domingo, 5 de mayo de 2024

PÓLVORA Y FUEGO

Hola, humanoides. Hoy, 5 de mayo, hace un año que vio la luz RADICAL INDEFINIDO, mi último libro de relatos. El organismo escritor ROCÍO CASTRILLO lo presentó en ARRANCA THELMA, una librería muy especial que orbita en la Latina.

Luego vinieron las presentaciones en Bilbao, Pamplona, Sevilla. Y en este 2024, la presentación de la segunda edición de RADICAL INDEFINIDO, qué bien, en la nave TIKI-VOLCANO, Madrid.

Para celebrar este aniversario les traigo uno de los relatos más celebrados del libro: PÓLVORA Y FUEGO. Pueden ustedes leerlo completo aquí, en mi página web.

También les traigo un álbum con las imágenes que los replicantes fotosensores NEGRO&BLANCO, DANIEL MUARÉ y SAID MESSARI capturaron en el evento.

Que tengan ustedes un muy hermoso día, mis amados seres humanos. Tanto los que tuvieron la suerte de acudir al evento y leer el libro completo como los que aún viven en la oscuridad indefinida, qué mala es, todo un año dando me gusta y me gusta a mi posts sin tener el coraje de comprarme un libro y disfrutar de lo mejor. Haz algo.

Buen día a todxs.

Imagen: Desconocidx
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PÓLVORA Y FUEGO

El negocio de pirotecnia en el que trabaja desde hace dos años no acaba de despegar. Las fiestas de la ciudad están al caer y las tímidas ventas apenas se han visto incrementadas en unos pocos pedidos. ¿Si no es ahora, cuándo piensa la gente comprar cohetes, fuegos artificiales, tracas, petardos?, se pregunta Nuria en voz alta con verdadera sorpresa y cierto enfado. Nadie la escucha, la oficina está vacía; su jefe, siempre ocupado en temas que poco o nada tienen que ver con el negocio, ha salido y no volverá hasta la hora de cierre.

A través de la vidriera de la primera planta, Nuria domina el pabellón donde se manufactura y almacena el material inflamable que fabrican. Cajas llenas de azufre, magnesio, estroncio y pólvora gris se amontonan en grandes pilas sobre el oscuro fondo del hangar, mientras en el centro resplandecen cohetes, petardos y tracas de todos los tamaños y colores listos para ser empaquetados y enviados. ¿Pero enviados a dónde?, se pregunta Nuria, ¿A DÓNDE, si nadie los pide?

Da las gracias por no ser ella la responsable de la empresa, sino tan solo una empleada. No la tratan mal, y le gusta su trabajo, aunque tiene serias dudas de que el negocio vaya a continuar. Habrá que ir pensando en otra cosa, se dice Nuria dando un nervioso sorbo al café ya frío que se ha servido a primera hora de la mañana en la destartalada máquina expendedora. Por la radio suenan estridentes y pomposos himnos nacionales mientras una alegre presentadora narra un evento deportivo que se está desarrollando en Pekín. Los Juegos Olímpicos, al parecer.

Pekín, ¿eso está en China, no? Y los chinos son los que inventaron la pólvora… ¡Pues a ver si ellos me dicen cómo se vende su invento del demonio y se dejan de montar carreras y saltitos en el patio de su casa! Su propia ocurrencia hace sonreír a Nuria, que se levanta de un brinco, apura el café y arroja el envase vacío a la papelera. Se propone pensar solo en cosas positivas, que nada ni nadie consiga arruinarle este sofocante y caluroso día de agosto.



El codo de esta última tubería se le está resistiendo a Ignacio, no conseguirá soldarlo a tiempo, unirlo al tramo base, restaurar la complicada estructura inicial de desagüe. En lo que llevamos de verano no ha salido del taller, y estos primeros días de agosto se le están haciendo especialmente pesados, odiosos, insufribles. El ayuntamiento de Ciudad Humanoide le ha encargado la soldadura de gran parte de su renovado sistema de alcantarillado, y eso es bueno, porque le proporcionará trabajo para los próximos meses, pero por otro lado repercutirá en su equilibrio mental, poco proclive a mantenerse encerrado tanto tiempo seguido en el taller; hasta noviembre, o tal vez diciembre, no quiere ni pensarlo.

A pesar de esta insistente mala racha emocional que lo mantiene anclado al polo negativo, Ignacio aprecia su trabajo. Es indudable que encaja con su carácter reservado y taciturno. Llega al taller por las mañanas, se enfunda sus guantes de cuero, ajusta sus lentes protectoras, enciende el soplete y empieza a soldar metros y metros de tuberías planas, circulares, codos, filtros, juntas y sifones. No suele escuchar música ni programas de radio, prefiere la compañía del zumbido del oxígeno enriquecido silbando en la boca de la manguera, el agitado borbotón de la llama, el crepitar de los materiales al calentarse hasta el rojo vivo, el ladrido de un perro a lo lejos, esas chispas que restallan contra las lentes de sus gruesas gafas protectoras, los electrodos vibrando, el chasquido del metal.

