundo de los implantes biónicos. Dragmun se convirtió en uno de los pocos cíborgs absolutos que existen a día de hoy en el mundo.

Desde su nueva condición de cíborg absoluto, el doctor Dragmun fue elevando una teoría de comunión humano-androide que en ciertos ámbitos perdura hasta nuestros días.

Creemos que sería conveniente definir, para nuestros lectores menos familiarizados con esta temática, lo que es un cíborg. Para ello echaremos mano de la Wikipedia, en la que leemos: «Un cíborg es una criatura compuesta de elementos orgánicos y dispositivos cibernéticos, generalmente con la intención de mejorar las capacidades de la parte orgánica mediante el uso de la tecnología».

 Imagen: Nitrofoska
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Dragmun considera que el ser humano tiende hacia, digamos, el androidismo, tiende a convertirse en un cíborg cada vez más absoluto, un ser mecánico y digital que deje atrás la molesta tara humanoide de la enfermedad, la decadencia y la muerte. En ese camino imparable de androidización, iremos sustituyendo, al ritmo que la tecnología nos lo permita, nuestros débiles y corruptibles órganos humanos por perfectas réplicas en nitinol.

En palabras del doctor Dragmun: «Este proceso ya lo estamos viviendo hoy en día, donde multitud de personas, de seres humanos llevan instalados en sus cuerpos marcapasos metálicos, o tibias de titanio, o brazos de fibra articulada, o diminutas piezas adosadas en ojos y oídos, incluso corazones 100% artificiales. Pero como ustedes sin duda no ignoran, esto es solo el principio. En unas decenas de años los seres humanos estarán formados en su gran mayoría por elementos mecánicos, mucho más resistentes y de mejor calidad que los propios componentes orgánicos humanoides. Y en un siguiente paso evolutivo, estamos hablando de siglos, tal vez milenios, desaparecerá por completo, por resultar obsoleta, la parte orgánica. Un ser humano será entonces totalmente mecánico. Y esta es la paradoja que dominará nuestro mundo futuro: ¿seguirá siendo entonces un ser humano, "humano"?».

Los opositores de Dragmun han argumentado que el procesador central de estos Seres Humanos Robotizados, como llaman ellos a los cíborgs, sigue siendo el cerebro, con lo cual estamos hablando de seres humanos en todos los sentidos. La prestigiosa ingeniera en IA Tania Kozlova, una de las más visibles rivales de Dragmun en la arena científica dice al respecto: «Si una criatura, por muchos ciberimplantes que tenga es movida por el cerebro humano, estamos hablando de una criatura humana, y punto, señores, y punto, y en el otro extremo tenemos a los robots, movidos por cerebros mecánicos, cerebros mecánicos que nosotras hemos construido, ¡que nosotras hemos programado¿Y cómo va a tener libre albedrío una máquina en la que hemos programado hasta el más ínfimo detalle y a la que hemos dotado de todos los controles de seguridad pertinentes?».

En un plano práctico, estas divergencias de opinión resultan esenciales para determinar los derechos y obligaciones de los androides, no solo laborales, sino como individuos, como «personas» que viven e interactúan en nuestra comunidad. Para determinar según la jurisprudencia planetaria si los androides deben ser considerados miembros de pleno derecho de nuestra sociedad o por el contrario deben ser utilizados como esclavos, herramientas a nuestro servicio.

Se da la circunstancia de que la fragmentación androide se completa con más celeridad e insistencia, y también con un mayor derroche fotónico en primavera. Al parecer, la primavera no solo altera la sangre, sino también los circuitos biónicos.

Y es sobre este hecho indiscutible sobre el que han ido edificándose algunas de las más sólidas teorías de la integración hombre-máquina, que ha desembocado en conclusiones antagónicas, irreconciliables y hasta enfrentadas.

«Si la primavera es capaz de alterar el comportamiento de un androide, de una criatura-máquina, estamos aceptando que no todo su carácter, no toda su esencia está incluida en los circuitos que nosotros le implantamos. Estamos admitiendo que algo escapa a nuestra minuciosa programación», dijo al respecto el doctor DeMichaelis en el prestigioso congreso sobre IA que se está celebrando estos días en Malta.

«Y si aceptamos que la primavera altera nuestras minuciosas y avanzadísimas programaciones —aseveró DeMichaelis—, debemos también aceptar, mal que nos pese, la posibilidad de que los planetas, la astrología, sí, señores, la astrología, esa quimera del ocultismo, pueda ejercer cierta influencia sobre nuestras creaciones robóticas».

