viernes, 11 de agosto de 2023

LA CHICA QUE BAJÓ A LA PLAYA Y SUBIÓ CON MEDIO POLLO

Art: Nitrofoska


Bajé a la playa y subí con medio pollo,
me dijo el día que la conocí.
Al parecer, huyó de su casa arrugada
rumbo a la playa caliente, hirviente
del mediodía.
A esa hora siempre tiene hambre.
Ella es un organismo femenino de alto voltaje,
si te acercas corres el riesgo de quedarte pegado,
con la mano prendida a sus movimientos radiales.

Bajo a la playa dispuesta a vestirme de sol, me dijo,
sus rayos inagotables
recargan mi energía lumínica, me enciendo.
Necesito mucha luz, añade
mientras prende un cigarrillo. Me atufa.

Ella se dedica a trazar líneas oblicuas
y llenar de color la amplia sombra que se extiende
bajo las almas humanoides
y sus vidas.

También se dio un chapuzón en el agua, la chica.
Dejó sus cosas a un lado
y se envolvió en el mar.

Tras el baño, a la chica que bajó a la playa le entró hambre.
Secó su cuerpo, se anudó un pareo alrededor de la cintura,
colgó la bandolera de su bolso al hombro
e inició el regreso a casa.
Un regreso un tanto lento, relajado, tangencial.
Se paró a hablar con Sebastián, el heladero.
También con Harald, un vagabundo alemán
que vende bisutería en el paseo marítimo.
De ahí saltó al asador de pollos,
donde pidió medio pollo y una coca-cola.
La coca-cola la bebió de un trago.
Luego salió, y mientras le preparaban el pollo
se sentó en la banqueta que hay en un rincón de la plazoleta,
frente al asador.
Encendió un cigarrillo.

Un buen día se esfumará,
desaparecerá entre las sombras
que nacen en sus labios, siempre afilados y dispuestos a trazar
los campos de batalla.
Desaparecerá con una cafetera italiana de acero bajo el brazo.

La chica que bajó a la playa y subió con medio pollo
maldice para sí misma.

Ya tiene el pollo bajo el brazo,
no es eso,
pero para poder comérselo
aún debe llegar a su casa,
que se encuentra no muy lejos,
pero sí lo suficiente
como para que este sol ardiente y cenital
que corona su mediodía de Levante
le haga sudar,
la sal del mar pegada al cuerpo.
Porque ella no ha querido utilizar la ducha,
atestada de turistas
y niños vociferantes
y griterío general y confuso.
La camiseta le pica.
La camiseta la dibujó ella,
la dibujó la chica que bajó a la playa y subió con un pollo.
Con medio pollo.
Dibujó el frontal, quiero decir,
en el que se ve a una mujer fumando.
Todo esto va de humo.
De gente chamuscada.
De personas quemadas que comen pollo,
o paella,
y se bañan en el mar salado.

La chica que bajó a la playa y subió con medio pollo
me mira desde la distancia.
Lleva un bulto envue
lto en papel de alumino
sobre la mano
derecha.
Con la
izquierda fuma.
Dentro de un rato me saludará.
Ella
ya conoce mi nombre.
No se extrañará por es
tos tubos,
es
tos circuitos de hojalata y titanio
que
atraviesan mi cráneo.
Me saluda
.
Me besa en la mejilla.
La crema solar que la cubre, su sudor,
se pega
n a mí.
Percibo su efluvio marino,
su aroma
de mujer radiante y nublada y oscura.
También percibo el olor a pollo,
que huele que alimenta,
hay que decirlo.
Sigo sus pasos hasta la casa.
Sé que pronto
me costará pronunciar su nombre.

© Max Nitrofoska


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