Su nave interplanetaria quedó destruida por el impacto. La propulsión cinética le venía fallando desde que atravesara la órbita de Júpiter, y esta vez no le dio tiempo a soldar los binomios de energía. Cayó a gran velocidad sobre la dura superficie de la Tierra.
Cuando, milagrosamente, emergió de la destrozada cápsula de aterrizaje vio a una multitud que se aproximaba, que gritaba en una lengua extraña. Lo recogieron del suelo y encendieron una hoguera. Pensó que pretendían curarle, que ese fuego serviría para cauterizar sus numerosas heridas, calentar las piezas de soldadura y reparar su nave. Una vez más, estaba equivocado.
Antes
de que su cerebro se achicharrase, pensó que a pesar de todo estuvo
bien el paseo, aunque tampoco parecía mala idea quedarse mirando el
cosmos desde su apacible nebulosa.