Llegados a este punto no podemos pasar por alto las muy populares teorías de la doctora Grandes. La doctora Daisy Grandes nació y creció en la estación espacial Gordon-Moore, que a día de hoy sigue albergando la más importante reserva de androides nonatos. La gran mayoría de los androides que se mueven por nuestra galaxia han dado sus primeros pasos en la estación espacial Gordon-Moore, donde antes de que incontables y alambicados ramales de parámetros y programaciones les sean introducidos, deben pasar un período de 15 días de prueba, de vida bajo vigilancia.

La doctora Daisy Grandes, hija del célebre matrimonio Grandes, reconocidos expertos en IA, tuvo la ocasión de asistir, desde niña y hasta muy avanzada su carrera médica al alumbramiento de numerosos modelos de androides. Y como detalla en su famoso tratado El nacimiento androide y los planetas, observó que los androides nacidos, pongamos por ejemplo, en el mes de enero, respondían a unos caracteres similares a los capricornio humanos, así como los nacidos en agosto se asemejaban a Leo. Dicho en otras palabras, la gran aportación de la doctora Grandes a la industria IA y al conocimiento robótico en general consiste en haber advertido que la disposición de los planetas, la astrología, ejerce una notable influencia —siempre según la doctora— si no en el comportamiento, que vendrá determinado por la programación establecida y los códigos morales y éticos implantados, sí en el carácter y temperamento general del individuo androide.

Hay quienes sostienen que este hecho, investigado y detallado en profundidad por la doctora Grandes, es la confirmación irrefutable de que los androides, las máquinas, son semejantes a las personas, con su misma, idéntica evolución, tocados por la primavera, el amor y otras pulsiones humanas.

Si desean ustedes ampliar sus conocimientos sobre este apasionante tema no deben pasar por alto el best seller planetario Gran carta astral comparativa humandroide. Les aconsejo su lectura. Doctora Daisy Grandes en Editorial Yupitēr.

Se me hace imprescindible retomar el pensamiento del doctor Dragmun. Les ofrecemos algunos extractos de la conferencia que ha pronunciado hace apenas unas horas en el congreso de Malta:

«Si creamos máquinas que nos superan en el plano intelectual, ¿cuál es el lugar de los humanos?».

«Un poco de humildad, se lo ruego: el ser humano no es más que un eslabón en la evolución de la vida, un eslabón al servicio de vidas superiores».

«Los científicos que construyeron la bomba atómica eran perfectamente conscientes de las posibles consecuencias que tendría su invento, su obra. No obstante investigaron con ardua determinación, al parecer para parar el avance del nazismo. Pero tras la muerte de Hitler continuaron trabajando incluso con más empeño. La gran mayoría de aquellos científicos no reflexionó en el daño que su creación tecnológica iba a causar, los dominó la necesidad de mostrar al mundo su enorme capacidad intelectual».

«Lo volverán a hacer. Construirán máquinas que acabarán con nosotros».

¿Y qué opinan los propios androides de todo esto? Buena pregunta, mis amados seres humanos.

© Max Nitrofoska

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miércoles, 21 de mayo de 2025

9 AÑOS EN LAS REDES

Hola, queridos habitantes. Hoy hace 9 años que mi página web vio la luz. 9 años en los que les he compartido unas 1.500 entradas, que han recibido más de 430.000 visitas. Solo se me ocurre una palabra. Bueno, dos. Y no son ¡HAZ ALGO!, que también. Son: ¡MUCHAS GRACIAS!!!

A seguir disfrutando.

Foto: Mimisme
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lunes, 19 de mayo de 2025

SALTO

Hola, habitantes. ¿Cómo se presenta la semana?

Foto: Desconocidx
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domingo, 18 de mayo de 2025

VIAJE A LA LUNA EN FAMILIA (IV)

 Imagen: Nitrofoska
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Fragmento 4:

Nunca supe cómo funcionaba. Él sí. Movía las órbitas con los dedos, dibujaba trayectorias imposibles, usaba planetas como si fueran piezas de un tablero secreto. Yo me limitaba a observar. El pequeño —ese niño callado— no era como nosotros. Llevaba otro tipo de polvo en la piel. Algo más antiguo, más profundo.

No decía nada, pero cada gesto suyo transmitía una intención. En sus manos nacía el lenguaje. En sus ojos, anillos.

Papá lo justificaba: en los nacimientos orbitales, decía, el tiempo se pliega distinto. Todo llega, con paciencia. Mamá no decía nada. Ella ya lo sabía.

Una vez me acerqué demasiado. Él me mostró una luna: vacía, temblorosa. Dijo que allí iba a dormir. Que al despertar, las cosas cambiarían.

O quizá ya despertó, y su sueño es lo que ahora habitamos.

