Alguno
de ustedes me conocerá por la prensa especializada del mundo del
alpinismo. He escalado las catorce montañas de más de ocho mil
metros de altitud que existen en el planeta, desde el Everest hasta
el Sisha Pangma. La totalidad de
las ascensiones las realicé
sin oxígeno suplementario, solo mi cuerpo y yo, paso tras paso,
respirando con angustia el aire
enrarecido de las alturas. En su momento se escribió mucho sobre mí,
tal vez lo recuerden.
Mi
organismo fue adquiriendo una fuerza y una resistencia sobrehumanas,
soy consciente de ello, de otra forma nunca hubiera podido llevar a
cabo con éxito semejantes gestas. En el Nanga Parbat, mi
primer ochomil, fue donde descubrí el abismo y el vacío absoluto;
cada uno de los pasos del último tramo me llevó varias horas en las
que el silencio era la soñada meta, conseguir que el latido de mi
corazón cesara, que las ráfagas de viento se apaciguaran, que el
hielo dejara de crujir bajo mis pies con un estruendo que atravesaba
a golpes de martillo mi cuerpo abotargado, herido, agotado.
Pero
llegué a la cumbre y el silencio reinó al fin, habitó cada
inspiración y espiración
de mis pulmones, sentí la energía colosal que fluía bajo
aquellas inmensas montañas. Me fundí con el creador del universo.
Renací.
La
mayoría de ustedes me conocerá sin embargo por la prensa de
sucesos. Un día de navidad maté a mi hijo. Llevaba dos días y dos
noches llorando, sin parar. Tenía diez u once meses el pobre, unos
pocos mesecitos, pero no paraba de bramar, de aullar, de patear. El
aire se llenó de agujas de cristal que se clavaban en mis oídos con
un chillido fino, intenso, sin fin.
Yo
solo pretendía que se callara, se lo aseguro. Por eso apreté.
Anhelaba ese silencio que me ha rodeado en los momentos más hermosos
de mi vida, ese silencio que me acompañó en cada una de las cimas
de las montañas que coroné, ese silencio blanco, sublime, adherido
a la piel que se respira en las cumbres inalcanzables del planeta;
ese silencio que me envolvió durante días en las blancas crestas,
bajo las infinitas y relucientes estrellas, a ocho mil metros de
altura de la humanidad.
>>sigue en mi próxima compilación de relatos LA CARA OCULTA. Lamento hacerles esperar, mis amados seres humanos, pero creo que la lectura de estos relatos resultará más interesante en su conjunto.
© Max Nitrofoska
Puedes leer uno de mis relatos completos haciendo click en el siguiente enlace:
POLVO DE ETERNIDAD