Pero hoy algo le impulsa a Ignacio a prender la emisora que está sintonizada en la radio del taller, y al toque salta a las ondas la inauguración del evento deportivo del año: Los Juegos Olímpicos de Pekín. La locutora refiere maravillada que estamos a 8 de agosto, 8 del 8 del año 2088, dice, y en Pekín son las 20h, es decir, las 8 de la tarde.

Ignacio echa un vistazo a lo largo del perímetro del taller, donde asoman los segmentos de innumerables tuberías alineadas junto a las bombonas de oxígeno embotellado a presión. Calcula cuántas tendrá que soldar en el día de hoy para no retrasar el pedido, y al hacerlo recuerda lo que a menudo le decía su abuelo con el propósito de insuflarle ánimo cuando lo veía mustio y desorientado: «Tu nombre significa Nacido del Fuego en latín. Arderás con luz propia, Ignacio, arderás con luz propia. Es tu destino».

Ignacio, de chico, adoraba a su abuelo, le encantaba pasar largas horas en su compañía, pasear de su mano por Ciudad Humanoide o jugar juntos a las damas en la casa familiar. A pesar de su inquebrantable optimismo su abuelo tuvo un final sucio, feo, bronco. Lo atropelló una furgoneta blanca cuando un grupo de personas que se manifestaba contra la política económica del gobierno lo empujó al huir de la policía. Era un día gris y lluvioso, su abuelo cayó sobre el asfalto enfangado y la furgoneta le pasó por encima. No sé si era eso lo que el destino le tenía reservado a mi abuelo o fue sencillamente una putada más de la vida, piensa Ignacio, pero lo cierto es que fue eso lo que pasó.



Tu destino es arder, Nuria, no en vano tu nombre significa en hebreo Fuego del Señor. Ayuda al destino Nuri, ayuda al destino, arde un poco, ¡inflámate!, le había dicho esta mañana su vecina Carmen antes de coger el bus a la carrera.

Su vecina Carmen es también su mejor amiga, y esta misma noche celebra una de sus míticas fiestas en su imponente y espléndida terraza, una fiesta a la que acudirá todo el mundo y a la que Nuria tiene pensado asistir acompañada de una muy especial y explosiva aportación.

Nuria acomoda una gran bolsa de papel de la empresa y la llena con los mejores cohetes y tracas y petardos que tienen en el almacén: rápidos y potentes proyectiles rojos, azules cohetes retardados que explotan minutos después de haber sido prendidos, ruidosos petardos de pólvora gris, estallidos y color, color, color, se dice Nuria mientras instala su bolsa repleta de material pirotécnico junto a la puerta de salida.

Nuria suma en el teclado de la caja registradora, vacía, el coste del material pirotécnico que ha tomado e introduce el importe resultante en un pequeño cofre sin llave que hay sobre los archivadores, cierra la puerta del almacén y sale a la calle. El inmenso sol de agosto se desparrama sobre su abundante y ondulado cabello rojo e ilumina un rostro joven y hermoso. Sus blancas, ágiles y delicadas manos atrapan la flamígera bolsa, que resplandece bajo el sol ardiente con un firme y extraño brillo.



«Al parecer, el número 8 es un número de buena suerte para los chinos —dice la locutora en tono festivo—, su pronunciación es muy similar a la de una palabra que se utiliza en el idioma chino para crecimiento, riqueza, expansión»-

Ignacio vuelve a ajustar sus gafas protectoras y continúa soldando envuelto por una nube de candentes y afiladas chispas. El 8 es también el número atómico del oxígeno que alimenta esta llama —piensa Ignacio siguiendo la línea numerológica que ha abierto la locutora—, sin olvidar que los átomos de todas las materias que existen tienden a completarse con 8 electrones en su última capa, su capa de valencia, como los gases nobles. Con lo cual podría decirse que el universo entero tiende hacia el 8, y asimismo podría afirmarse que todos los elementos tienden a convertirse en gases, razonó Ignacio ahora ya por su cuenta y riesgo, salir volatilizados por los conductos de aire y las chimeneas y perderse libres entre las nubes, como me gustaría hacer a mí ahora, en este preciso momento, volar, volar lejos de aquí, unirme a las expediciones interplanetarias con las que siempre soñé, recorrer el universo en una nave tripulada por androides celestes, por 8 androides, por 88 androides. 8 del 8 del 88, riqueza y expansión. Bravo, Lin Chun, estás en todo, piensa Ignacio esbozando una amarga sonrisa bajo su mascarilla protectora, mientras la crepitante llama azul brota de su pistola con un fulgor interminable y confuso.



Nuria acostumbra a volver a casa en bus autoguiado, pero hoy, por algún motivo, decide regresar dando un paseo, estirar sus largas piernas bajo el intenso y deslumbrante sol.

Toma con decisión su gran bolsa de papel atestada de cohetes y se dispone a atravesar el suburbio industrial de Ciudad Humanoide, que se extiende formando una vasta e irregular sucesión de hangares semiderruidos.