©Nitrofoska

sábado, 17 de mayo de 2025

VIAJE A LA LUNA EN FAMILIA (III)

 Imagen: Nitrofoska
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Fragmento 3:

Ella no necesitaba traje. O lo había absorbido. Su respiración era interna, pausada, como la de los cuerpos en hibernación lenta. Se sentaba en los bordes de los satélites como si fueran bancos en una plaza. A veces me miraba. A veces no.

Papá le traía cosas: rocas raras, aparatos que ya no funcionaban, criaturas dormidas. Ella decidía si valían la pena. Algunas las guardaba en su vientre translúcido. Otras las devolvía con una sonrisa que no conocía gravedad.

Yo solo quería que dijera mi nombre. Una vez creí que lo susurraba, pero no era el mío. Era el de algo más antiguo. Algo que aún no había nacido.

©Nitrofoska

jueves, 15 de mayo de 2025

AMISTAD

Hola, buenos días. A disfrutar.

Imagen: @deadmanipulations
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miércoles, 14 de mayo de 2025

DÍAS PARES, DÍAS IMPARES

Poema e imagen: Nitrofoska


Los días impares las comadrejas muerden más duro,
con más nervio,
con más ganas,
mandíbulas para triturar dedos y falanges.

Los días pares haces torrijas de leche
y el día se desliza sobre raíles de mantequilla dulce,
muy dulce,
a tu vera.

Los días impares un pensamiento náufrago
se apodera de ambos. Dos náufragos.
Dos balsas amarradas con esparto y algunas cuerdas deshilachadas
y raídas,
poca cosa para ese mar tan bravío
que promete acabar con nuestros sueños.
Acabar con nosotros,
a secas.

Los días pares las tostadas crujen entre tus dientes
con ritmo despreocupado,
sin llamar a la puerta,
y se quedan a vivir en algún lugar entre tus labios
y tus encías y tu lengua.
Eso es una gran parte de lo que buscabas,
de lo que anhelabas, de lo que siempre quisiste sentir.
Y yo contigo.

Finalmente ruedas.
Te desprendes y giras de un lado a otro,
a gran velocidad,
sin pensar en el lugar de destino,
sin pensar en nada.
Es un acto reflejo que te inunda igual que en los días pares,
pero hoy te inunda de manera impar.

Y el tren va a descarrilar.

Y las comadrejas
y las tostadas
y los náufragos
y las torrijas de leche
te miran desde un rincón
polvoriento del olvido.

Música celeste.
Cantos de sirena.
Promesas y descalabros
se suceden.
Procura cerrar la puerta cuando salgas,
si es que finalmente decides salir.

Pero escucha,
esta noche voy a cocinar unas croquetas de bacalao.
Pares o impares,
la verdad es que no sé cuántas me saldrán.
¿Te quedas a cenar?

© Max Nitrofoska

martes, 13 de mayo de 2025

VIVOS

Hola. ¿Seguís vivos?

Foto: Danielle Form
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lunes, 12 de mayo de 2025

UN RELATO SOBRE EL CAPITANO CLAUDIO

Hola, androides. Buscando entre algunos archivos he encontrado un relato que escribí en los primeros días de este siglo sobre el Capitano Claudio. Un saludo, Capitán.

EL CAPITANO CLAUDIO

La redacción de Der Valle-Bote Zeitung, El Mensajero del Valle, estaba repleta de cañas de pescar, arpones, sogas, mandíbulas de tiburón y peces disecados, entre ellos un gigantesco pez espada. Vestigios de las correrías del Capitán.

Mi jefe, el redactor y propietario de la revista al que todos llamaban Capitano Claudio era un viejo lobo de mar que tenía la costumbre de ronronear, gruñir y blasfemar mientras escribía en su cuaderno de hojas cuadriculadas.

En la redacción del Valle-Bote podías encontrar al Capitano a todas horas, con sus dos metros de altura y sus cien kilos de peso, sentado sobre una minúscula silla con un bolígrafo de plástico atrapado en su robusta manaza y un cuaderno apoyado sobre los pies desnudos, escribiendo inclinado, como si estuviera buscando entre sus pies algo perdido en un naufragio.

El Capitano escribía todos y cada uno de los artículos que publicaba la revista, y los firmaba con diferentes seudónimos, así es que cuando alguien se personaba para protestar o directamente abofetear al autor de los insultos, difamaciones, burlas o atropellos, el Capitano Claudio le decía desde su minúscula silla que el autor de dicho artículo era un anciano que vivía en la montaña y no quería ser molestado. Después atendía amablemente las protestas del damnificado y le deseaba buenos días diciendo que ya se sabe, que con estos viejos locos que vienen a perderse en islas remotas hay que tener un poco de paciencia.

