Los
días impares las comadrejas muerden más duro,
con más
nervio,
con más ganas,
mandíbulas para triturar dedos y
falanges.
Los
días pares haces torrijas de leche
y el día se desliza sobre
raíles de mantequilla dulce,
muy dulce,
a tu vera.
Los
días impares un pensamiento náufrago
se apodera de ambos. Dos
náufragos.
Dos balsas amarradas con esparto y algunas cuerdas
deshilachadas
y raídas,
poca cosa para ese mar tan
bravío
que promete acabar con nuestros sueños.
Acabar con
nosotros,
a secas.
Los
días pares las tostadas crujen entre tus dientes
con ritmo
despreocupado,
sin llamar a la puerta,
y se quedan a
vivir en algún lugar entre tus labios
y tus encías y tu
lengua.
Eso es una gran parte de lo que buscabas,
de lo
que anhelabas, de lo que siempre quisiste sentir.
Y yo contigo.
Finalmente
ruedas.
Te desprendes y giras de un lado a otro,
a gran
velocidad,
sin pensar en el lugar de destino,
sin pensar en
nada.
Es un acto reflejo que te inunda igual que en los días
pares,
pero hoy te inunda de manera impar.
Y el tren va a descarrilar.
Y
las comadrejas
y las tostadas
y
los náufragos
y las torrijas
de leche
te miran desde
un
rincón
polvoriento del olvido.
Música
celeste.
Cantos de sirena.
Promesas y descalabros
se
suceden.
Procura cerrar la puerta cuando
salgas,
si es que finalmente
decides salir.
Pero
escucha,
esta
noche voy a cocinar unas croquetas de bacalao.
Pares o impares,
la verdad es que no sé cuántas
me
saldrán.
¿Te
quedas a cenar?
©
Max Nitrofoska