Nuria piensa que las cosas no le van tan mal, es joven, está sana y habitada por lindos sueños, conseguirá salir adelante. Le gustaría viajar, conocer nuevos y exóticos lugares donde la música suene en las calles, donde sabrosas y jugosas frutas cuelguen de los árboles, donde avanzados y lujosos replicantes atiendan hasta la más mínima de tus necesidades, donde no tenga que preocuparse por nada. Se llevaría a su amiga Carmen.

Es mediodía. El sol aprieta, estruja el aire; lo está volviendo espeso, viciado. En Pekín están a punto de batir grandes récords. A Nuria le cuesta respirar.



En el taller suena el himno de China. Ignacio se ve por un momento en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín. Recorre el recinto con su inflamado soplete en alto y describe un par de gráciles vueltas al perímetro de la nave extendiendo su mano libre hasta tocar las bombonas de oxígeno apiladas, como si saludara con la palma de la mano al público asistente. Al completar la vuelta de honor, se apoya en la enorme tubería central sobre la que está trabajando y hace ademán de encender la llama olímpica que pronto arderá en el estadio. Su joven y hermoso rostro luce iluminado por una leve y tímida sonrisa. Luego chasca los dientes, aprieta de nuevo el gatillo de su pistola de mano y el fuego ruge con fuerza acompañado por un turbio resplandor. Se calza sus gafas protectoras, entorna los ojos y continúa soldando mientras la delegación anfitriona cruza con sus banderas rojas el estadio olímpico de Pekín.



Una furgoneta blanca recorre la carretera que bordea la larga hilera de pabellones industriales. Nuria la ve acercarse de frente, despacio, quebrando el aire incandescente, con las ventanillas cerradas. Al pasar a su lado la furgoneta emite dos rápidos toques de claxon. Nuria responde al saludo alzando con su brazo la bolsa rebosante de cohetes, que están a punto de caer sobre el asfalto abrasador.

Al rato, Nuria escucha el lamento de un gato. Busca al gato con la mirada, formando con su mano libre una visera sobre los ojos para protegerse del sol. Lo escucha muy cerca al gato, casi sobre su propio cuerpo, como si trepara por sus ropas. Un escalofrío recorre su piel. Se guarece a la sombra del porche del taller más cercano y es de ahí, del otro lado de la puerta de ese taller de donde surge el maullido, ese lamento que se multiplica hasta el infinito en el eco que forman las húmedas paredes de cemento desnudo. Entra sin pensarlo. La bolsa con cohetes multicolores cuelga de su mano, muchos cohetes y petardos y tracas dispuestos a estallar, a surcar el cielo para regalar una gran explosión estelar.

Es entonces cuando lo ve, cuando ve a aquel hombre envuelto en llamas, aquel ser de cuyas extremidades brotan milagrosas llamaradas de azulado fuego, un ángel capaz de surcar los cielos como un cohete enloquecido.



Ignacio escucha un ruido en la entrada del taller, un susurro que se mezcla con el sonido que produce la lengua ardiente que brota vigorosa, sin fin, de su pistola de soldar. Levanta sus gafas y se gira sin soltar la llama. La luz de la calle entra con violencia por la puerta de entrada, forma una columna luminosa transversal y sólida a través de la cual se adivina una silueta. Es entonces, cuando sus ojos se acostumbran a la claridad y logran enfocar la vista cuando ve aquello, aquella mujer pelirroja, como un dragón, aquel animal mitológico que le mira con sorpresa e incredulidad. Ignacio queda petrificado, mudo, con la mente en blanco. De sus pensamientos se esfuman al instante las tortuosas tuberías, los contratos del ayuntamiento, los Juegos Olímpicos, las naves interplanetarias, la furgoneta de su abuelo; solo existen esos ojos que le observan con gran atención. La lengua de fuego sigue en su mano, escupiendo llamas de oxígeno enriquecido a cuatrocientos grados centígrados.



Nuria e Ignacio permanecen largo rato frente a frente, atravesados por el espeso haz de luz que recorta sus siluetas como espléndidas sombras chinas, la respiración entrecortada, las retinas fijas el uno en el otro, hipnotizados, extasiados por la emoción y el asombro. Él, Nacido del Fuego; ella, Fuego del Señor. Espíritus ígneos, palpitantes, flamígeros. Cohetes sin nombre dormitan en la bolsa de papel. Llamas errantes rugen en la manguera. La pólvora y el fuego mirándose a los ojos, a unos pocos centímetros, muy cerca del récord olímpico universal.

8 del 8 de 2088. Crecimiento y fortuna. El 8 es el infinito, el infinito accionado, el infinito puesto en pie. Solo es necesario dar un paso adelante para que las cosas sucedan. Un paso más allá de Ciudad Humanoide.

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Foto: Daniel Muaré
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Foto: Negro&Blanco
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Foto: Negro&Blanco
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Álbum completo del evento en este ENLACE

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