Cuando nos quedábamos a solas, el Capitano estallaba en una sonora carcajada y descargaba el puño derecho sobre su manaza abierta, mientras repetía una y otra vez en español:

—Esto hacer verr, Max, esto hacer verr.

Sin que nunca llegara a explicar qué era lo que nos hacía ver aquello.


Imagen: Nitrofoska
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A primera hora de una tarde de enero especialmente calurosa, una de esas tardes de calima con viento sahariano cargado de arena, un chico alemán entró en una cafetería del puerto y le dijo a la camarera, una bonita muchacha de melena rubia y piel tostada, que estaba locamente enamorado de ella, que prefería poner fin a sus días antes de seguir soportando la angustia que le producía su rechazo.

Debió decirlo acodado en la barra, inclinando la cabeza hacia adelante, viendo pasar ante sus narices un café tras otro, los cafés que ella estaba sirviendo sin prestarle la más mínima atención.

En el puerto la gente comentaba lo sucedido a gritos. Cuando Florian hubo terminado de declarar su no correspondido y desbordado amor a la bonita muchacha de larga melena y piel tostada, se subió a la azotea de un edificio en obras contiguo a la cafetería y se arrojó al vacío, gritando a pleno pulmón sobre la sahariana tarde que envolvía el pueblo: "Ich liebe dich". Te quiero. Algunos decían que Florian había gritado: "Tú eres mi único amor". Otros: "Me mato porque no puedo tenerte". El viejo Isaías decía que el chico gritó "Banzai".

Caminé hasta la redacción de Der Valle-Bote y me encontré al Capitano escribiendo, inclinado hacia el suelo. Le conté lo ocurrido pocos minutos antes en el puerto.  Cuando acabé, me miró deteniendo su bolígrafo de plástico y ladeando la cabeza.

¿Y ha muerto? ¿El chico ha muerto?

Le dije que no, que la ambulancia se lo había llevado con las piernas partidas, y también los brazos, y algunas costillas, o todas, dependiendo de la versión.

El Capitano se puso en pie, levantó los brazos hasta la altura de la cabeza con el bolígrafo de plástico en la mano y dijo mirándome serio, concentrado, con sus ojos azules cruzados, como si una bruma espesa y turbia le impidiera mirar al frente:

Esto hacer verr, Max, esto hacer verr.

El Capitano Claudio se sentó despacio, posando con delicadeza su gran cuerpo sobre el diminuto taburete, arrancó de un certero y comedido zarpazo las hojas de su cuaderno que ya habían sido escritas, las dejó caer a un lado y empezó una nueva página con cuidada caligrafía, doblando con un suave respingo cada coma, y diciendo a cada rato:

Esto hacer verr, Max, esto hacer verr.

Sin que al final acabara por explicar qué era lo que nos hacía ver aquello.

***

Un dibujo de una señal de tráfico, como las que indican que por la zona son frecuentes los desprendimientos de piedras ilustraba la portada del nuevo número de Der Valle-Bote Zeitung. Con la diferencia de que en el interior de la señal que aparecía en la portada de la revista, en lugar de un montón de piedras se veía la silueta de un hombre cayendo al vacío.

Un hombre bien empalmado, con aquello tan tieso como una antorcha, y tan grande que casi hubieras preferido que te cayera encima con todo su peso a que te alcanzara con aquel trabuco. El titular decía algo así como: "No se despisten con los baches que hay en el pueblo. Miren hacia arriba: Peligro, hombres enamorados".

Al día siguiente, cuando fui a la redacción a tomar el primer café del día me encontré con Florian sentado frente a la puerta en una silla de ruedas cromada con las palmas de las manos sobre los muslos, inmóvil, mirando fijamente al Capitano.

Le saludé y traté de charlar un rato con él. Pero Florian me contestaba con monosílabos, dedicándome cada vez una breve mirada y la mejor de sus sonrisas forzadas, tras lo cual volvía a girar la cabeza para seguir observando al Capitano Claudio, que se encontraba como si una medusa le cubriera el cuerpo, rascándose a la par con el bolígrafo de plástico y con su gran mano de marinero.

***

Cuando volví por la tarde ahí seguía Florian. Quieto como una estatua.

El Capitano Claudio se movía de un lado a otro a trompicones, con la cabeza gacha, los ojos desorbitados y los dedos de sus pies descalzos agarrotados, como un ave que ha caído del nido y no sabe a qué rama asirse.

Le pregunté a Claudio qué estaba sucediendo, y él se acercó a mí arqueado y de puntillas, como un gatito, juntando las palmas de las manos como si fuera a ponerse a rezar, con sus vivos ojos azules azuzados por el miedo, el desconcierto y el orgullo, incapaces de pedir perdón.

