Montañas de sueños,
tus sueños,
inician el ascenso,
suben solos, inflados de tedio, de helio,
alentados por voces anónimas
que se dan la mano bajo la mesa
cuando lo que les incumbe pesa,
pesa en los mass media
como un traje empapado
al amanecer,
fuera lastres,
sin peso,
sin dólares,
sin un solo euro, ni dracma, ni drama,
y es en ese momento de ingravidez, en pleno vuelo,
cuando en el sueño escucho el sermón del cura del pueblo,
pero yo pensaba que vivías en una ciudad, dicen al fondo,
sí, yo también lo pensaba, pero esto está resultando ser un pueblo,
y más que un pueblo una aldea, una miserable y fétida aldea,
yo también pensaba muchas otras cosas de esta ciudad,
de este país,
de este mundo que me rodea,
pero empieza a oler mal, al amanecer apesta,
pesa la vida, pesa la aurora frígida
que te acompaña desde siempre,
desde tu pubertad,
creo,
legañas tempranas,
piernas desmadejadas,
bufandas demasiado largas,
bostezos cuando descansas
con los ojos cerrados
sin dejar de saltar a la comba,
uno, dos, tres, cien,
abres el balcón y gritas,
gozas,
ríes y disfrutas
pero al rato te cansas,
es la alergia, dices,
pero no, no es alergia, pienso,
es la alegría visceral que te falta,
claro, dicen todxs, claro, es la alergia, pronto te dan la razón,
te la dan o te la quitan,
bailando tu sonrisa
en un guirigay barato
que te aplaca desde ahí abajo,
desde tu estómago mal configurado,
desde tus intestinos repletos de detritus baratos,
desde tus pies que han caminado tantas horas
sin rumbo tras el arrebato,
desde tus rodillas repletas de esguinces
y oposiciones al gran califato,
desde tu dedo pulgar que se ha vuelto débil, inútil y flaco
de tanto pisar desechos industriales
y mierda de contrabando,
salta,
salta a la comba,
comba la bota,
gravedad cero en esta parte del planeta Zeta,
despierta,
¡despierta!, es de día en cada una de tus fiestas,
de tus dietas,
de tus metas,
de tus amplias cunetas,
de tus peinetas casuales,
de tus cantimploras de ayahuasca que se elevan, siderales,
de tus caminos ocultos,
de tus silencios adustos,
de tus calabozos herméticos,
de tus laberintos secretos,
azulados, intoxicados y bellos,
de tus aureolas de santos en extinción
que rutilan con desdicha, lujuria y misterio,
de tus cacerías golfas,
de tus conclusiones amorfas,
de tu sinfín de perdones, emociones,
de tu caleidoscopio analógico,
colores de verdad que surgen espontáneos, sin dueño ni amo
tras pagar mil pavos,
de tus visitas ciegas al refinado pravo,
de tus sueños una y mil veces acariciados
y guardados con desgana en el cajón del olvido barato,
de tus anhelos profesionales,
de tus carencias emocionales,
de tus miserias sexuales,
de tu mente bicéfala que sube la pendiente con las dos lenguas fuera,
la de hablar bien luce bifurcada
y la de hablar mal tiembla al borde de la arcada,
no hay ascensor, nunca lo hubo,
lo buscas pero lo que encuentras
es una nave interplanetaria para sobrevolar el mundo
sin moverse de casa,
tú, toda la vida buscando un ascensor,
que es más cómodo, dónde vamos a parar,
le das a un botón y arriba o abajo,
cambias de planta,
qué guay
y no has reparado en la nave interplanetaria
con destino incierto
que espera en el rellano,
una hermosa nave fulgurante
que apunta hacia el cielo,
grandiosa,
mientras tú caminas
por los pasillos del sistema,
chocando contra paredes revestidas de yeso y gena
y escuchando consignas programadas,
hordas de hienas que te inoculan el espeso tedio,
el miedo,
te empujan al infierno,
llegadas casuales a fiestas de madrugada
en guaridas desconocidas
y apretadas despedidas infames,
si despedida llamas a salir corriendo, huyendo despavorida
cuando al despertar ves con quién has compartido el lecho
y no puedes dar crédito,
qué asco, qué angustia, qué miedo,
saltas y desapareces sin decir adiós,
atropellado camino al olvido,
dándote de bruces con el destino,
apurando los posos de los vasos vino,
aniquilando lo poco que atesoras de divino,
mostrando en la huida tu lado más felino
y más cochino, todo sea dicho,
un poco cerda ya eres, reconócelo,
bueno, en realidad nunca lo ocultaste,
flamante cerda que amo entre la niebla,
sí,
yo también desafino.
© Max Nitrofoska