Bajé
a la playa y subí con medio pollo,
me dijo el día que la
conocí.
Al parecer, huyó de su casa arrugada
rumbo a la
playa caliente, hirviente
del mediodía.
A esa hora
siempre tiene hambre.
Ella es un organismo femenino de alto
voltaje,
si te acercas corres el riesgo de quedarte pegado,
con la mano prendida a sus movimientos
radiales.
Bajo
a la playa dispuesta a vestirme de sol, me dijo,
sus rayos
inagotables
recargan mi energía lumínica, me
enciendo.
Necesito mucha luz, añade
mientras prende un
cigarrillo. Me atufa.
Ella
se dedica a trazar líneas oblicuas
y
llenar de color la amplia sombra que se extiende
bajo las almas
humanoides
y sus vidas.
También
se dio un chapuzón en el agua, la chica.
Dejó sus cosas a un
lado
y se envolvió en el mar.
Tras
el
baño, a la chica que bajó
a la playa le entró hambre.
Secó su cuerpo, se anudó un pareo alrededor de la
cintura,
colgó la bandolera de su bolso al hombro
e
inició el regreso a casa.
Un regreso un tanto lento, relajado,
tangencial.
Se paró a hablar con Sebastián, el
heladero.
También con Harald, un vagabundo alemán
que
vende bisutería en el paseo marítimo.
De ahí saltó al
asador de pollos,
donde pidió medio pollo y una coca-cola.
La
coca-cola la bebió de un trago.
Luego salió, y mientras le
preparaban el pollo
se sentó en la banqueta que hay en un
rincón de la
plazoleta,
frente al asador.
Encendió un cigarrillo.
Un
buen día se esfumará,
desaparecerá entre las sombras
que
nacen en sus labios, siempre afilados y dispuestos a trazar
los
campos de batalla.
Desaparecerá con una cafetera italiana de
acero bajo el brazo.
La
chica que bajó a la playa y subió con medio pollo
maldice
para sí misma.
Ya tiene el pollo bajo el brazo,
no
es eso,
pero para poder comérselo
aún debe llegar a su
casa,
que se encuentra no muy lejos,
pero sí lo
suficiente
como para que este sol ardiente y cenital
que
corona su mediodía de Levante
le haga sudar,
la sal del
mar pegada al cuerpo.
Porque ella no ha querido utilizar la
ducha,
atestada de turistas
y niños vociferantes
y
griterío general y confuso.
La camiseta le pica.
La
camiseta la dibujó ella,
la dibujó la chica que bajó a la
playa y subió con un pollo.
Con medio pollo.
Dibujó el
frontal, quiero decir,
en el que se ve a una mujer fumando.
Todo esto va de humo.
De gente chamuscada.
De
personas quemadas que comen pollo,
o paella,
y se bañan
en el mar salado.
La
chica que bajó a la playa y subió con medio pollo
me mira
desde la distancia.
Lleva un bulto envuelto
en papel de alumino
sobre la mano derecha.
Con la izquierda
fuma.
Dentro de un rato me saludará.
Ella ya
conoce mi nombre.
No
se extrañará por estos
tubos,
estos
circuitos de hojalata y titanio
que atraviesan
mi cráneo.
Me saluda.
Me besa en la
mejilla.
La
crema solar que la cubre, su
sudor,
se pegan
a mí.
Percibo
su efluvio
marino,
su aroma de
mujer radiante y
nublada y oscura.
También percibo
el olor a pollo,
que huele que alimenta,
hay que
decirlo.
Sigo sus
pasos hasta la casa.
Sé que pronto
me costará pronunciar
su nombre.
© Max Nitrofoska