Balbuceó algo despacio, procurando parecer sereno. Algo como: "No sé qué quiere de mí, yo no le he hecho ningún daño, el que ha tenido el accidente ha sido él, yo no lo puedo remediar".

Eso de "El accidente lo ha tenido él" resultaba algo insólito saliendo de su boca. En un estado normal, el Capitano Claudio habría dicho: "No he sido yo el que se ha tirado de un cuarto piso." O: "No ha sido a mí a quien han dado calabazas." O: "Yo no me he despeñado como una cabra sólo porque una chica no quiere tomar café conmigo".

En ese momento alguien tendría que haberle dicho al Capitán: "Esto nos hace verr, Capitano, esto nos hace verr".

***

Florian seguía ahí al día siguiente, sentado en su silla cromada con las manos sobre los muslos y sus ojos limpios, aniñados y tibios observando al Capitán.

La gente entraba y salía de la redacción, pero a diferencia de lo que era habitual, el Capitán se aferraba al recién llegado y le contaba mil historias sin sentido o le hacía una tras otras un sinfín de preguntas inconexas. Temía quedarse solo, en silencio, sentir la presencia de Florian, su mirada volátil y serena, sus manos en reposo y su cuerpo fracturado y lleno, rebosante de sensato desequilibrio mental.

A última hora el Capitano Claudio, Florian y yo nos quedamos a solas. Un grueso tomo sobre técnicas de navegación cayó de la estantería.

El Capitano se tapó las orejas con las manos, como si hubiera estallado una bomba, como si todas las palabras que luchaban por salir de su cabeza hubieran aumentado de tamaño tras una detonación provocando un maremoto en el interior de su cráneo.

Entonces se lanzó contra las paredes, sacudió los arpones, metió los brazos entre las mandíbulas de los tiburones, hizo girar el timón y acarició el metal de las brújulas, como suplicándoles que le indicaran el rumbo a seguir.

El Capitano Claudio tenía metido a Florian flotando en el cerebro como una gran bola de brea fría y viscosa que poco a poco iba impregnando su cuerpo de desazón y tormento. Pensé que cuando toda esa marea de amor propio impregnara por fin sus pies desnudos la vida volvería a ser coser y cantar para el Capitano, como de costumbre. «Y no olvidarr botellla de rron, marinerro.»

***

Hacía ya dos semanas que aquello duraba, con Florian anclado en la puerta de la redacción y el Capitano descompuesto, cuando una mañana nos llegó de la imprenta el nuevo ejemplar de Der Valle-Bote Zeitung

Abrí uno de los paquetes. En la portada se veía una foto del Capitán que él mismo se hizo extendiendo los brazos y apretando el obturador con la cámara pegada a la cara y la bocaza abierta, carcajeando o cantando, o pidiendo algo a gritos en una pesadilla.

La foto estaba enmarcada por una señal como las que indican que por la zona suelen caer piedras. El titular decía: "No hagan caso ni del cielo, ni de los baches del suelo ni del infierno. Peligro: Capitán desconsiderado y cotilla. Promete pedir disculpas ante el Gran Jefe, porque de veras lo siente".

Era la forma del Capitano de pedir perdón en su barco.

Miré al Capitano Claudio, que parecía muy atareado apilando los paquetes de revistas uno encima del otro. Cogí un ejemplar y se lo di a Florian.

Toma, Florian —le dije.

Florian observó la portada un buen rato y luego leyó la revista sin atisbo de sorpresa. La leyó como si se tratara de un periódico deportivo hablando de su equipo tras un partido amistoso.

Cuando acabó, Florian me devolvió la revista.

Creo que esto es para ti, Florian.

Y Florian se fue.

El Capitano y yo acabamos de apilar los fajos de revistas, me senté sobre uno de los montones y encendí un cigarrillo. El Capitán no quiso fumar. Vi sobre sus pies desnudos una mancha oscura y viscosa, como de petróleo o brea.

El Capitano Claudio empuñó su bolígrafo de plástico y se sentó sobre su diminuta silla flexionando una pierna, mientras la otra quedaba estirada y dura, como un raíl dispuesto a soportar el paso de un tren muy pesado. Dijo hundiendo su nariz en el cuaderno:

Esto hacer verr, Max, esto hacer verr. 

©Nitrofoska

domingo, 11 de mayo de 2025

VIAJE A LA LUNA EN FAMILIA (II)

 Imagen: Nitrofoska
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Fragmento 2:

A veces se alejaba sin razón. Flotaba entre restos de estaciones, paneles rotos, un ala oxidada que ya no recordaba a qué nave había pertenecido. Decía que estaba comprobando trayectorias, pero yo sabía que no. Papá necesitaba espacios donde no estuviéramos nosotras.

