Me
aparto.
Me escondo.
Me escoro.
Me sorbo los
mocos.
Me miro al espejo
y digo en voz baja
que tal
vez ese rostro que se ve a lo lejos
sea el mío.
Una vez
más.
En
este circo no faltan los juego de espejos.
Deja de insultar al
mono,
tiene tantas manos como tú
y tal vez le
quede alguna idea brillante,
aún.
Lo
bautizaron en tu misma parroquia,
tal vez se ría con los mismos
chistes estúpidos
con los que te ríes tú
los fines de
semana.
Es un mono despechado.
Es un mono ojituerto y
decadente,
eso salta a la vista.
En
un momento dado te propone una adivinanza,
este mono.
Te
pregunta verde por fuera espera
y te deja plantado en un
laberinto
del que no solo no sabes salir,
sino que ni
siquiera tienes una remota idea
de cómo has llegado hasta ahí.
Y
entonces te cagas en todos los muertos del mono
y en todas las
monas
de las que disfrutaste a oscuras.
Qué mal olían,
las tías.
Tal
vez este sea el truco,
piensas,
tal vez cerrando los ojos,
a oscuras,
sin tener ni la menor idea de los pasos que
das,
sin tener ni puta idea de nada,
tal vez de esa
manera consigas salir
del laberinto del macaco.
Porque
el mono
representa gran sabiduría, en China.
Y tú te
dices que para sabiduría
la que te daría un buen trago de ginebra,
un traguito de
gin en la goleta y sales volando, fiuu.
Fijo rebasas los muros
del laberinto,
pero por arriba,
por el cielo,
que es
por donde transitan los dioses.
Y si alguien puede serte de
ayudar en este serio aprieto,
tiene que ser un Dios.
O
una Diosa, ojo,
así es que mejor
empezar a volar cuanto
antes.
Dale,
vamos.
En este circo no faltan
los juego de espejos.
Y deja de insultar al mono.
©
Max Nitrofoska