Cuando llegué a Aqvo por primera vez pensé que había entrado en un espacio único y estanco, líquido, inmenso, profundo, el vértigo. Un espacio compacto donde la gravedad no retiene el sentido que le damos sobre la superficie de la tierra. Las cosas no caen. Las personas no se desmoronan. Mi ánimo flota sobre una IA y sus estrechas puertas jalonadas de bits.
Las criaturas que aquí me he encontrado, que me encuentro cada día buscan una salida. Infinidad de puertas se abren y se cierran a su paso. Hay fugas. Hay corrientes.
Yo
no busco nada. Ahora ya no puedo ni quiero salir. Mi
lenguaje está compuesto
de unos y ceros
y algunas veces treces, quién no ha
sufrido
un tropiezo. Bebo
agua. Cada
vez que mi rodilla va a parar al suelo respiro profundamente y bebo
agua. Todo esto consiste en respirar
y
beber. Beber lo que te rodea sin masticar siquiera. Convertirse en
lago, en mar, en océano de uno mismo. Y a partir de ahí, imaginar.
Qué otra cosa podemos hacer.