Desde lejos parecía otra cosa. Una figura sin nombre, más señal que cuerpo. A veces me hablaba sin encender la radio. Solo con gestos. Yo fingía entenderlo. Supongo que eso nos mantenía unidos.

No sé si él sabía volver. A veces pienso que solo lo hacía porque nosotras seguíamos ahí. O porque la órbita lo arrastraba como una falsa promesa.

©Nitrofoska

sábado, 10 de mayo de 2025

VIAJE A LA LUNA EN FAMILIA (I)

 Imagen: Nitrofoska
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Fragmento 1:

Papá dijo que era seguro. Que la escafandra tenía filtros nuevos y que los organismos gelatinosos no eran agresivos, solo curioseaban a su alrededor. Pero yo lo vi, vi cómo se movían, cómo vibraban cuando alguien los miraba fijamente. Mamá no hablaba. Se limitaba a registrar. Sus manos extendidas como antenas. Yo flotaba a su lado, fingiendo que jugábamos. Como antes, cuando la gravedad era más clara y el silencio no dolía.

No fue un paseo. Fue un descenso. Algo así como entrar en una memoria ajena. Y al fondo, entre burbujas de gas fosilizado, vimos la primera puerta. Tenía forma de hueso. Papá dijo que no tocáramos nada. Mamá ya lo había hecho.

©Nitrofoska

viernes, 9 de mayo de 2025

CAPITANO CLAUDIO

Acabo de saber que ha fallecido el Capitano Claudio. Una gran tristeza me invade. Trabajé en su muy particular revista Der Valle-Bote Zeitung (El mensajero del Valle)  durante cuatro años. Muy bonitos años, intensos, soleados, marítimos.

Un apunte que en su momento escribí en mi blog:

Der Valle-Bote Zeitung es una revista alemana que se edita en La Gomera, una isla perdida en el océano Atlántico. La redacción, repleta de cañas de pescar, arpones, sogas, mandíbulas de tiburón y peces disecados —entre ellos un gigantesco pez espada—, conserva los vestigios de las correrías del Capitán.

El redactor jefe y director de la revista es el capitán Klaus, que se hace llamar Capitano Claudio. Es famoso en la isla y en Alemania por sus vueltas al mundo a bordo del Triana, un velero de hierro fundido de doce metros de eslora. El Capitano prefirió establecer la redacción de la revista en Valle Gran Rey, un pequeño puerto de la Gomera. Desde allí vendíamos revistas en el archipiélago canario, en Alemania, Austria y Suiza. 

Feliz vuelo, Capitán, siempre en mi memoria, y a buen seguro en la de mucha otra gente de la isla.

El Capitano Claudio, en una de las portadas 
de su mítica revista Der Valle-Bote Zeitung

jueves, 8 de mayo de 2025

POLVO DE ETERNIDAD

Buenos días, androides. Para celebrar el segundo aniversario de mi libro Radical indefinido, hoy les traigo completo el primero de sus relatos, Polvo de eternidad. Magníficamente ilustrado por la artista Marta Gómez-Pintado. Que ustedes lo disfruten.

POLVO DE ETERNIDAD
©Nitrofoska

El tiempo es relativo. Al pasar junto a la cola que se había formado a la puerta de un mercado escuché esta frase. Y es cierto, me dije, el tiempo es muy distinto cuando paseas disfrutando de la brisa del atardecer, a cuando esperas triste y agotado en una larga fila a que abra la tienda tu carnicero. El tiempo es así, caprichoso, relativo y cabrón. Porque en tu tiempo humano un año es un periodo de tiempo importante, pero abarcable, y sin embargo para una mariposa un año es un abismo, su vida se extingue en un solo día. Lo de cabrón lo digo porque después de todo es el tiempo el que te mata. Acaba contigo. Así de cabrón es el tiempo.

Por la noche, tumbado en la cama tras un día anodino y gris, esa sencilla frase que había escuchado en la calle, el tiempo es relativo, cruzó mis pensamientos para dar un vuelco definitivo a mi vida y cambiarla para siempre.

El tiempo es relativo. El tiempo es relativo. El tiempo, es, relativo. Primero una vez, luego otra y al rato una tercera y una cuarta vez, hasta instalarse sin remedio en mi cabeza. Ese eco, que se repetía incesante, me tuvo varias semanas tumbado en la cama, inmóvil, sin casi respirar ni alimentarme. El tiempo dejó de ser para mí no ya relativo, sino inexistente, ya que estuve a punto de morir de inanición y éxtasis reflexivo; dando vuelta a los segundos, a los minutos, a todas las situaciones posibles en las que el tiempo supuestamente se dilata o por el contrario se convierte en un tenue suspiro; analizando el devenir, el alcance del futuro, el peso del pasado y su posible retorno, el tiempo metafísico, su relación con el espacio, el tiempo que podemos acotar con un cronómetro y el que se nos escapa entre los párpados cada día. El tiempo, el tiempo, ese tiempo, como en un reloj de arena, se fue posando primero en mi mente, y después, bajo la forma de un sutil polvo de color dorado, sobre la superficie de mis manos, brazos, piernas, sobre la superficie de mi piel.

