Tus
mandíbulas apretadas.
De
ahí no entra ni sale nada.
La saliva se desborda de tu
boca entreabierta
Cuando jadeas.
Dos
vertientes, oscuras, de las
que podría hacerse
Un
telefilme,
Un
psicodrama familar.
Tú
la estrella indiscutible.
Me
arremolino en el sillón
Y te miro pasar, hablar,
decir.
Contempo tu rostro abotargado,
Henchido de
concentración moribunda.
Moribunda porque diríase que va
usted a morir,
Señora.
Deje
por favor de actuar,
De interpretar ese papel malsano que nos
hace daño a todos,
Que nos hace daño a los dos.
Guirnalda
desordenada de vociferantes besos,
De sables de acero,
De cangrejos suicidas que pasean su derrota
Por las playas
en las que jugaste
de niña.
Siempre con ese vestido de
color azul indeterminado
Anudado a la altura de las
rodillas.
Las rodillas
heridas.
Sangre,
Roja
sangre desnutrida
Y de segunda mano.
Aún
te queda, creo,
Un puñado de ilusiones
Atadas a un viejo
y deshilachado
Pañuelo de fina seda.
Es
ahí. Sí.
Levanta la
cabeza.
© Max Nitrofoska