No me sorprendí por este hecho, me pareció natural que un pensamiento que me habitaba con semejante intensidad se materializase de alguna forma, y que lo hiciera bajo el aspecto de un fino polvo dorado me resultó de lo más hermoso y agradable.

En un principio, este polvo dorado surgió sin que me percatara de ello, pero pronto fui creándolo yo mismo con mi pensamiento, con mi obsesión crónica.

A nivel técnico resultó más sencillo de lo que nunca hubiera llegado a imaginar.

Empecé con un minuto, por jugar, como quien se tumba en la cama a hilvanar aritos y volutas de humo. Dejaba transcurrir un minuto, y cuando su último segundo expiraba, justo ahí, lo enlazaba con el primero, como en la esfera de un reloj, un minuto redondo, esférico, una luna resplandeciente. Lo tomaba entre los dedos y lo apretaba, como si fuera un moco o un trocito de miga de pan, tierna, moldeable y mía.

Poco a poco, muy poco a poco, fui aumentando la unidad de tiempo hasta llegar a un día, y luego varios días. Fue un largo, intenso e interesante proceso durante el cual mi espíritu y mi ser se fueron fundiendo con el tiempo fugitivo, me iba aproximando a la eternidad.

Imagen: Marta Gómez-Pintado
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Con el lento paso de los días tomé conciencia de un notable suceso: cuando ese polvo dorado entraba por mi nariz o por mi boca a través de la respiración, el tiempo se detenía. Entiéndase, se detenía el tiempo de mi organismo, la oxidación celular y el deterioro de mi ADN, pero no mi tiempo existencial, que seguía en paralelo sin que mi tiempo real se consumiera. Esto me fascinó, y solo por volver a experimentar una y otra vez esa nueva sensación que recién había descubierto dejé pasar varios años más, tumbado en mi cama, reflexionando sobre la relatividad del tiempo. Y degustándola.

No obstante, fue el propio polvo dorado el que me obligó a salir de mi intenso letargo. Llegó un momento en que me cubría por completo y dificultaba mi respiración, incluso nublaba mi vista. Tuve que incorporarme. Tras sacudirme el polvo, que se extendió como una alfombra centelleante a los pies de mi cama, encendí el ordenador para saber en qué fecha estábamos: ¡Era el año 2048! ¡Habían transcurrido veinticinco años! Me levanté de la silla y a tropezones me acerqué al espejo del dormitorio. Entré en el campo de visión del espejo, temeroso, con la espalda pegada a la pared, como si el reflejo fuera a golpearme. Frente a mí vi a un ser demacrado, con el pelo largo revuelto en una maraña y la barba desarreglada y tupida. Tras lavarme, cortarme el pelo y afeitarme comprobé que apenas había envejecido, aparentaba poco más o menos la misma edad que cuando me tumbé en la cama pensando que el tiempo es relativo. Al instante supe que el causante de esta asombrosa reacción, tanto temporal como física era el polvo dorado.

Eché un rápido vistazo al dormitorio. Estaba cubierto por una alfombra áurea, brillante, cegadora, que se extendía sobre la cama, sobre los armarios, las sillas, tapizando las paredes. Me hallaba confuso, no tenía una idea clara de lo que estaba sucediendo ni de lo que me rodeaba, pero supe que el polvo radiante que había nacido en mi habitación poseía cualidades sobrenaturales, divinas, que no podría deshacerme de él con un golpe de escoba o abriendo las ventanas para que volara junto a las ráfagas pestilentes de los vehículos. Mientras decidía qué hacer con él lo fui envasando.

Compré ampollas de vidrio en Amazon y el año que siguió lo dediqué a envasar el Polvo de Eternidad, como empecé a llamarlo en mis largos monólogos internos mientras reflexionaba sobre la nueva dimensión que se abría ante mí. La eternidad me hablaba, me llamaba, me susurraba al oído; era consciente de que había conseguido sintetizarla y estaba asustado, pero a la vez infinitamente satisfecho. Estuché el Polvo de Eternidad con cuidado, con mimo, y lo fui almacenando en una fresca bodega desocupada que tenía en el sótano.

Mientras tanto, mis pausadas meditaciones seguían destilando polvo dorado. Cada pensamiento se convertía en diminutas partículas de eternidad que aspiraba mientras vivía este tiempo suplementario, esta vida extra. El tiempo, entendido desde el punto de vista de la humanidad, hacía mucho que se había detenido. Mi cuerpo y mi mente viajaban a lomos de la dorada eternidad.

Pronto empecé a dar forma a mi bodega del tiempo, atesorando en cada uno de sus rincones incontables experiencias cotidianas, acontecimientos sublimes del pasado y del futuro con sus risas desbordantes y sus profundas heridas, misteriosas sagas medievales y oscuras intrigas palaciegas, dramas anónimos e ilusiones frescas e infantiles. Todo ese tiempo estuchado en mi bodega, que pronto se convirtió en un almacén en el que se podrían haber vivido mil realidades distintas en un mismo cuerpo. Sí, amigos míos, a mi disposición se encontraban las partículas elementales de la eternidad. Había conseguido sintetizarlas, aislarlas y envasarlas en pequeñas burbujas de vidrio herméticas. Las repasaba una y otra vez, escuchando sus conversaciones, su música, sus pasos en la noche, sus desafíos y sus duelos a la luz del sol, su ternura y su violencia inusitada; saboreaba sus manjares y escupía su bilis inmunda, todo a la vez, simultáneamente, en un interminable y atronador coro de voces asincopadas.

Una vez que mi bodega quedó colmada y tuve el tiempo a mi disposición y antojo podría haberlo utilizado, salir a la calle y vivirlo durante siglos, o incluso regalarlo o venderlo. Pero estaba tan fascinado por mi propio descubrimiento que pasé varios años más dedicado a él, dedicado al tiempo, a mirarlo, olerlo, sentirlo, solo eso, a envasarlo y ordenarlo desde el más antiguo al más reciente, desde el que había dejado una huella más profunda en mi recuerdo al que pasara fugaz y desapercibido, desde el tiempo que amaba y revivía una y otra vez al tiempo que trataba de olvidar sepultándolo en más polvo dorado, en toneladas de tiempo futuro que era capaz de producir sin fin.

Cuando el tiempo de la humanidad estuvo en mi poder, vacié unos granitos de polvo dorado de todas y cada una de las ampollas de vidrio en una gigantesca marmita, mezclé y removí las muestras con extremo cuidado y prendí el fogón. Un vapor espeso y brillante inundó la estancia en lentas oleadas, como un océano luminoso, vibrante y universal. Cuando el vapor, macizo, se adueñó de la totalidad del espacio y yo no pude retener por más tiempo la respiración, aspiré, aspiré todo ese humo sideral de una sola bocanada. Una bocanada larga, densa, sólida, que fue entrando en mi organismo como una cremallera metálica y bien engrasada, desde la garganta hasta los pies, y luego más allá de los pies, más allá de cualquier pedestal grecorromano, en el pasado absoluto.

Al instante visualicé la vida de miles, de millones de personas. Vidas espléndidas, entrañables y robustas, vidas radiantes, vidas audaces, vidas vulgares y sombrías. Vidas hechas jirones, vidas brumosas y lejanas, vidas próximas y pegadas a mi piel. Vidas que respiraban con dificultad y vidas que alimentaban huracanes, vidas en conserva, en formol, enfrascadas y caducas, vidas sembradas de obstinación y perseverancia. Vidas marcadas por la casualidad y el azar, vidas infinitas abiertas en canal desfilando por mi mente.

No obstante, el hecho de sentir de súbito ese conocimiento arrollador atravesar mi cabeza a la velocidad de la luz no fue un obstáculo para que localizara con facilidad mi pasado, mi propio pasado personal que se abría camino tembloroso, titilando, abrumado por el gentío que se cruzaba gritando en todas direcciones. Me agarré a él como a una barandilla en medio de una terrible tormenta y recorrí el sendero resbaloso e incierto que se abría ante mis pasos y que llevaba directamente a mi infancia, y luego, ya más despacio, como si penetrara en una región ingrávida, al útero de mi madre, al momento de mi gestación.

Cuando estuve ahí, en el útero de mi madre, tuve que tomar una decisión. Dar marcha atrás y seguir disfrutando del polvo dorado, del tiempo infinito, del tiempo envasado de incontables seres humanos o explorar lo desconocido, mi propia dimensión. Tragué aire y sin pensarlo dos veces seguí por el sendero de la cuenta atrás. No fue fácil, pero me alegro de haber tomado ese camino. Ahora estoy aquí, fuera del tiempo terrestre, fuera de lugar para los humanos, fuera de la humanidad. A bordo de un meteorito improvisado, veloz, libre e imparable. En órbita continua. Y tengo tiempo. Mucho tiempo. Tengo todo el tiempo del mundo.

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